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Nicolas Enfermo


Enviado por   •  22 de Abril de 2013  •  1.397 Palabras (6 Páginas)  •  239 Visitas

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Estoy enfermo

Me encontraba muy bien ayer, y la prueba es que me comí montones de caramelos, de bombones, de pasteles, de patatas fritas y de helados, y por la noche, me pregunto, porqué, así de repente, me puse muy malo.

El médico vino esta mañana. Cuando entró en mi cuarto lloré, más por costumbre que por otra cosa, porque conozco muy bien al médico y es terriblemente amable. Y, además, me encanta cuando pone la cabeza en mi pecho, porque está todo calvo y veo su cráneo que brilla justo debajo de mi nariz, y es divertido. El médico no se quedó mucho tiempo, me dio un cachetito en la mejilla y le dijo a mi mamá:

-Póngale a dieta y, sobre todo, que se quede en cama, que descanse.

Y se marchó. Mamá me dijo:

-Ya has oído lo que dijo el médico. Espero que seas muy bueno y obediente.

Yo le dije a mi mamá que podía estar tranquila. Es cierto, quiero mucho a mi mamá y le obedezco siempre. Vale más así, porque si no, se arman líos.

Cogí un libro y empecé a leer; era estupendo, con ilustraciones por todas partes, y hablaba de un osito que se perdía en un bosque donde había cazadores. A mí me gustan más las historias de vaqueros, pero tía Pulqueria, en todos mis cumpleaños, me regala libros llenos de ositos, de conejitos, de gatitos, de toda clase de animalitos. A la tía Pulqueria le debe gustar eso.

Estaba leyendo, allí donde el lobo malo iba a comerse al osito, cuando entró mamá, seguida por Alcestes. Alcestes es mi compañero, ese que es muy gordo y come sin parar.

- Mira, Nicolás –me dijo mamá-, tu amiguito Alcestes ha venido a hacerte una visita. ¿Verdad que es muy amable?

- ¡Hola, Alcestes! –dije-. ¡Es fenómeno que hayas venido!

Mamá empezó a decirme que no había que decir “fenómeno” todo el tiempo, cuando vio la caja que Alcestes traía bajo el brazo preguntó:

-¿Qué llevas ahí, Alcestes?

-Bombones- contestó Alcestes.

Mamá entonces le dijo a Alcestes que era muy amable, pero que ella no quería que me diera los bombones, porque yo estaba a dieta. Alcestes le dijo a mi mamá que no pensaba darme los bombones, que los había traído para comérselos él y que si yo quería bombones tenía que ir a comprar, eso es, sin bromas. Mamá miró a Alcestes asombrada, suspiró y después salió, diciéndonos que nos portáramos bien. Alcestes se sentó al lado de mi cama y me miraba sin decir nada, comiéndose sus bombones. Me daba mucha envidia.

-Alceste -le dije-, ¿me das bombones?

-¿No estás enfermo? –me contestó Alcestes.

-Alcestes, no eres muy fenómeno –le dije.

Alcestes me dijo que no había que decir fenómeno y se metió dos bombones en la boca, y entonces nos pegamos.

Mamá llegó corriendo y no parecía muy contenta. Nos separó, nos regañó y después le dijo a Alcestes que se marchara. A mí me fastidiaba ver marcharse a Alcestes, lo pasábamos bien los dos juntos, pero comprendí que valía más no discutir con mamá, no tenía cara de bromear. Alcestes me estrechó la mano, me dijo hasta la vista y se fue. Yo quiero mucho a Alcestes, es un buen compañero.

Cuando mamá miró mi cama se puso a gritar. Hay que decir que al pelearnos Alceste y yo, aplastamos algunos bombones en las sábanas, y también los había en mi pijama y en mi pelo. Mamá me dijo que yo era insoportable y cambió las sábanas y me llevó al baño, donde me frotó con una esponja y agua de colonia, y me puso un pijama limpio, el azul de rayas. Después mamá me acostó y dijo que no la molestara más. Me quedé solo y volví a mi libro, el del osito. El lobo malo no se comió al osito, porque un cazador mató al lobo, pero ahora había un león que quería comérselo, y él no veía al león, porque estaba ocupado comiendo miel. Todo eso me daba cada vez más hambre. Pensé en llamar a mamá, pero no quería que me regañara, me había dicho que no la molestara y entonces me levanté para ir a ver si había algo bueno en la nevera.

Había un montón de cosas buenas. Se come bien en mi casa. Cogí en los brazos un muslo de pollo, está bueno frío, pastel de nata y una botella de leche.

-¡Nicolás! –oí gritar a mis espaldas.

Me asusté y lo solté todo. Era mamá, que había entrado en la cocina y que sin duda no se esperaba encontrarme allí. Yo lloré, por si las moscas, pero mamá tenía pinta de estar enfadadísima. Entonces mamá ni dijo nada, me llevó al cuarto de baño, me frotó con la esponja y la colonia y me cambió de pijama, porque la leche y el pastel de nata habían dejado manchas en el que llevaba puesto. Mamá me puso el pijama rojo de cuadros y me mandó a acostarme a toda velocidad, porque tenía que limpiar la cocina.

Cuando volví a la cama no quise coger el libro del osito al que todos querían comerse. Estaba harto de ese imbécil de oso que me hacía cometer tonterías. Pero no era nada divertido quedarme así, sin hacer nada, y entonces decidí dibujar. Fui a buscar todo lo que necesitaba al despacho de papá. No quise coger las bonitas hojas de papel blanco con el nombre de papá escrito en letras brillantes en una esquina, porque me regañarían; preferí tomar papeles donde había algo escrito por el lado y seguramente no servían ya. También agarré la pluma vieja de papá, ésa que no usa para nada.

Volví a toda prisa a mi cuarto y me acosté. Empecé a dibujar cosas formidables: barcos de guerra que se peleaban a cañonazos con aviones

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