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Nunca Sera Uno De Mis Muertos


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2013  •  1.146 Palabras (5 Páginas)  •  219 Visitas

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Nunca será uno de mis muertos

Nada como el dolor físico para recordarnos nuestra transitoriedad. Para acercarnos, sin anestesias intelectuales, a la idea de la muerte.

Luego de haber sido abaleado junto a Ricardo Laverde, Antonio Yammara vivirá meses bajo los estragos de un sufrimiento corporal al que se le suman el miedo y el desconcierto. También la reflexión y la rabia. Su prolongada convalecencia en la clínica, y su posterior recuperación junto a su esposa Aura y su pequeña hija Leticia, muestran no sólo a un hombre enfermo, sino extraviado. Un hombre sin asideros. Su vida ha dado un giro inesperado, casi fatal, y Yammara apenas puede entender los hechos recientes desde el dolor y el temor a la muerte. En ese sentido, se integra por vía del padecimiento con el malestar de su época, pues “el miedo era la principal enfermedad de los bogotanos de mi generación”, según palabras de su médico. La enfermedad lo vuelve un ser atormentado, y lo conduce a un estado de inseguridad y vergüenza. Su cojera no sólo es física, sino metafísica; su disfunción, el equivalente orgánico de su caída. “Quiero catar silencio, non curo de compaña”, son los versos de León de Greiff que cita Yammara para que lo dejen en paz. Por eso rechaza la compañía de sus padres, pierde el respeto de sus alumnos y trata duramente a su esposa Aura cuando ésta trata de brindarle aliento. Las palabras de consuelo de sus seres cercanos le resultan, más que incómodas, ajenas. Para el enfermo, los otros pertenecen al mundo de los sanos, de la estabilidad y las certezas. Los otros le recuerdan aquello que a él le falta. De modo que el esfuerzo de Yammara por reintegrarse a su vida doméstica es una tarea fallida; una aporía. Pronto se da cuenta de que la vida que tuvo antes del accidente se ha atrofiado, o que tal vez él ya no pertenece a las personas y a los lugares que hasta ese momento han formado parte de su mundo. Algo de su vida se ha detenido en la muerte –y en el pasado– de Laverde. Es allí donde debe buscar y buscarse: en el ámbito incierto de ese otro cuya fantasmal presencia es también una forma de alteridad.

“Toda metafísica comienza con una angustia del cuerpo”, pensaba Cioran. Y esa metafísica se traduce, para Yammara, en investigar la vida del ex aviador que murió a su lado en una calle de Bogotá en 1996. Dos años después del asesinato, el íngrimo signo de interrogación colocado en el diario que su médico le sugiere escribir, es el punto de partida de esa búsqueda aún no definida del todo en su conciencia. Se produce entonces el primer desvío, casi de manera predestinada, hacia el lugar del crimen. Esa zona de la ciudad –el barrio de La Candelaria– que permanece inalterable al paso de los años. Un espacio con el que Yammara comparte un mismo estado de parálisis temporal, pero donde se siente menos aislado y perdido, como si la angustia cediera ante el deseo de saber, de explorar en lo ignoto. Por eso se abrirá frente a los desconocidos y no frente a sus seres más cercanos, porque nada de lo que hasta entonces le era familiar puede aliviar o explicar su abatimiento. Una vez allí, Yammara sabe que el siguiente paso es ir a la casa donde vivió Laverde antes de morir: desandar el camino que

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