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La tipologia del texto


Enviado por   •  27 de Abril de 2019  •  Documentos de Investigación  •  1.106 Palabras (5 Páginas)  •  105 Visitas

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UNIVERSIDAD DON BOSCO

“Expresión Oral y Escrita”

La tipología de los textos

Integrantes:

Cesar Adolfo Castillo Moya                         CM110754

Milton Gerardo Alfaro Henríquez                AH191924

 Lic. Carlos Marín

Grupo teórico 06

Grupo de trabajo 0001

Jueves 25 de abril del 2019

LA BOTIJA

José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera.

Petrona Pulunto era la mamá de Pashaca:

—¡Hijo: abrí los ojos; ya hasta el color que tienes se me olvidó!

José Pashaca pujaba, y a lo mucho se movía.

—¿Qué quiere, mama?

—¡Es necesario que trabajes en algo, ya estas de haragán!

—¡Ah bueno!...

Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando.

Un día entró Ulogío Isho con un cuento.  Era un como sapo de piedra, que se había hallado

arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos.

—¡Qué feo este baboso! —llegó diciendo. Se carcajeaba—; ¡meramente el tuerto Cande!...

Y lo dejó, para que jugaran los cipotes de la María Elena.

Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo:

—Estas cositas son obra de antes, de los abuelos de nosotros. En las aradas se encuentran en gran cantidad. También se hallan botijas llenas de oro.

José Pashaca se dignó arrugar la piel que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la

frente.

—¿Cómo es eso, no Bashuto?

Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande como una sandalia, y así sonora.

—Cuestiones de la suerte, hombre. Vos vas arando y de repente pegas en el recipiente, y

Ya estuvo; te haces de plata. Y

—Ah!, ¿en serio, no Bashuto?

—¡Es en serio!

Bashuto se prendió al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. En seguida contó

mil hallazgos de botijas, todos los cuales "él había presenciado con estos ojos". Cuando se fue, se fue sin

darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras.

Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió bananos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de un arado y empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar.

Trabajaba sin trabajar —por lo menos sin darse cuenta— y trabajaba tanto, que las horas fuertes le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco.

Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta atención, que parecía como si entre los montones de tierra hubiera ido dejando sembrada el alma. Para que nacieran perezas; porque eso sí, Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle.

Él no trabajaba. Él buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen ruido cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a espiar detrás de lo del doctor Martínez, que son los llanos que topan al cielo.

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