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POEMA Y CUENTO DE LA INFANCIA


Enviado por   •  3 de Febrero de 2014  •  811 Palabras (4 Páginas)  •  343 Visitas

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del libro ELEJÍAS LAMENTABLES, de Juan Ramón Jiménez.

¡Infancia! ¡Campo verde, campanario, palmera,

Mirador de colores: sol, vaga mariposa

Que colgabas a la tarde de primavera,

En el cenit azul, una caricia rosa!

5- ¡Jardín cerrado, en donde un pájaro cantaba,

Por el verdor teñido de melodiosos oros;

Brisa suave y fresca, en la que me llegaba

La música lejana de la plaza de toros!

…Antes de la amargura sin nombre del fracaso

10-Que engalanó de luto mi corazón doliente,

Ruiseñor niño, amé, en la tarde de raso,

El silencio de todos o la voz de la fuente.

Baños de mar (de Clarice Lispector).

Mi padre creía que todos los años había que hacer una cura de baños de mar. Y nunca fui tan feliz como en aquellas temporadas de baños en Olinda, Recife.

Mi padre creía que el baño de mar saludable era el que se hacía antes de que saliera el sol. ¿Cómo explicar eso que yo consideraba regalo inaudito, salir de casa a la madrugada y tomar el tranvía vacío que nos llevaría a Olinda cuando todavía estaba oscuro?

A la noche me iba a dormir, pero mi corazón se mantenía despierto, expectante. Y de puro alborozo, me despertaba a las cuatro y pico de la madrugada y despertaba al resto de la familia. Nos vestíamos de prisa y salíamos en ayunas, porque mi padre creía que así debía ser: en ayunas.

Salíamos a la calle toda oscura, y recibíamos la brisa de la madrugada.Y esperábamos el tranvía. Hasta que de allá lejos oíamos el barullo que se aproximaba. Y me sentaba en la punta del asiento: y comenzaba mi felicidad. Atravesar la ciudad oscura me provocaba algo que jamás tuve nuevamente. En el propio tranvía el tiempo empezaba a clarear, y una luz trémula de sol escondido nos bañaba y bañaba el mundo.

Y miraba todo: las pocas personas en la calle, el paso por el campo con los animales de pie: “¡Miren un chancho de verdad!” grité una vez, y la frase de deslumbramiento quedó como una de las bromas de mi familia, que de vez en cuando me decían riendo: “¡Miren un chancho de verdad!”.

Pasábamos por caballos bellos que esperaban de pie el amanecer.

Yo no se de la infancia ajena. Pero ese viaje diario me convertía en una criatura que era plena alegría. Y me sirvió como promesa de felicidad para el futuro. Mi capacidad de ser feliz se

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