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Poesia Del Renacimiento

ma.lizzy18 de Septiembre de 2013

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ASPIRACIONES DE VIDA ETERNA (Santa Teresa de Jesús)

Vivo sin vivir en mí,

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.

Viva ya fuera de mí,

después que muero de amor;

porque vivo en el Señor,

que me quiso para sí:

cuando el corazón le di

puso en él este letrero,

que muero porque no muero.

Esta divina prisión,

del amor con que yo vivo,

ha hecho a Dios mi cautivo

y libre mi corazón;

y causa en mí tal pasión

ver a Dios mi prisionero,

que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros!

¡Esta cárcel, estos hierros

en que el alma está metida!

Sólo esperar la salid

La noche oscura

CÁNTICO ESPIRITUAL ENTRE EL ALMA Y CRISTO (San Juan de la Cruz)

En una noche oscura,

con ansias en amores inflamada,

(¡oh dichosa ventura!)

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada. 5

A oscuras y segura,

por la secreta escala disfrazada,

(¡oh dichosa ventura!)

a oscuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada. 10

En la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía,

ni yo miraba cosa,

sin otra luz ni guía

sino la que en el corazón ardía. 15

Aquésta me guïaba

más cierta que la luz del mediodía,

adonde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía. 20

¡Oh noche que me guiaste!,

¡oh noche amable más que el alborada!,

¡oh noche que juntaste

amado con amada,

amada en el amado transformada! 25

En mi pecho florido,

que entero para él solo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba. 30

El aire de la almena,

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería,

y todos mis sentidos suspendía. 35

Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el amado,

cesó todo, y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado. 40

Garcilaso de la Vega

ÉGLOGA III - TIRRENO ALCINO

Aquella voluntad honesta y pura,

ilustre y hermosísima María,

que en mí de celebrar tu hermosura,

tu ingenio y tu valor estar solía,

a despecho y pesar de la ventura

que por otro camino me desvía,

está y estará en mí tanto clavada,

cuanto del cuerpo el alma acompañada.

Y aún no se me figura que me toca

aqueste oficio solamente en vida;

mas con la lengua muerta y fría en la boca

pienso mover la voz a ti debida.

Libre mi alma de su estrecha roca

por el Estigio lago conducida,

celebrándose irá, y aquel sonido

hará parar las aguas del olvido.

Mas la fortuna, de mi mal no harta,

me aflige, y de un trabajo en otro lleva;

ya de la patria, ya del bien me aparta;

ya mi paciencia en mil maneras prueba;

y lo que siento más es que la carta

donde mi pluma en tu alabanza mueva,

poniendo en su lugar cuidados vanos,

me quita y me arrebata de las manos.

Pero por más que en mí su fuerza pruebe

no tomará mi corazón mudable;

nunca dirán jamás que me remueve

fortuna de un estudio tan loable.

Apolo y las hermanas todas nueve,

me darán ocio y lengua con que hable

lo menos de lo que en tu ser cupiere;

que esto será lo más que yo pudiere.

En tanto no te ofenda ni te harte

tratar del campo y soledad que amaste,

ni desdeñes aquesta inculta parte

de mi estilo, que en algo ya estimaste.

Entre las armas del sangriento Marte,

do apenas hay quien su furor contraste,

hurté de tiempo aquesta breve suma,

tomando, ora la espada, ora la pluma.

Aplica, pues, un rato los sentidos

al bajo son de mi zampoña ruda,

indigna de llegar a tus oídos,

pues de ornamento y gracia va desnuda;

mas a las veces son mejor oídos

el puro ingenio y lengua casi muda,

testigos limpios de ánimo inocente,

que la curiosidad del elocuente.

Por aquesta razón de ti escuchado,

aunque me falten otras, ser merezco.

Lo que puedo te doy, y lo que he dado,

con recibillo tú yo me enriquezco.

De cuatro ninfas que del Tajo amado

salieron juntas a cantar me ofrezco:

Filódoce, Dinámene y Climene,

Nise, que en hermosura par no tiene.

Cerca del Tajo en soledad amena

de verdes sauces hay una espesura,

toda de yedra revestida y llena,

que por el tronco va hasta la altura,

y así la teje arriba y encadena,

que el sol no halla paso a la verdura;

el agua baña el prado con sonido

alegrando la vista y el oído.

Con tanta mansedumbre el cristalino

Tajo en aquella parte caminaba,

que pudieran los ojos el camino

determinar apenas que llevaba.

Peinando sus cabellos de oro fino,

una ninfa del agua do moraba

la cabeza sacó, y el prado ameno

vido de flores y de sombra lleno.

Movióla el sitio umbroso, el manso viento,

el suave olor de aquel florido suelo.

Las aves en el fresco apartamiento

vio descansar del trabajoso vuelo.

Secaba entonces el terreno aliento

el sol subido en la mitad del cielo.

En el silencio sólo se escuchaba

un susurro de abejas que sonaba.

Habiendo contemplado una gran pieza

atentamente aquel lugar sombrío,

somorgujó de nuevo su cabeza,

y al fondo se dejó calar del río.

A sus hermanas a contar empieza

del verde sitio el agradable frío,

y que vayan las ruega y amonesta

allí con su labor a estar la siesta.

No perdió en esto mucho tiempo el ruego,

que las tres de ellas su labor tomaron

y en mirando de fuera, vieron luego

el prado, hacia el cual enderezaron.

El agua clara con lascivo juego

nadando dividieron y cortaron,

hasta que el blanco pie tocó mojado,

saliendo de la arena el verde prado.

Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,

escurrieron del agua sus cabellos,

los cuales esparciendo, cobijadas

las hermosas espaldas fueron de ellos.

Luego sacando telas delicadas,

que en delgadeza competían con ellos,

en lo más escondido se metieron,

y a su labor atentas se pusieron.

Las telas eran hechas y tejidas

del oro que el felice Tajo envía,

apurado después de bien cernidas

las menudas arenas do se cría:

y de las verdes hojas reducidas

en estambre sutil, cual convenía

para seguir el delicado estilo

del oro ya tirado en rico hilo.

La delicada estambre era distinta

de los colores que antes le habían dado

con la fineza de la varia tinta

que se halla en las conchas del pescado.

Tanto artificio muestra en lo que pinta

y teje cada Ninfa en su labrado,

cuanto mostraron en sus tablas antes

el celebrado Apeles y Timantes.

Filódoce, que así de aquellas era

llamada la mayor, con diestra mano

tenía figurada la ribera

de Estrimón, de una parte el verde llano.

y de otra el monte de aspereza fiera,

pisado tarde o nunca de pie humano,

donde el amor movió con tanta gracia

la dolorosa lengua del de Tracia.

Estaba figurada la hermosa

Eurídice, en el blanco pie mordida

en la pequeña sierpe ponzoñosa

entre la hierba y flores escondida;

descolorida estaba como rosa

que ha sido fuera de sazón cogida,

y el ánima los ojos ya volviendo,

de su hermosa carne despidiendo.

Figurado se vía extensamente

el osado marido que bajaba

al triste reino de la oscura gente,

y la mujer perdida recobraba;

y cómo después de esto él, impaciente

por miralla de nuevo, la tornaba

a perder otra vez, y del tirano

se queja al monte solitario en vano.

Dinámene no menos artificio

mostraba en la labor que había tejido,

pintando a Apolo en el robusto oficio

de la silvestre caza embebecido.

Mudar luego le hace el ejercicio

la vengativa mano de Cupido.

que hizo a Apolo consumirse en lloro

después que le enclavó con punta de oro.

Dafne con el cabello suelto al viento,

sin perdonar al blanco pie corria

por áspero camino, tan sin tiento

que Apolo en la pintura parecía que,

porque ella templase el movimiento,

con menos ligereza la segura.

El va siguiendo, y ella huye

como quien siente al pecho el odioso plomo.

Mas a la fin los brazos le crecían,

y en sendos ramos vueltos se mostraban.

Y los

...

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