La bailarina negra. Freda Mosquera
maryuris diazSíntesis18 de Mayo de 2025
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LA BAILARINA NEGRA
FREDA MOSQUERA
La bailarina negra subió al escenario vestida con una diminuta falda plateada y una franja dorada que le ceñía los senos. Tenía las piernas largas y delgadas, su cabello era abundante y duro, y caía sobre su espalda envolviéndola en un espeso aroma de perfumes mezclados al azar.
Cerró los ojos y tuvo conciencia de su propia soledad, una soledad absoluta y hermética que la acompañaba desde el viaje lejano extraviado en su memoria, junto a la travesía de un océano que la separó para siempre de su infancia, hasta el recuerdo de su primera danza ante los ojos expectantes de los hombres.
Extendió los brazos, levantó con lentitud una de sus piernas hasta dejarla erguida junto a su rostro y acarició con la planta del pie su mejilla. Escuchó la música y volvió a sentir dentro de sí el designio de su corazón y de su raza. Sus antepasadas más remotas bailaron danzas sagradas, luego sus hijas esparcidas violentamente por el mundo, bailaron al terminar las jornadas de trabajo, y ahora ella, Janaína, "la bailarina negra", danzaba en un país extraño, en un oscuro bar, para sobrevivir.
Avanzó por la pasarela, moviendo las caderas y los brazos, con un dominio absoluto de su cuerpo. Sintió que un ser mágico la habitaba y se entregó a la danza. Se arrastró por el piso transformada en serpiente, luego levantó con lentitud las caderas, enseñó los dientes y apoyada sobre los brazos, fue pantera. Después se abrió poco a poco, hasta que todos los hombres que la rodeaban pudieron ver la profundidad de su sexo.
La bailarina negra entró en éxtasis, sus movimientos se volvieron frenéticos hasta caer en el delirio y terminó enroscada en el piso, como un caracol, con las piernas y los brazos alrededor de su cuello, dando saltitos y con el sexo entreabierto como la boca de un animal fantástico.
Sintió la respiración agitada de los espectadores y luego la mano de un hombre que se posó en una de sus piernas. La bailarina negra quedó inmóvil, el hombre retiró la mano y ella continuó danzando, girando, abriendo y cerrando los muslos, hasta que la música finalizó y se escondió tras las cortinas que cayeron en el escenario.
Estaba cansada y aún le parecía que la mano del hombre seguía posada en su muslo, fría y aguda y que la apretaba. Se vistió con un traje rojo y salió por una puerta lateral hacia las mesas donde los hombres aguardaban el siguiente espectáculo.
La bailarina negra caminó sonriendo, mostrando la liga que ceñía una de sus piernas y acariciándose los senos. Fue guardando el dinero que cada hombre le iba entregando, hasta que se encontró con los ojos cristalinos y azules, los cabellos dorados y la piel blanquísima del hombre que la había tocado en el escenario.
No quiso detenerse en esa mesa, siguió de largo, pero sintió la mano del hombre en su muñeca y tuvo que retroceder. Le pareció que caía en un pozo hondo y profundo, quiso alejarse, pero algo superior a sus fuerzas la hizo acariciar la mano del hombre y contagiarse con la tibieza de su cuerpo.
El hombre le dio de beber de su copa y luego la besó sin preámbulos, sin pagar por el beso. La bailarina negra apretó los labios, pero los fue despegando lentamente hasta que la lengua del hombre blanco acarició su lengua y se trenzaron en la lucha milenaria del hombre que penetra y de la mujer que se abre y se cierra como una flor carnívora.
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