Lo que pudo ser
yeimisonSíntesis25 de Octubre de 2018
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Lo que pudo ser
Álvaro sabe que su madre pudo haber sido grande: se lo dice la letra que tiene cuándo le escribe las notas para el liceo. Una letra corrida y cursiva; bella, como la de una ejecutiva. Sabe también que su padre pudo haber sido un gran contratista o el trabajador de una constructora, o un ingeniero civil exitosísimo: eso se lo dice la expresión de su cara cuando mira los edificios, y la arruga en la frente cuando miraba las construcciones. No sabe bien si eso es lo que ellos querían hacer, pero sabe que hubieran sido geniales en eso.
Su madre pudo haber sido una artista, también, lo sabe por los dibujos de las servilletas, y de las hojas de los cuadernos de su hermana, y de todo lo que toca cuando tiene un lápiz. Su padre pudo haberse dedicado a cantar, lo hace con voz alta y clara, buena, como un tenor: esa es la voz que hace que los de arriba se metan con él cuando va al colegio, y que las regaladas de al lado le pregunten (una y mil veces) a qué hora sale de trabajar su papá, y si no quiere una nueva mamá.
Pudo haber sido boxeador también, lo sabe por la forma en que los golpea a él y a su madre cuando se gasta en ron la plata del mercado. Tiene un excelente gancho derecho, siempre lo deja viendo estrellitas, y siempre tiene que volver a levantarse y cubrir a su madre, que sólo alza los brazos y se protege como puede. Ella no puede pelear, ella habría servido para ser actriz o abogada, porque es buenísima para mentir: siempre miente, siempre le dice que lo dejará, y a la mañana que no puede dejarlo; ya no.
“Hay demasiadas cosas de por medio… algún día lo entenderás” le dice mientras se maquilla la cara, él también tiene moretones, pero los de él no importan, se confunden con los de las peleas de la escuela, cuando pelea con los que se meten con él, no siempre gana, pero lo prefiere a que se metan con él, odia que se metan con él, odia que le recuerden lo que pasa en su casa, y como las palabras de las maestras le recuerdan ese tonto “algún día lo entenderás”.
Y Álvaro tiene doce años entonces, y no entiende, pero tampoco quiere entender.
Su madre también pudo haber sido corredora, o atleta, o de esa gente que corre cien metros en las olimpiadas: corre escaleras arriba cuando llega del trabajo, corre a hacer la comida y bañarse; antes de que llegue su padre al que tanto ama, y llega a gritarles a él y a su hermana porque no han terminado de limpiar lo que sea. Su hermana es buena en la escuela, saca buenas notas y le pone empeño a las tareas, por eso a veces no limpia, y él siempre termina peleando cuando su madre le grita, odia los gritos, y odia que le grite a su hermana que tiene oportunidad de salir del barrio y ser algo más grande.
Él no la tiene: Álvaro sabe que no. Es patético en la escuela y ningún equipo deportivo contrata a alguien cicatrizado hasta la metra, que pelea en la escuela y tiene tantos problemas, pero a él no le importa matarse con todo el barrio con tal que no se metan con Marta. Marta va a ser alguien en la vida aunque él tenga que matar a todos los cuervos del barrio que quieren arruinarla.
Cumple veintiuno y consigue un arma “por protección”, porque las peleas le han pasado factura y ya le han intentado dar entre cinco y más, porque su novia le puede volver loco en cualquier momento; ya no vive con sus padres pero cuida a Martha, que va a ser alguien en la vida aunque él tenga que morir por ello.
Martha tiene la letra de su madre, de ejecutiva, y un gancho derecho como el de su padre para golpear a los cuervos ella misma antes de que él llegue, Martha cuenta números como una loca y se va a graduar con honores, ella dibuja en las servilletas y corre como una ratita de lo rápido que va, y siempre es lo bastante rápida para esquivar el peligro y a los pocos malandros que no tienen miedo de él.
Y Martha no tiene novio, ningún novio con vocación de boxeador que la deje preñada antes de terminar el liceo, y que tire sus dibujos en servilletas, su letra de ejecutiva y sus números de ingeniera loca al ático de lo que pudo ser.
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