Oscar Wilde
josegar25 de Febrero de 2013
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-Os estoy esperando -gritó Hallward -. Venid. Hay una luz perfecta en
este momento. Podéis traer vuestros refrescos.
Levantáronse, y perezosamente se dirigieron hacia el estudio. Dos
mariposas, verdes y blancas, pasaron revoloteando junto a ellos,
mientras en el peral, que cr
ecía en un ángulo del jardín, comenzaba a
cantar un tordo.
- ¿Se alegra usted de haberme conocido? -preguntó Lord Henry,
mirándole.
-Sí; ahora me alegro. Pe
ro ¿será siempre así? - ¿Siempre? ¡Palabra
tremenda! ¡Cada vez que la oigo me estremezco! ¡Las mujeres son tan
aficionadas a emplearla! Echan a perder todas las novelas por su
empeño en hacerlas eternas. Por otra parte, es una palabra sin
sentido. La única diferencia
entre un capricho y una pasión para toda
la vida, es que el capricho dura un poco más.
Al ir a entrar en el estudio, Dorian Gray puso su mano en el brazo de
Lord Henry.
-En ese caso, que nuestra amistad sea un capricho -murmuró,
ruborizándose de su atrevimiento.
Y subiendo de nuevo a la tarima recobró su pose.
Lord Henry se dejó caer en un amplio sillón de mimbre, y quedó
absorto en su contemplación. El ir y venir del pincel sobre el lienzo era
el único rumor que quebraba
el silencio, excepto cuando, de tiempo en
tiempo, retrocedía Hallward unos pasos para juzgar el efecto de su
trabajo. En medio de los rayos oblicuos de sol que entraban por la
puerta abierta danzaba un polvillo dorado. El aroma pesado de las
rosas parecía envolverlo todo.
Al cabo de un cuarto de hora, dejó de pintar Hallward; contempló
durante largo rato a Dorian
Gray, y luego el retrato, mordiscando la
punta de uno de sus grandes pinceles, las cejas contraídas.
- ¡Terminado! -exclamó al fin, y agachándose escribió su nombre en el
ángulo izquierdo del lienzo en grandes letras bermellón.
Acercóse Lord Henry para examinar el retrato. Indudablemente era
una maravillosas obra de arte, y de un parecido también maravilloso.
-Querido Basil, te felicito calurosamente -dijo -. Es el retrato más
hermoso de estos tiempos. Acérquese usted, Mr. Gray, y
contémplese.
Estremecióse el adolescente, como si despertara de un sueño.
- ¿Está completamente terminado? -murmuró, bajando de la tarima.
-En absoluto -repuso el pintor -. Y hoy has posado espléndidamente.
Te estoy agradecidísimo.
-Eso me lo debes a mí -interrumpió Lord Henry -. ¿Verdad, Mr.
Gray?
Sin contestar, negligentemente, Dorian fue a situarse frente al
retrato. Cuando lo vio dio
un paso atrás, y sus mejillas enrojecieron un
momento de satisfacción. Sus ajos brillaron de alegría, como si
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-Lo creo, Basil. Tú quieres tu arte más que a tus amigos. Para ti no
valgo más que cualquiera de esas figulinas de bronce verde. Y aun
puede que no tanto.
El pintor le miró con asombro. ¿Cómo podía Dorian hablar así? ¿Qué
había sucedido? Parecía profundamente irritado. Tenla el rostro
encendido y las mejillas ardiendo.
-Sí -continuó-, soy menos para
tí que tu Hermes de marfil o tu fauno
de plata. A ellos siempre los querrás igual. ¿Cuánto tiempo me querrás
a mi? Hasta que me salga la primera arruga, sin duda. Ahora sé que,
cuando se pierde la belleza, sea grande o pequeña, se pierde todo.
Ese retrato me lo ha enseñado. Lord Henry Wotton tiene razón. La
juventud es la única cosa del mundo digna de ser codiciada. Cuando
me dé cuenta de que estoy envejeciendo, me mataré.
Hallward palideció y le cogió la mano.
- ¡Dorian! ¡Dorian! -exclamó -. No hables así. Nunca he tenido un
amigo como tú, y nunca tendré otro semejante. Tú no puedes tener
celos de una cosa puramente material, ¿no es cierto?; tú, que eres
más hermoso que todas.
-Tengo celos de todo aquello cuya belleza no muere. Tengo celos de
ese retrato que has pintado. ¿Por qué tiene él que conservar lo que
yo tengo que perder? Cada momento que pasa me quita algo a mí para
dárselo a él. ¡Oh, si siquiera fuese al revés! ¡Si el retrato pudiera
cambiar en lugar mío, y yo permanecer tal como soy ahora! ¿Por qué
lo has pintado? ¡Día llegar
á en que se burle de mí.. en que se burle
cruelmente! Sus ojos se arrasaron en lágrimas candentes, sus manos
se retorcían. Arrojándose
sobre el diván, escondió el rostro en los
almohadones, como si estuviese rezando.
-Mira tu obra, Harry -dijo el pintor amargamente.
Lord Henry se encogió de hombros.
-Ese es el verdadero Dorian Gray, simplemente.
-No lo es.
-Si no lo es, ¿qué tengo yo que ver con ello? - ¡Si te hubieses ido
cuando te lo indiqué! -dijo el pintor entre dientes.
-Me quedé cuando me lo rogaste -replicó Lord Henry.
-Harry, no voy a reñir con mis dos mejores amigos al mismo tiempo;
pero entre ambos me habéis
hecho aborrecer la obra mejor de mi vida,
y voy a destruirla. ¿Qué es, al fin y al cabo, sino lienzo y pintura? No
quiero que venga a interponerse entre nuestras tres vidas y a
echarlas a perder.
Dorian Gray levantó la cabez
a de los almohadones y, pálido el rostro y
los ojos bañados en lágrimas, te miró dirigirse hacia la mesa de pintor,
situada ante el ventanal. ¿Qué iría a hacer? Sus dedos erraban entre
el desorden de tubos y pinceles, buscando algo. Sí, era la espátula,
de hoja larga y flexible de acero. Al fin la encontró. ¡Iba a destrozar el
lienzo!
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Con un sollozo ahogado se puso en pie el adolescente, y, corriendo
hacia Hallward, le arrancó de la mano la espátula, que tiró al otro
extremo del estudio.
- ¡No, Basil, no! -gritó -. ¡Sería un asesinato! Celebro que al fin
aprecies mi obra, Dorian -dijo el pintor fríamente, reponiéndose de la
sorpresa -. Nunca lo hubiera esperado.
- ¿Apreciarla? La adoro, Basil. Es como parte de mí mismo.
-Bueno, pues en cuanto
estés seco, serás barnizado y enviado a tu
casa. Entonces, podrás hacer contigo lo que gustes.
Y, atravesando la habitación, tocó el timbre para que trajesen el té.
-Tomarás una taza de té,
¿verdad, Dorian? ¿Y tú, Harry, también? ¿O
presentáis alguna objeción a placeres tan sencillos? -Yo adoro los
placeres sencillos -dijo Lord Henry -. Son el último refugio de los
hombres complicados. Pero
no me gustan las escenas fuera del teatro.
¡Qué par de seres absurdos sois! Me asombra que hayan definido al
hombre como un animal racional. ¡Definición prematura, si las hay! El
hombre es todo lo que se quiera, menos racional.
Y yo, por mi parte, me alegro de que no lo sea. Aunque no por eso
deje de parecerme grotesco que os pongáis a reñir con motivo del
retrato.
Habrías hecho mucho mejor en cedérmelo, Basil. Este niño absurdo no
lo necesita para nada, y yo sí.
- ¡Si se los das a otro que a mí
, Basil, no te lo perdonaré en mi vida!-
exclamó Dorian Gray -; y no
tolero a nadie que me llame niño absurdo.
-Ya sabes que el cuadro es tuyo, Dorian. Te lo di antes de que
existiese.
-Y también sabe usted que se ha portado como un niño absurdo, Mr.
Gray, y que no tiene usted por qué molestarse de que le recuerden
que es sumamente joven.
-Esta mañana me habría molestado en extremo, Lord Henry.
- ¡Ah, esta mañana! De entonces acá ha vivido usted mucho.
Llamaron ala puerta, y entró el mayordomo con el servicio de té, que
colocó encima de una mesi
ta de laca. Hubo un rumor de tazas y
platillos y el silbar de una acanalada tetera de Georgia. Un criado trajo
dos fuentes de porcelana c
ubiertas. Dorian Gray se levantó a servir el
té, y los dos amigos se acercaron indolentemente a la mesa e
investigaron lo que había bajo las coberteras.
-Vamos al teatro esta noche -dijo Lord Henry -. Seguramente hay
algo nuevo. Yo había prometido ir a cenar con los White; pero como
se trata de un amigo de confianza, puedo avisarle diciéndole que
estoy malo, o que un compromi
so posterior me impide ir. Sí; me parece
que esta última sería una
excusa
...