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Ortografia


Enviado por   •  27 de Febrero de 2015  •  792 Palabras (4 Páginas)  •  2.293 Visitas

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Aquel era su secreto. Su secreto. ¡Qué raro que llegara ahora el recuerdo! Berlín. La infancia. El campo de los domingos había tomado un aspecto agitado y pintoresco. Y allí estaba emplazado “su secreto”. Las bicicletas rodaban por los senderos. El que se ahogo tenía una muy linda. Había muchachas con las piernas desnudas –esas fragantes piernas alemanas- que correteaban, no solo por las carreteras, sino por los senderos y entre los árboles, sobre el césped del Grunewald. Verde y blanco. El careto no tenía entonces ningún apodo. Se llamaba Óscar e iba con sus padres. La madre hacia pasteles de manzana y los envolvía en servilletas calientes. A él le molestaba el camino de ida porque había que tener cuidado con todo aquello. Un día Karl –ah, sí, se llamaba Karl- cayó al agua y se ahogo. ¿Cayó? ¿Lo empujo alguien? ¿Lo empujo él? En aquella edad asexuada se querían románticamente. Lo había empujado, si. Y este era su secreto.

Ramón J. Sender: Epitalamio del prieto Trinidad

-Mi teoría, explico- es la siguiente: la novela policial representa en el siglo veinte lo que la novela de caballería en la época de Cervantes. Mas, todavía: creo que podría hacerse algo equivalente a Don Quijote: una sátira de la novela policial. Imaginen ustedes un individuo que se ha pasado a vida leyendo novelas policiales y que ha llegado a la locura de creer que el mundo funciona como una novela de Nicholas Blake o de Ellery Queen. Imaginen que ese pobre tipo se larga finalmente a descubrir crímenes y a proceder en la vida real como procede un detective en una de esas novelas. Creo que se podría hacer algo divertido, trágico, simbólico, satírico y hermoso.

Ernesto Sábato: El túnel

Algunas tardes paseaban con la marce y el cabo Argimiro, pese a que los galones del cabo intimidaban a la muchacha. Tenía su autoridad. Pero mas que su autoridad temía que un día la ejerciese y sorprendiese al picaza con la veta mala. El picaza, en cambio, se permitía embromar al cabo sin consideración a sus galones. En alguna ocasión se mostro tan audaz, que la Desi se ofusco, toda, esperando un alboroto. No obstante, el cabo Argimiro, que era mas largo que una peseta de tripas, por mas que ello no se lo refrotase a la marce, tenia correa para rato. Y con el picaza no hacia malas migas. Algunas veces la Desi les había visto darse de

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