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¿Qué debe enseñar la escuela básica? Guiomar Namo de Mello


Enviado por   •  3 de Abril de 2016  •  Biografías  •  1.984 Palabras (8 Páginas)  •  291 Visitas

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                             ¿Qué debe enseñar la escuela básica? Guiomar Namo de Mello        

Muchos sectores llamados progresistas tuercen la nariz cuando se coloca como objetivo de la escuela la transmisión del conocimiento. Defienden que la escuela debería formar la “conciencia de clase” de los trabajadores, o la “conciencia crítica de los dominados”, como además se intentó hacer en São Paulo en la Compañía Municipal de Transportes Colectivos (CMTC) hace poco tiempo y como también se define en un documento de la Secretaría Municipal de Educación de São Paulo. En ese documento, el poder público municipal establece los criterios para subsidiar a entidades que quieran hacer alfabetización de adultos. Uno de los criterios afirma que la entidad sólo recibirá recursos si adopta una “concepción político-pedagógica liberadora”. O sea, sólo se autoriza a la entidad que “reza por la misma cartilla” de la administración, que además es vaga y difícil de definir. ¿O qué concretamente sería una “concepción político-pedagógica liberadora”? Lo que se ignora es que una de las llaves de la libertad es el conocimiento, traducido en por lo menos los siguientes puntos: ∙ Adquisición de nociones correctas sobre el origen, la producción y el cambio del mundo físico y de la vida social. ∙ Dominio del lenguaje en su forma culta, como herramienta para organizar y expresar el pensamiento propio, las emociones propias y comprender las expresiones de los otros. ∙ Dominio de otras formas de comunicación y expresión humanas como la música, la literatura, las imágenes. ∙ Nociones correctas de tamaño, cantidades y números que sirvan de base al desarrollo del razonamiento abstracto, lógico, formal y matemático. ∗ En Cero en Conducta, año VI, núm. 28, noviembre-diciembre de 1991, Rodolfo Ramírez R. (trad.), México, Educación y Cambio, pp. 57-61. El texto es parte de Guiomar Namo de Mello, Social Democracia e Educaçâo: teses para discussâo, 2ª. Ed., Sâo Paulo, Cortez Editora-Autores Asociados, 1990. Cualquiera puede ver en estos puntos el currículum básico de la enseñanza fundamental: ciencias, historia, geografía, portugués y matemáticas. Bien organizado y administrado, el conocimiento ahí reunido constituye una de las bases para la formación de hábitos y actitudes que llevan a la participación en la vida social y al pleno ejercicio de la ciudadanía. Conocer es, en ese sentido, dar un paso fundamental en dirección de la libertad de pensar, del libre ejercicio de la crítica, del abandono de nociones mágicas o supersticiones sobre el mundo y las personas. Conocer el mundo es apropiarse de él y no ser presa fácil de la mentira, de la ilusión, del oscurantismo, de la demagogia, de la mistificación, del sectarismo ideológico. Si la educación escolar, en cualquier nivel, fuera eficaz en la transmisión del conocimiento, habrá cumplido su papel para todos los grupos sociales. Sobre todo habrá prestado un gran servicio a las clases populares. No corresponde a la escuela formar militantes políticos, ni tiene poder para determinar el destino social, la ideología o el proyecto político de cada uno. Quien aprende correctamente a leer y escribir puede usar esa habilidad para entender el diario, el folleto de la puerta de la fábrica, el libreto de la misa, la receta del pastel, el discurso de los políticos. Si además de haber aprendido a leer y escribir esa persona adquiere nociones correctas sobre el mundo físico y social, podrá interpretar, aceptar y rechazar un mensaje, lo criticará y comparará con sus propios valores religiosos, familiares y políticos. La escuela no es un mundo separado de la sociedad. Además de ella actúan las iglesias, los partidos, los sindicatos, los medios de comunicación, las manifestaciones culturales. Es de la acción educativa conjunta de todos esos elementos que se forman las conciencias, los valores, los proyectos de vida, las opciones ideológicas. Proponer que la educación escolar sustituya a todos ellos, es lo peor que puede suceder porque la desviaría de su objetivo fundamental, aquello que le es específico, y ninguna otra institución puede cumplir, que es la de dar acceso al conocimiento sistemático y universal. Hay todavía un agravante en esa posición equivocada. Los niños y jóvenes de las clases privilegiadas tienen otras oportunidades de tener acceso al conocimiento, pero para la gran mayoría la escuela es la única oportunidad de adquirirlo. Luego, lo que parece tan progresista, en realidad resulta contrario al interés popular. Tal vez el ejemplo más contundente de que a la escuela no le corresponde adoctrinar —aunque lo quisiese no tiene poder para ello— estriba en un cambio significativo que está ocurriendo en el este europeo. En varios países fue abolida la enseñanza obligatoria del marxismo-leninismo. O sea, generaciones y generaciones fueron sometidas al bombardeo ideológico, lo que no les impidió estar hoy en las calles cuestionando la doctrina que les fue inculcada. Más aún, la reconocida competencia de muchos de los sistemas educacionales socialistas, en la enseñanza de las lenguas, ciencias y matemáticas, probablemente está contribuyendo sustancialmente para la crítica a que vienen siendo sometidos esos regímenes. ¿Por qué el conocimiento escolar debe ser universal? El gobierno federal recién electo ha mencionado, entre las posibles medidas en educación, resucitar la llamada regionalización del currículum, que en la práctica significa enseñar cultura local al pobre, en nombre del respeto a las clases populares. Los ricos, evidentemente, continuarán teniendo acceso, como siempre tuvieron, al conocimiento universal. Nadie niega que la cultura popular debe ser respetada. Desde el punto de vista pedagógico, ello puede ser el punto de partida del largo camino que lleva al conocimiento universal, mas en ninguna hipótesis la escuela debe limitarse a ello. El autoritarismo de izquierda ya quiso hacer del “universo vocabular” del alumno la referencia de todo el proceso de alfabetización, cambiando en detalles, un niño o adulto sólo serían alfabetizados con las palabras del lenguaje local. ¿Quién no se acuerda del famoso tijolo transformado en tu já lê? Educadores y lingüistas hicieron una crítica definitiva a esa concepción, afirmando que es un absurdo, en un país de dimensiones continentales, restringir la alfabetización al habla local, porque nuestra lengua tiene por lo menos 1 500 vocablos, que son conocidos de Oiapoc al Chiú. El papel de la lengua en una nación es unificar, universalizar, no dividir. El autoritarismo de derecha, instaurado en los años sesenta, se apropió muy bien de ese discurso supuestamente respetuoso de la cultura popular y desplegó ríos de dinero en el noreste para elaborar cartillas regionales. Se llegó al colmo, en algunos estados, de producir cartillas conteniendo palabras que eran desconocidas en sus respectivas capitales. La teoría educacional derivada de la Teología de la Liberación reforzó mucho ese equívoco. La opción preferencial por los pobres acabó llevando a una mitificación y romantización del saber popular, al punto de proponer que el conocimiento escolar, tildado como burgués e instrumento de dominación, fuese sustituido por la verdadera sabiduría: aquella que emana espontáneamente de las condiciones de vida de las clases populares. No le corresponde a la escuela mantener al hombre en su propio barco y sin abrirle nuevas perspectivas, descubrir lo desconocido y desafiar al alumno a salir de su cultura en busca de nuevas visiones del mundo, más amplias y abarcadoras, de las cuales su vida y cultura local serán una parte. Un niño, joven o adulto, sobre todo de las clases populares, va a la escuela para aprender lo que no sabe. El hijo del labrador aprende en casa a plantar, el del pescador a pescar, pero es en la escuela, por la adquisición de conocimientos universales sobre la naturaleza, que la agricultura y la pesca tendrán un sentido más amplio para ellos. Es por la enseñanza de la historia y la geografía que el contenido económico de esas actividades será develado. En el contexto urbano eso es más que verdadero. Sólo el conocimiento organizado y universal da instrumentos para integrar la cantidad de información a la que están expuestas las personas que viven en la ciudad, por más marginadas que sean. Hay un rasgo autoritario utilitarista que cuestiona el conocimiento universal afirmando que se debe enseñar en la escuela apenas lo que es útil para la vida. ¿De qué sirve, se pregunta en este caso, enseñar gramática o ecuaciones a quien sólo va a necesitar nombrar y resolver dos de las cuatro operaciones? ¿De qué le sirve saber cuál es la capital de Noruega a quien nunca va a salir de Itaquera? La respuesta a esas preguntas es que a la educación escolar no le interesa el destino social de cada uno, y sí que todos, democráticamente, tengan acceso a la comprensión de su mundo. No importa si un alumno será tornero, mecánico, balconista, barredor de calles o ingeniero. En cualquier caso él será un ciudadano que enfrentará el desafío de descifrar su propio destino, o de su comunidad y/o de su país. Para eso necesitará pensar, abstraer, lo cual será facilitado por el estudio de la ecuación. Una persona puede nunca salir de su barrio o de su ciudad, pero su visión del mundo será diferente si sabe que existen otras ciudades y países, otros pueblos y costumbres. Si para eso tuviera que aprender cuál es la capital de Noruega, no hay nada de inútil en ese conocimiento. Nada ilustra mejor cuán democrática es la defensa de una escuela transmisora de conocimientos universales para todos, que la historia de los levantamientos negros ocurridos a partir de 1976, en el ghetto de Sowetto, Sudáfrica. Y nada explica también por qué la minoría blanca reacciona contra ellos con tanta violencia. No todos saben, pero la revuelta de los negros comenzó con la protesta de los alumnos de las escuelas primarias y secundarias. Motivo: los negros no aceptaban que abolieran el inglés del currículum e introdujeran el afrikaner, lengua hablada cotidianamente. Como dijo un adolescente negro, muerto por la policía blanca: El inglés nos puede ayudar a luchar contra la dominación, el africano sólo hablado en Sudáfrica nos limita a horizontes muy estrechos. Los blancos aprenden inglés en casa, pero nosotros dependemos de la escuela para dominar esa lengua. No siempre el saber popular es liberador. Es una visión arcaica y rebasada querer regionalizar los currículos, restringir la lengua al habla local, enseñar apenas lo que es útil: el pobre a trabajar, el rico a ser dirigente. Es una pena que la llamada izquierda progresista se haya dejado confundir varias veces por ese canto de sirena. Conocimiento e ideología Afirmar que la tarea fundamental de la escuela es la transmisión de conocimiento no significa suponer, ingenuamente, la neutralidad de este último. Muy por el contrario, implica afirmar que el conocimiento es antes que nada comprometido con la verdad y, por tanto, instrumento de crítica de las ideologías. Siendo así, si el proceso de enseñar y aprender fuera bien realizado, inevitablemente llevaría a la formación de valores, de los cuales el más obvio es el respeto a la verdad, el esfuerzo para ir más allá de las apariencias y entender el significado real de los datos, la crítica de los argumentos falaces. Además de eso, en la escuela, la organización de la enseñanza, adecuadamente realizada, sería antes que todo un proceso colectivo en busca del conocimiento, lo que haría de ella un espacio social rico de relaciones y convivencias. El valor de la experiencia compartida, de la participación, llevará al desarrollo de la solidaridad, de la tolerancia y aceptación de puntos de vista diferentes. Por último, la apropiación del conocimiento es también un proceso que demanda trabajo y disciplina, lo que producirá el reconocimiento de la importancia del trabajo y de la firmeza para alcanzar sus objetivos. Respeto a la verdad, sentido crítico, solidaridad, aceptación del otro, reconocimiento de la importancia de la participación y aceptación de la divergencia, del trabajo y el esfuerzo disciplinado son virtudes imprescindibles para vivir en el mundo moderno y en la democracia. Y son incompatibles con el autoritarismo inherente a las ideologías que se caracterizan como explicaciones únicas y acabadas de la realidad física y social.

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