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Oscar Wilde


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2012  •  Informes  •  3.844 Palabras (16 Páginas)  •  366 Visitas

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La importancia de ser formal

Comedia trivial para gente seria

Oscar Wilde

Traducción de Julio Gómez de la Serna

Nota del traductor

Hoy damos por primera vez en castellano La importancia de ser formal sin

deformaciones ni cortes, íntegramente, habiendo intentado paso a paso y hasta donde era

posible, por respeto al autor y al lector, españolizarla literalmente(1). Esta deliciosa comedia

fue estrenada en Londres por la compañía que regentaba Mr. George Alexander, la noche del

14 de febrero de 1895, en el pequeño y elegante teatro de St. James. Wilde la tituló The

importance of being earnest, haciendo un gracioso juego con las palabras earnest, formal,

serio, y Earnest, Ernesto, que suenan en inglés exactamente lo mismo, a pesar de su

ortografía diferente. Y en realidad, como comprobará el lector en el curso de la comedia,

para el protagonista (o más bien para los dos personajes centrales), es de suma importancia

ser formales de carácter o ser Ernestos de nombre. Comedia trivial para gente seria la

subtituló Wilde. Nosotros añadiríamos: para gente seria que sepa sonreír. Esta es la comedia

de la sonrisa. Wilde sabía que ahí está todo, en saber sonreír. Su finura literaria se revela en

que sabe buscar y hallar la sonrisa. La risa en el teatro es provocada por un exceso, casi

siempre chocarrero, de especias fuertes, ordinarias. Se debe a un retorcimiento del autor o

del actor. Los animales tienen una alegría ruidosa, aunque se dice que no ríen nunca (lo cual

es una fábula), y que eso los diferencia esencialmente de los seres racionales. ¡Qué no será la

sonrisa, que nos diferencia a los hombres, unos de otros! Comedia de equivocaciones o de

enredo, la llamaríamos también clásicamente. En La importancia de ser formal todo ese

grato humorismo tiene además un gran interés para nosotros. En esta obra sonrió, acaso por

última vez, Wilde. A los tres meses y días de su estreno, que constituyó un éxito aparte (aun

en pleno éxito general e incesante de su autor), el 25 de mayo de ese mismo año, un sábado,

día del aquelarre, Wilde fue declarado culpable, en aquel proceso turbio y cenagoso,

promovido por el padre de lord Alfredo Douglas, el ensañado marqués de Queensberry, y

condenado, con no muy clara justicia, a dos terribles años de trabajos forzados, pena que

cumplió íntegramente en la cárcel de Reading, como sabe el lector. Wilde asistió, ya en

pleno desarrollo de los sucesos que iban a envolverle en una red de ignominias, a los ensayos

de La importancia de ser formal. El día del estreno, las personas de la intimidad del autor,

enteradas de las cartas amenazadoras que le había dirigido Queensberry, pasaron momentos

de desagradable expectación. El marqués intentó penetrar en el teatro y se lo impidieron. Y

el palco en que se hallaban sus amigos, una aristocrática partida de la porra, estuvo vigilado

durante toda ta representación. Pudo evitarse el escándalo, aunque lord Queensberry creyó

vengarse puerilmente, mandando a Wilde al teatro un gran manojo de hortalizas. Días

después del estreno, el 18 de febrero, el marqués se presentó en el aristocrático Albemarle

Club (del cual eran socios Wilde y su esposa), y ausente aquél de Londres le dejó una tarjeta

respaldada con un sucio insulto. Wilde pasó de escribir esta comedia regocijante, última

muestra de su apogeo literario, a vivir pocos meses después, con el clownesco uniforme de

recluso, la tragedia de la cárcel, que le aniquiló. Esta fue, pues, repetimos, su última sonrisa

ante las cuartillas. Como dice Arthur Ransome, uno de sus biógrafos y críticos: «La

importancia de ser formal, la más trivial de las comedias mundanas, es una de las que

producen ese placer intelectual por el que reconocemos lo bello.» Y añade más adelante: «La

risa ligera de esta comedia se debe a la radioactividad de la obra misma, y no a unos gusanos

de luz, colocados incongruentemente en su superficie. En ella nos sentimos despojados de

nuestra envoltura corporal y compartimos con Wilde el placer de retozar en el mundo de la

cuarta dimensión.» Cecil Georges Bazile, otro de sus biógrafos (recientemente fallecido),

escribe: «Esta comedia introdujo en Inglaterra la fórmula moderna del teatro

contemporáneo. Se acabaron las groseras adaptaciones francesas o alemanas, se acabaron los

melodramas vulgares que abrumaban la escena británica. Oscar Wilde substituyó todo esto

por la comedia moderna en el sentido más estricto de la palabra. La sátira se mezcla con un

diálogo deslumbrante en el que brotan las frases ingeniosas y las paradojas.» ¡Gran

preparador del terreno teatral, gran precursor de los comediógrafos que luego habían de

florecer, Bernard Shaw entre otros! El mismo lord Alfredo Douglas, en su libro Oscar Wilde

y yo, tan rencorosamente femenil, se ve forzado a reconocer que: «La importancia de ser

formal fue un éxito que dio más dinero y más gloria a Wilde que ninguna otra de sus obras».

«Todo Londres fue a verla», añade. El valor de esta comedia se prueba igualmente, como

decíamos refiriéndonos a Una mujer sin importancia, por el hecho de que estas obras

wildeanas no pierden nunca su aroma de modernidad, son siempre jóvenes. El lector hallará

en ésta ese tono original, ese ambiente de distinción tan naturalmente conseguidos por

Wilde. Verá desfilar esos dos tipos de muchachitas casaderas, Cecilia y Gundelinda,

gazmoñas deliciosamente enteradas. Saboreará la cómica solemnidad de lady Bracknell con

sus ideas humorísticamente singulares, pero fijas. Conocerá a Jack y a Algernon, muchachos

graciosamente abúlicos, cínicos y románticos al mismo tiempo, ex colegiales de Oxford o de

Cambridge, que empiezan a vivir en el mundo. Tipos de una inteligencia simpática,

mimados por la fortuna. ¡Qué lección la de estos personajes frívolos, pero finamente agudos,

para la juventud aristocrática que vemos actualmente, huera y antipática la mayoría de las

veces, y perdida, perdida para siempre a todo cuanto signifique agilidad mental, ejercicio

artístico del pensamiento! Conocerá también el lector a Lane, el criado, tipo que destila

humorismo, concentrado, lacónico. A Lane, hermano de ficción de Phipps, el otro ayuda de

cámara de lord Goring el admirable, a quien ya conoce el público(2). Sólo oyendo hablar

...

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