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Prometeo Encadenado

jairf12513 de Agosto de 2012

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ESQUILO PROMETEO ENCADENADO

PERSONAJES

CORO DE LAS OCEÁNIDAS

EL PODER,

LA FUERZA

HEFESTOS

PROMETEO

OCÉANO

IO

HERMES

(La escena representa la cumbre de un monte. Aparecen LA FUERZA y

EL PODER conduciendo el cuerpo de PROMETEO. HEFESTOS les

sigue cojeando, provisto de sus instrumentos de herrero.)) 3 (

ESQUILO PROMETEO ENCADENADO

EL PODER:

-Estamos ya en el último confín de la Tierra, en el camino del

país escita, en la soledad nunca hollada. Hefestos, ha llegado la

hora de que cumplas lo que el padre te ordenó y ates a ese forajido

con cadenas de hierro irrompible en la cima de estos abruptos

peñascos. Hurtó tu preciado don, el brillante fuego, padre de todas

las artes, y lo entregó a los mortales. Justo es, pues, que pague a

los dioses la pena merecida. Tal vez así aprenda a resignarse a la

dominación de Zeus y a cesar en su oficio de favorecedor de los

hombres

HEFESTOS:

-Poder y Fuerza, cumplida está por vuestra parte la misión que

Zeus os encomendó y nada os retiene ya aquí. En cuanto a mí,

siento que me falten las fuerzas para encadenar contra su voluntad

a un dios, y a un dios de mi propia sangre, en esta cima azotada

por las tempestades. No obstante, es preciso que encuentre el

valor para hacerlo, pues el desobedecer las órdenes del padre

acarrea siempre graves males.(A PROMETEO.) Hijo de la

consejera Temis, que nutres siempre en tu alma tan osados

pensamientos, fuerza es que, a pesar mío y tuyo, te sujete a esta

roca desolada por medio de indisolubles lazos de hierro. No llegará

ya a ti ni voz ni rostro humanos, sino que, abrasado por los

ardientes rayos del Sol, verás destruirse tu piel y cambiar de color;

con alegría mirarás a la noche ocultar la luz, bajo su manto

estrellado, y con alegría también verás al Sol, a su vez, secar el

rocío de la Aurora; pero el dolor de tus desdichas no cesará de

atormentarte un momento, porque aquel que te ha de liberar no

ha venido todavía. ¡He aquí lo que has conseguido con tu afición

a favorecer a los hombres! Dios a quien no asusta la cólera divina,

librando a los mortales, lo que era un honor entre nosotros, has

pasado los límite de lo permitido. En castigo por ello permanecerás

desde ahora sobre esta roca, en guardia dolorosa, siempre de pie,

sin dormir ni doblar las rodillas. En vano lanzarás entonces

incesantemente tus gemidos, en vano clamarás: el corazón de Zeus

es inflexible, pues nunca señor nuevo se mostró inclinado a la

piedad.

EL PODER:

-¡Vamos ya! ¿Por qué te detienes y te lamentas en vano? ¿No

abominas de un dios, maldito de los dioses, que ha osado entregar

a los hombres lo que constituía tu privilegio?

HEFESTOS:

-¡Son tan fuertes los lazos de la sangre cuando se junta a ellos el

trato!

EL PODER:

-Bien. Pero ¿es posible desobedecer la orden del padre, y sería

ello menos terrible para ti?

HEFESTOS:

-En ti el cinismo corrió siempre a parejas con la crueldad.

EL PODER:

-Con lamentarte por su desgracia no has de mejorar su suerte;

mejor es, pues, que no te fatigues en balde.

HEFESTOS:

-¡Oh, oficio mil veces maldito!

EL PODER:

-¿Por qué maldecir de tu oficio? Nada tiene que ver él con su

desgracia.

HEFESTOS:

-Pluguiera al Cielo, a pesar de todo, que hubiese tocado a otro en

suerte.

EL PODER:

-Todas las atribuciones quedaron ya establecidas, excepto para el

rey de los dioses; sólo Zeus es libre.

HEFESTOS:

-Cierto que es así y nada puedo objetar a lo que dices.

EL PODER:

-Apresúrate, pues, a sujetarle con cadenas; que el padre no te vea

inactivo.

HEFESTOS:

-Tengo ya las esposas en mi mano.

EL PODER:

-Rodea, pues, con ellas sus brazos; golpea luego con el martillo

con toda tu fuerza y clávale en la roca.

HEFESTOS:

-La obra está terminada, y sin falla alguna.

EL PODER:

-Golpea más fuerte, aprieta, haz que no pueda moverse, pues es

tanta su destreza, que encuentra salida hasta en lo imposible.

HEFESTOS:

-Ya está; este brazo no lo desatará, por más que se esfuerce.

EL PODER:

-Ahora este otro; encadénale sólidamente. Que sepa que su malicia

no es nada comparada con la de Zeus.

HEFESTOS:

-Nadie, con razón, podría quejarse de mi obra sino él.

EL PODER:

-Y ahora no vaciles: húndele con fuerza en medio del pecho el

duro diente de esta cuña de hierro.

HEFESTOS:

-¡Ah, Prometeo! ¡Cómo en mi alma gimo por tus males!

EL PODER:

-¡Todavía vacilas y gimes ante el enemigo de Zeus! ¡Cuida de que

no te toque un día gemir por ti mismo!

HEFESTOS:

-Estoy viendo lo que ningún ojo debía haber visto jamás.

EL PODER:

-Estoy viendo a uno que paga la pena que merece. ¡Ea, pásale la

férrea cadena en torno de la cintura!

HEFESTOS:

-Fuerza es que lo haga; no me des más órdenes.

EL PODER:

-Quiero dártelas, quiero que te apresures. Desciende ahora y átale

los pies.

HEFESTOS:

-Hecho está, y con rapidez.

EL PODER:

-Ahora, golpea con todas tus fuerzas y que los grillos se hundan

en la carne. Duro es el que ha de vigilar esta tarea.

HEFESTOS:

-Como tu rostro, así son tus palabras.

EL PODER:

-Sé blando cuanto quieras, pero no me reproches que mi naturaleza

sea obstinada y dura.

HEFESTOS:

-Partamos ya; ha quedado sujeto por todos los miembros.

EL PODER:

-Ahora muestra aquí a tu gusto tu insolencia, y roba a los dioses

sus privilegios para librarlos a los efímeros. ¿Qué podrán los

mortales para aliviar tus penas? En verdad que yerran los dioses

en llamarte Prometeo; un Prometeo necesitarías tú para deshacerte

de estos hábiles nudos. (Salen los dos. Un largo silencio.)

PROMETEO:

-¡Eter divino, vientos de rápidas alas, aguas de los ríos, sonrisa

innombrable de las olas marinas! Tierra, madre común, y tú, Sol,

ojo al que nada se oculta, yo os invoco en este lugar: ved lo que

un dios se ve obligado a sufrir por obra de los dioses.

«Contemplad el oprobio con que se me aflige y que habré de

padecer durante días incontables. ¡Estos son los lazos de infamia

que ha imaginado para mí el nuevo señor de los bienaventurados!

¡Ay de mí, ay!, que lloro por los males presentes y por los que me

esperan. ¿Después de qué pruebas brillará para mí el día de la

liberación?

«Mas ¿qué digo? ¿Acaso no sé ya de antemano todo lo que me

espera? Ningún infortunio me vendrá que no haya previsto. Es

preciso aceptar nuestra suerte con ánimo sereno y comprender

que no puede lucharse contra la fuerza del Destino. Y, no obstante,

ni puedo hablar de mis desdichas ni puedo callarlas. Grande es mi

desventura, pues por haber favorecido a los mortales gimo ahora

abrumado bajo este suplicio. Un día, en el hueco de una caña, me

llevé mi botín, la chispa madre del fuego, robada por mí, y que se

ha revelado entre los hombres como el maestro de todas las artes,

un tesoro de inestimable valor. Esta ha sido mi culpa y por esto

me veo castigado así, clavado en esta roca bajo la inclemencia del

Cielo.

«¡Ah! ¡Ah!, ¿qué rumor, qué aroma divino ha llegado hasta aquí?

¿Procede de un dios o de un hombre, o de uno que participa de

ambos? ¿Vendrá acaso hasta esta roca, límite del mundo, a

contemplar mis sufrimientos, o a qué vendrá? ¡Ah! Mirad a un

dios encadenado y sujeto a todas las miserias. Soy el enemigo de

Zeus, el que se ha atraído el odio de cuantos frecuentan su mansión,

por haber amado demasiado a los hombres.

«¡Ah! ¡Ah! ¿Qué rumor de aves oigo cerca de mí? Un suave batir

de alas hace vibrar la brisa. Todo lo que se acerca me produce

espanto.

(Un carro alado aparece en la cumbre más próxima a aquella en que está

sujeto Prometeo. En él vienen las OCEÁNIDAS.)

EL CORO:

-Nada temas: amiga es la bandada, cuyas alas en rápido batir han

traído a esta cumbre. Con gran trabajo lograron mis palabras

vencer la oposición del padre, y las auras veloces me han traído.

El recio y terrible resonar del hierro, penetrando hasta el fondo

de mi ser, desterró de mí la vergüenza de tímida mirada, y, descalza,

levanté el vuelo en este carro alado

PROMETEO:

-¡Ay, ay! Raza de la fecunda Tetis, hijas del Océano, cuyo curso

infatigable gira en torno de la vasta Tierra, miradme, contemplad

las cadenas que me tienen clavado en el borde de este abrupto

precipicio, en una guardia que nadie podría envidiar.

EL CORO:

-Viéndote estoy, Prometeo, y una nube temerosa y cargada de

lágrimas siento que empaña mis ojos cuando contemplo sobre

esta roca tu cuerpo que se consume

...

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