La influencia del cine en jóvenes y adolescentes – completo
DUISTesis13 de Marzo de 2013
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La influencia del cine en jóvenes y adolescentes – completo
10/11/2008
A FONDO
[Alfonso Méndiz,
Prof. de Cine y Publicidad,Universidad de Málaga
Colaborador de Cinemanet]
1. ¿De verdad influye el cine en mi vida?
Cuando oímos hablar de la influencia del cine en nuestras vidas, es fácil que asome a nuestros labios un rictus de escepticismo: ¡Otra vez la visión apocalíptica de las películas! Y es cierto que se ha hablado de ello con frecuencia, pero rara vez desde una perspectiva antropológica. Lo cierto es que, que desde sus orígenes, el cine ha actuado siempre como un modelo conformador de actitudes y estilos de vida, como un espejo en el que todos nos miramos para decidir nuestros modelos y nuestras pautas de comportamiento. Por eso las películas cinematográficas influyen tan notablemente en nuestra percepción de la realidad. Veamos algunos ejemplos.
Una película como Amadeus (1984) cambió por completo la imagen cultural que de Mozart tenía el gran público; lo convirtió en un genio infantil, creador de obras sublimes y —a la vez— inmaduro y zafio hasta límites insospechados. Pero no sólo cambió su imagen, sino que convirtió a ese músico de otra época en un ídolo popular y tremendamente actual, lo que provocó una auténtica “Mozart-manía”: sus CD se vendieron por decenas de millares y llegó a ser un fenómeno cultural importante a mediados de los años ochenta.
Está también el famoso caso de Vacaciones en Roma (1953). Esta película, protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck , cambió por completo la imagen deteriorada y decadente que, durante los años cuarenta, había creado el Neorrealismo italiano en torno a la Ciudad Eterna. Las películas de Rossellini, Zavattini y Vittorio de Sica difundieron un mito de decadencia; pero bastó esta cinta de William Wyler, en 1953, para que los norteamericanos volvieran a verla como “la ciudad del amor”, el símbolo de la ilusión y del romanticismo.
Más decisivo aún fue el estreno en todo el mundo de El Club de los poetas muertos (1989). Dirigida por el australiano Peter Weir , contaba la historia de un joven profesor de Literatura (Robin Williams ) que se incorpora a un elitista colegio privado en la América puritana de los cincuenta. Con sus nuevas formas de enseñanza (les hace andar por el patio, para que cada uno coja “su paso”; les anima a buscar su propia voz; les incita a ser actores, a leer poesía, a soñar con otras cosas que ganar dinero y seguir el patrón de sus mayores), se granjea la suspicacia de los directivos del colegio. Y su mensaje “Carpe diem!” —aprovecha el momento— provoca una verdadera revolución, a la par que termina en tragedia. Nadie pensaba que esta película pudiera influir en la conciencia de los jóvenes. Es más, por su temática de corte elevado (relaciones padres-hijos, libertad en la elección de la carrera, sistemas pedagógicos en conflicto) se pensó que a los chicos les aburriría, y que sólo podría interesar a padres y educadores. Bastaron unos pases previos para descubrir que la película despertaba un verdadero entusiasmo entre los adolescentes. Nuevos pases en institutos y colegios confirmaron esa tendencia, hasta el punto de que el filme era recibido como el abanderado de “la revolución docente” que los estudiantes de entonces ansiaban. Con estos datos a la vista, la productora del filme decidió cambiar por completo el marketing inicialmente previsto: se modificó el cartel, que iba a estar centrado en la figura del actor, para dar paso a los jóvenes protagonistas; se promocionó como símbolo de la rebeldía estudiantil y alcanzó un éxito entre la juventud como no se había imaginado ni de lejos.
Por otra parte, las películas no sólo han influido en nuestra imagen de la realidad: de un artista, de una ciudad o de un sistema docente. Las películas han modificado también, y mucho, nuestra actitud hacia productos concretos y nuestras pautas tradicionales de consumo.
Citaré tan solo algunos ejemplos especialmente memorables, todos ellos relacionados con la moda. En 1934, Clark Gable produjo un daño considerable a los fabricantes de ropa interior masculina cuando apareció sin camiseta en la película Sucedió una noche. Esa memorable escena recoge el momento en que, al llegar a un motel en una de las paradas del interminable viaje en autobús, se quitaba la camisa para así intimidar a la joven Claudette Colbert , que no estaba decidida a irse de la habitación. Que un ídolo como Gable vistiese —al menos en el cine— sin camiseta interior motivó que millones de americanos dejaran de usarla y, por tanto, de comprarla.
Habría que esperar diecisiete años para que Marlon Brando la recuperara en la película Un tranvía llamado deseo (1951). En ella, Brando aparece en buena parte del metraje con camiseta, pero ya no como prenda interior, sino como elemento básico de vestir, en sustitución de la camisa. A partir de entonces, y rebautizada como T-Shirt , se convertirá en el símbolo de la informalidad y el rechazo de lo establecido, gracias al personaje interpretado por dicho actor.
Algo parecido sucedió, por ejemplo, en la película Rebecca (1940). Los diseñadores de vestuario, para subrayar el carácter sencillo, tímido e introvertido de la protagonista, Jean Fontaine , la habían vestido en gran parte del metraje con una chaqueta de punto: la indumentaria típica de las campesinas de la época. Era un símbolo visual constante de su carácter de Cenicienta en un mundo aristocrático que le rechazaba Pero el éxito comercial de la película —que, además, consiguió el Oscar al mejor filme— hizo que esa prenda se pusiera de moda: pasó a ser el símbolo de lo kitsch , de lo sofisticado y moderno. La chaqueta de punto se vendió muchísimo en toda la década, e incluso llegó a ser conocida —al menos en España— con el nombre de la protagonista y del filme: Rebeca.
Por último, tal vez el caso más famoso de modificación de hábitos de consumo —y seguimos en el sector de la moda— la propició James Dean en la película Rebelde sin causa (1955). En buena parte de las secuencias, su indumentaria básica es una cazadora: una prenda concebida —como su nombre indica— para las monterías y situaciones de caza. Pero la constante asociación del actor con esa prenda concreta, motivó la adhesión de los jóvenes a esa pieza y convirtió a la cazadora en todo un símbolo de la rebeldía juvenil (1)
2. El cine como factor de socialización
En el primer capítulo vimos algunos ejemplos relevantes de cómo una película cambia pautas de comportamiento, de consumo o de percepción de la realidad. Vamos a ahondar ahora en las razones de esa influencia en los valores y en las pautas de conducta.
El punto de partida es que el cine es hoy —lo ha sido casi desde su nacimiento— el medio de educación informal más poderoso que tenemos. Ya en 1917, durante la época del cine mudo, el Consejo Nacional de Moral Pública del Reino Unido publicaba un informe titulado El cine: situación actual y posibilidades futuras, en el que se decía: “Puede dudarse si somos lo suficientemente conscientes de la fuerza y consistencia con que las salas de exhibición cinematográfica han atrapado a las gentes de este país. El resto de otras formas recreativas atraen como mucho a una pequeña parte de la comunidad; el magnetismo del cine, en cambio, es universal. En el transcurso de nuestra investigación hemos quedado impresionados por la evidencia, traída ante nuestros ojos, de la profunda influencia que el cine ejerce sobre el punto de vista intelectual y moral de millones de jóvenes” (2).
Quizás esta afirmación pueda ser juzgada de catastrofista, pero lo cierto es que ha sido proclamada y defendida con periódica insistencia por diversos teóricos del Séptimo Arte. En la actualidad, ese juicio podría resultar aún más justificado por la creciente indiferencia respecto de los valores que se observa en la educación escolar y familiar. Como señalan Blumer y Hauser: “la influencia del cine parece ser proporcional a la debilidad de la familia, la escuela, la Iglesia y el vecindario. Allí donde las instituciones que tradicionalmente han transmitido actitudes sociales y formas de conducta han quebrado (…), el cine asume una importancia mayor como fuente de ideas y de pautas para la vida” (3).
Por lo que respecta a la educación reglada, es cierto que, cada vez más, los profesores se limitan a instruir —transmitir conocimientos— y renuncian a educar: transmitir un modelo de vida, unos valores, un ideal de comportamiento; y ello por temor a ser criticados de “imponer sus creencias” a los alumnos. Ante esta crisis en la educación y en los valores, el cine adquiere cada vez más protagonismo como instancia educativa de los jóvenes: él es el que dice a los jóvenes cómo deben comportarse y actuar, cuáles deben ser las relaciones familiares y de pareja, dónde está el bien y el mal, en qué consisten la felicidad y el fracaso personal. Una película como Titanic, que fue vista en los cines por 10’8 millones de espectadores en nuestro país (uno de cada cuatro españoles), ha influido sobre la consideración del noviazgo, el compromiso y las relaciones prematrimoniales más que todas las explicaciones en el aula sobre estas materias.
Y es que, en el fondo, subyace el problema de la autoridad en la educación. Ante la indiferencia o la desorientación de los mayores, los jóvenes otorgan actualmente más autoridad espistemológica (conocimiento de la realidad) y más autoridad deontológica (cómo debería ser la realidad) a las películas que a las clases de ética y de moral en la escuela, a las conversaciones orientadoras con sus padres y hermanos, y hasta la evidencia
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