Primer Amor

Primer Amor

Viernes al mediodía, una tarde cualquiera sin nada interesante en qué ocupar la mente. Él es un estudiante muy aplicado, especialmente dedicado a las matemáticas, practica y aprende por su cuenta, aunque en su clase no se lo requieran. Es un buen niño, está mucho más adelantado que el resto de la clase y de lo que el profesor enseña, ve la pizarra llenarse de obviedades, se da cuenta de qué tan mal la están pasando los otros niños con el tema, esto sólo le reafirma el por qué nada ni nadie en ese enorme colegio jamás habrá de interesarle, entusiasmarle y solo se limita a soltar un profundo suspiro mientras desvía su mirada con los ojos entreabiertos hacia la ventana que tiene al lado. Es más interesante ver aquellas aves volar en perfecta armonía hacia el horizonte, piensa.

Es cuando su mente divaga a todos esos lugares en donde desearía estar en ese momento que se da cuenta de algo que llama su atención, en el patio del colegio que tanto le desagrada ve algo que cae del cielo. Danza entre el viento como si supiese a dónde se dirige, donde caer y quién lo está viendo precipitarse hasta que frágilmente reposa en el frío cemento. El niño no da crédito a lo que sus ojos presencian, lo que parece ser un pedazo de papel cualquiera acaba de caer del cielo. ¿Cuáles son las posibilidades?, ¿De dónde ha venido?, se pregunta. Impaciente mira el reloj, frunce el ceño en una inocente muestra de su aún niñez, siente que así los minutos pasarán más rápido hasta que finalmente, la campana suena. Ya preparado, con sus cosas en la mano, presuroso corre hacia la puerta y camino al patio, piensa en ese papel, lo entusiasma, por primera vez algo interesante en esa tan aburrida escuela, baja las escaleras como un rayo hasta que se encuentra de pie frente al papel. Se dispone a recogerlo y ver lo que dice. Sus ojos se abren más de lo que él creía humanamente posible, se agita, esboza una pícara sonrisa, sus mejillas rojas como su cabello. Jamás había visto en su corta vida una niña tan hermosa como la que veía en lo ahora confirma, era una fotografía. Rubio cabello, ojos verdes que penetran el alma y te roban unos cuantos años de vida, piel aterciopelada, tan blanca que siente cegarse, una sonrisa invitante, cálida, juguetona. El niño se siente inevitablemente atraído, la imagen la trae tranquilidad. Al calmarse nota algo curioso, la niña se encuentra haciendo la señal de paz con sus dedos, mantiene la seña muy cerca de su rostro de manera muy tierna.

El niño entusiasmado se dispone, en los siguientes días, mostrar la fotografía a toda alma que se mueva en ese enorme colegio, alumnos, profesores, personal de limpieza, nadie se libra de su pregunta: “¿Será que haz visto a esta niña?”. Tres días pasan y el niño se encuentra, ya entrada la noche, sentado en su cama mirando fijamente la fotografía, embelesado, embrujado, pero con una tristeza enorme. Comienza a deslizarse en su mente la idea de que jamás la podrá conocer, nadie que conozca la ha visto. Decepcionado se dispone a arroparse listo para dormir cuando, escucha algo muy extraño en medio de la penumbra. Son risas, risas inocentes, pero con cierta picardía, para él suenan más como una melodía que lo invita a buscar de donde proviene. Aunque temeroso y dudoso, su obsesión puede más que él. Sale de su cama, se pone sus pantuflas de oso y sale decidido a averiguar de dónde proviene, “¿será ella?, ¿será que de verdad es ella?”, se pregunta una y otra vez mientras camina siguiendo las risas. Cada vez las oye más fuerte al bajar las escaleras y nota que, poco a poco la sonrisa lo guía a la puerta principal, él sabe que viene de allá afuera, lo siente en sus huesos, pero teme, no quiere ir a la calle solo en la madrugada, es solo un pobre niño. Pero se arma de valor y hace el primer acto que marcará el inicio de su hombría. Abre la puerta de par en par, decidido a llegar al fondo de esto y con esa inocente esperanza de verla, a la princesa que le ha robado sus días.

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