Las Cosas Que No Nos Dijimos

Por el título podrías creer que es otra de esas historias románticas, pero el autor francés termina sorprendiéndote con una historia de ficción bastante

distinta a las demás demostrándote porque es uno de los autores más leídos de su país.

En esta obra nuestro autor recurre al tema de la muerte, la vida, los límites entre ellas y los efectos que nos producen, temas que para nosotros los humanos son todavía de alguna forma desconocidos.

Las cosas que no nos dijimos narra una historia de amor poco convencional. Julia es una chica que reside en Nueva York, podemos decir que tiene su vida resuelta y está a punto de casarse con el supuesto hombre de su vida, cuando por sorpresa le notifican que su padre, una persona que siempre estuvo ausente durante gran parte de su vida, había fallecido en la ciudad de París y que sus funerales se celebrarían el mismo día que ella tenía planeado casarse. Es en ese punto donde el libro llama totalmente la atención del lector, pero no es hasta un poco después donde se la da una vuelta a la historia; Es ahí donde procedes a llevarte por tu imaginación y te dejas atrapar por lo estás leyendo, o te quedas con la simple percepción de la lectura y la dejas la lectura hasta ahí.

Tras recibir la triste noticia, Julia recibe en su departamento una enorme caja, que contiene un humanoide, o más bien un robot idéntico a su padre, cuando leía esa parte mi mente se imaginaba la cara de sorpresa que pudo tener Julia en ese momento, trate de comprender como estaría construido el tal robot para que fuera igual a su padre… Al encenderse, el humanoide le explica que gracias a la tecnología y a las inversiones del difunto Anthony Walsh (su padre) en una empresa de robótica, fue posible construir ese prototipo, una pseudo persona, idéntica exteriormente al que en vida fue su padre y con toda la memoria del mismo en sus circuitos, construido con la finalidad de que padre e hija, tengan una segunda oportunidad después del distanciamiento años atrás.

Pero, el robot solo funcionaría por seis días, porque es lo que duraría la batería y porque éticamente, no es posible prolongar la vida de los muertos para siempre, aunque sea a través de robots. La decisión queda en Julia, de ella depende si pasará esos seis días con la memoria de su padre o si solo apagará el robot.

La historia termina siendo muy afectuosa, porque no solo nos narra la relación quebrantada entre un padre y su hija, la lectura nos va explicando por qué fue el distanciamiento y cómo en el pasado se encuentra la clave para el presente. El libro nos habla del amor, en el más amplio sentido de la palabra, nos muestra la capacidad que tiene el ser humano para hacer hasta lo imposible para regalar felicidad a sus seres amados.

Al leer la novela, te es inevitable realizarte ciertos cuestionamientos, especialmente si tienes seres queridos que ya no están contigo. ¿Qué podrías haber dicho? ¿Qué pudiste hacer? ¿Qué harías diferente? Siempre quedan cosas por decir, tal y como queda explícito en el título de este libro, y la oportunidad de comunicar estas cosas claramente es improbable. El ejercicio de razonar qué cosas te gustaría saber o indagar de la vida de aquellos que formaron parte de tus días y ya no están contigo no deja de ser interesante e inquietante. La sorpresa principal es muy buena, las cartas de Tomas y de la madre de Julia, las ocurrencias del padre y el mal humor de Julia; de alguna forma tierno. Una obra donde terminas odiando a ciertos personajes, pero al final vas cogiéndoles cariño.

Conclusión.

Me gustan este tipo de historias porque permiten, de cierta manera, desplegar muchos elementos, destacar la evolución de los personajes y jugar con los contrastes entre pasado y presente.

Este libro no podemos

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