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Ortografia


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2013  •  1.832 Palabras (8 Páginas)  •  422 Visitas

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PRÁCTICA DE LOS SIGNOS DE PUNTUACIÓN

1. Trate de leer, en voz alta, el siguiente fragmento de un trabajo de Gabriel

García Márquez. En él se han omitido todos los signos de puntación.

Tenía cinco años cuando mi abuelo el coronel me llevó a conocer los

animales de un circo que estaba de paso en Aracateca el que más me llamó la

atención fue una especie de caballo maltrecho y desolado con una expresión

de madre espantosa es un camello me dijo el abuelo alguien que estaba cerca

le salió al paso perdón coronel le dijo es un dromedario puedo imaginarme

ahora cómo debió sentirse el abuelo de que alguien lo hubiera corregido en

presencia del nieto pero lo superó con una pregunta digna

Cuál es la diferencia

No la sé le dijo el otro pero éste es un dromedario

El abuelo no era un hombre culto ni pretendía serlo pues a los catorce años

se había escapado de la clase para irse a tirar tiros en una de las incontables

guerras civiles del Caribe y nunca volvió a la escuela pero toda su vida fue

consciente de sus vacíos y tenía una avidez de conocimientos inmediatos que

compensaban de sobra sus defectos

Aquella tarde del circo volvió abatido a la casa y me llevó a su sobria oficina

con un escritorio de cortina un ventilador y un librero con un solo libro enorme

lo consultó con una atención infantil, asimiló las informaciones y comparó los

dibujos y entonces supo él y supe yo para siempre la diferencia entre un

dromedario y un camello al final me puso el mamotreto en el regazo y me dijo

Este libro no solo sabe todo sino que es el único que nunca se equivoca

Era el diccionario de la lengua

Léalo ahora en voz alta; ya se han incluido todos los signos de puntuación.

Tenía cinco años cuando mi abuelo el coronel me llevó a conocer los

animales de un circo que estaba de paso en Aracateca. El que más me llamó

la atención fue una especie de caballo maltrecho y desolado con una expresión

de madre, espantosa. “Es un camello”, me dijo el abuelo. Alguien que estaba

cerca le salió al paso. “Perdón, coronel”, le dijo. “Es un dromedario”. Puedo

imaginarme ahora cómo debió sentirse el abuelo de que alguien lo hubiera

corregido en presencia del nieto, pero lo superó con una pregunta digna:

― ¿Cuál es la diferencia?

― No la sé ― le dijo el otro―, pero éste es un dromedario.

El abuelo no era un hombre culto, ni pretendía serlo, pues a los catorce años

se había escapado de la clase para irse a tirar tiros en una de las incontables

guerras civiles del Caribe, y nunca volvió a la escuela. Pero toda su vida fue

consciente de sus vacíos, y tenía una avidez de conocimientos inmediatos que

compensaban de sobra sus defectos.

Aquella tarde del circo volvió abatido a la casa y me llevó a su sobria oficina

con un escritorio de cortina, un ventilador y un librero con un solo libro enorme.

Lo consultó con una atención infantil, asimiló las informaciones y comparó los

dibujos, y entonces supo él y supe yo para siempre la diferencia entre un

dromedario y un camello. Al final me puso el mamotreto en el regazo y me dijo:

Este libro no solo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca.

Era el diccionario de la lengua (...)

2. Reflexione acerca de lo que se nos quiere advertir, con sentido del humor,

en cada uno de los siguientes incisos:

a. Un rey ordena de palabra a su escribiente, para eliminar a un reo, la

redacción de esta nota: “Perdón imposible; que cumpla su condena”.

El escribiente, compasivo, prefiere salvar la vida del reo y redacta la

nota, cambiando la puntuación de este modo: “Perdón; imposible que

cumpla su condena”.

Y de esta forma, el reo salvó la vida.

b. El hombre perdió la coma, empezó a temer a las oraciones complejas,

buscó frases más sencillas. Frases sencillas implicaron pensamientos

sencillos.

Después, perdió el signo de exclamación y comenzó a hablar en voz

baja, monótonamente. No le alegraba ni le indignaba nada, todo lo tenía

sin cuidado.

Más tarde, perdió el signo de interrogación y dejó de formular preguntas;

ningún acontecimiento le despertaba curiosidad, ya sucediera en el

Cosmos, en la Tierra o, incluso en su propio hogar.

Luego de un par de años perdió otro signo de puntuación –los dos

puntos– y dejó de explicar a la gente su conducta.

Hacia el final de su vida no le quedaron más que las comillas. No

expresaba ninguna idea propia sino que siempre citaba a otros... Así que

se desacostumbró a pensar

...

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