La Hiatoria
9510bibiz1 de Diciembre de 2011
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Rosalba que se presento a lo largo del cuento. “esta mañana la vi en la esquina de Madero y Palma. Primero de lejos, después de muy cerca...” (64) aquí la diferencia que puede connotar muchas cosas, es que ahora, la que se acerco a saludar fue Zenobia y no Rosalba como había ocurrido siempre, diciéndonos que Rosalba ya no buscaba ese encuentro, ya que ahora también sentía cierta vergüenza en mostraste ante ella de manera igual, y no claramente superior como en el pasado.
Tras analizar las diferentes actitudes de nuestras dos protagonistas podemos concluir que por ninguna de las partes, existió una verdadera amistad, ya que una siempre envidiaba a la otra, y la otra consiente de la diferencia, jamás hizo nada para ayudar a la que llamaba su amiga, era verdad que con la vejez nada las separaba en ese entonces, pero tras el análisis de este cuento también nos podemos dar cuenta que jamás nada las unió.
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José Emilio Pacheco:La zarpa
abril 24, 2010 por niniasabelotodo
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José Emilio Pacheco
La zarpa
A Fernando Burgos
Padre, las cosas que habrá oído en el confesionario y aquí en la sacristía… Usted es joven, es hombre. Le será difícil entenderme. No sabe cuánto me apena quitarle tiempo con mis problemas, pero ¿a quién si no a usted puedo confiarme? De verdad no sé cómo empezar. Es pecado alegrarse del mal ajeno. Todos lo cometemos ¿no es cierto? Fíjese usted cuando hay un accidente, un crimen, un incendio. Qué alegría sienten los demás porque no fue para ellos al menos una entre tantas desgracias de este mundo.
Usted no es de aquí, padre, no conoció México cuando era una ciudad pequeña, preciosa, muy cómoda, no la monstruosidad que padecemos ahora en 1971. Entonces nacíamos y moríamos en el mismo sitio sin cambiarnos nunca de barrio. Éramos de San Rafael, de Santa María, de la colonia Roma. Nada volverá a ser igual… Perdone, estoy divagando. No tengo a nadie con quién hablar y cuando me suelto… Ay, padre, qué vergüenza, si supera, jamás me había atrevido a contarle esto a nadie, ni a usted. Pero ya estoy aquí. Después me sentiré más tranquila.
Mire, Rosalba y yo nacimos en edificios de la misma calle, con apenas tres meses de diferencia. Nuestras madres eran muy amigas. Nos llevaban juntas a la Alameda y a Chapultepec. Juntas nos enseñaron a hablar y a caminar. Desde que entramos en la escuela de párvulos Rosalba fue la más linda, la más graciosa, la más inteligente. Le caía bien a todos, era amable con todos. En primaria y secundaria lo mismo: la mejor alumna, la que portaba la bandera en las ceremonias, bailaba, actuaba o recitaba en los festivales. “No me cuesta trabajo estudiar”, decía. “Me basta oír algo para aprendérmelo de memoria.”
Ay, padre, ¿por qué las cosas están mal repartidas? ¿Por qué a Rosalba le tocó lo bueno y a mí lo malo? Fea, gorda, bruta, antipática, grosera, díscola, malgeniosa. En fin… Ya se imaginará lo que nos pasó al llegar a la preparatoria cuando pocas mujeres alcanzaban esos niveles. Todos querían ser novios de Rosalba. A mí que me comieran los perros: nadie se iba a fijar en la amiga fea de la muchacha guapa.
En un periodiquito estudiantil publicaron: “dicen las malas lenguas que Rosalba anda por todas partes con Zenobia para que el contraste haga resplandecer aún más su belleza única, extraordinaria, incomparable”. Desde luego la nota no estaba firmada. Pero sé quién la escribió. No lo perdono aunque haya pasado más de medio siglo y hoy sea muy importante.
Qué injusticia ¿no cree? Nadie escoge su cara. Si alguien nace fea por fuera la gente se las arregla para que también se vaya haciendo horrible por dentro. A los quince años,
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