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Protocolo

roj264 de Septiembre de 2014

637 Palabras (3 Páginas)161 Visitas

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¿Existen acaso palabras que puedan narrar el dolor infinito, desgarrador, que conlleva la muerte de un hijo? Ella, que es escritora, lo dudó por momentos. Sintió que las palabras no bastaban, que simplemente no alcanzaban. Hoy, sin embargo, casi dos años después de la muerte de Daniel, luego de seis reescrituras y con el libro a punto de ser publicado, conoce más que nunca el poder de la palabra. Y eso la conforta, porque “a la gente no se le ocurre que las palabras puedan dar cuenta de un hecho de esos”.

Pero ahí, en el libro, está la evidencia. Ahí está la madre, la mujer, la escritora “lidiando tercamente con las palabras para tratar de bucear en el fondo de la muerte”.

La decisión

Piedad, ¿cómo toma la decisión de narrar un hecho tan doloroso, tan íntimo?

Cuando mi hija me llamó de Nueva York a decirme que Daniel se había matado, empecé a hacer la maleta y pasó una cosa muy extraña: entró una amiga y me dijo “Llévate esta libreta para que tomes apuntes”. Parecía una cosa tan en contra de la lógica, pero se la recibí. Estando allá tomé muy pocos apuntes, pero me quedé con la idea de que esa libretica era para eso, para escribir la historia de Daniel. De su muerte y de su enfermedad.

Como a los 15 días me fui de viaje para Italia y me llevé esa y otra libreta más grande. Tomé notas todo el viaje. Todo relacionado con Daniel. Fue un viaje muy triste, pero paradójicamente muy sereno. Solo fue dos meses después de esa muerte que arranqué a escribir el libro.

Para mí, además, la escritura ha sido siempre muy liberadora. Y es una necesidad. Así que a medida que escribía esta historia entendía, repasaba y ordenaba los hechos. Y por supuesto volvía y me conectaba con el dolor. Fue un proceso liberador y catártico.

El libro está lleno de confesiones. Habla abiertamente del suicidio, un tema tabú en nuestra sociedad, y el tema de la enfermedad mental a la que tantos le huyen. ¿No sintió que era riesgoso pisar esos terrenos movedizos?

Yo supe desde el principio que ese libro no era para mí, que no era un diario. Sabía que estaba escribiendo para otros. Es posible que no supiera desde un principio si lo iba a publicar o no, porque estaba la familia y tenía que respetarlos a ellos. Me daba mucho miedo, sí, tomar la decisión. Me asustaba la incomprensión del público, la incomprensión del lector. Este es un país muy cruel. Basta ver los comentarios de los lectores que dejan en las páginas web de los periódicos. Ahí se ve cuánta saña hay.

Pero aunque yo sabía que este era el libro más delicado de mi vida, eso nunca me produjo un sentimiento de ‘mejor yo no escribo esto’. No. Lo único era que mis hijas o mi marido hubieran tenido alguna objeción. Pero no fue así.

¿Qué tanto se involucraron ellos en su proceso de escritura?

Muy poco. Ni en el libro ni en la recopilación de las obras de Daniel, que fue lo primero que publiqué para conmemorar el primer año de su muerte. Me ayudaron sí, en la memoria. Recordando fechas, lugares, viajes. Porque una de las cosas que se pone de manifiesto cuando uno hace una recopilación del pasado es lo frágil que es la memoria. Otra cosa que se puso en evidencia, como lo mostró García Márquez en ‘Crónica de una muerte anunciada’, es cómo cada uno tiene la versión de los hechos. Cada uno recuerda las cosas a su manera. Pero llegó un determinado momento en que decidí desentenderme de eso y que el libro fuera MI versión de los hechos. Yo no pretendía objetividad sino en unas cosas básicas; de resto quería contar lo que yo percibía de él.

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