Resumen Condores No Entierran Todos Los Dias
adricamgab10 de Septiembre de 2014
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INTRODUCCION
El libro “Cóndores no entierran todos los días”, nace del realismo vivido por el autor Gustavo Álvarez Gardeazabal; el mismo refiere que recreo sus recuerdos dolorosos de la infancia al narrar en forma de novela los hechos que tuvo que vivir en su infancia cuando en el país se desato una era de violencia a causa del enfrentamiento de los dos partidos políticos de la época, liberales y conservadores, siendo el partido conservador el que mayores violencias e injusticias produjo, después de “el bogotazo”, suceso en el que fue asesinado el caudillo Jorge Eliecer Gaitán.
BIOGRAFIA DEL AUTOR
(Tuluá, Valle del Cauca, 1945) Narrador y ensayista colombiano. Vivió su infancia en un hogar católico y rígido, si bien su madre era de ideas liberales. Ideológicamente se adscribió en su juventud conservadurismo del aspirante a la presidencia Belisario Betancur, en cuya campaña electoral tomó parte activa mientras concluía sus estudios en la Universidad del Valle, donde se licenció en Letras con una tesis sobre la novelística de la violencia en Colombia (1970). Posteriormente iría acercándose a partidos de signo liberal. Profesor durante años en la Universidad del Valle, por su trayectoria literaria fue becario de la Fundación Guggenheim en 1984 y ha sido dos veces gobernador del Valle del Cauca por elección popular.
Su obra se caracteriza por su gran fuerza descriptiva y su estilo directo y carente de casticismo retórico. Sus palabras desnudas y escuetas muestran la realidad de las cosas y los vicios que corrompen a la sociedad colombiana, rasgo que lo ha convertido en uno de los autores preferidos del público.
El universo de su narrativa se centra en su tierra natal, con ramificaciones al Valle del Cauca, y sus temas recurrentes son la extensión de la violencia indiscriminada, la superchería milagrera en que se sustenta el conservadurismo religioso hispanoamericano, el poder omnímodo de los grandes terratenientes, las nuevas bolsas de riqueza generadas por la expansión del narcotráfico, la corrupción generada por el sistema caciquil de los gamonales y las crisis ideológicas de los sectores progresistas.
Ha sido premiado en España por sus cuentos "Ana María Torrentes", "Donaldo Arrieta" y "El día que volvió León María", así como en Cuba por el libro Cuentos del parque Boyacá (1978, premio Casa de las Américas). De sus nueve novelas, cuatro han sido galardonadas:
Cóndores no entierran todos los días (1976), premio Macanor de España en 1974, quizá su obra más importante; La boba y el buda (1972), premio Ciudad de Salamanca 1970; Dabeiba (1972), segundo premio Nadal en 1972, y Los míos (1982), segundo premio Plaza y Janés 1981. En 1977 publicó El titiritero.
MARCO LITERARIO
Esta novela fue escrita en el año 1971 en Toro bajo, según lo afirma el mismo autor, Gustavo Álvarez Gardeazábal, al final de la obra. El libro cuenta la historia del grupo conservador que se formó en Tuluá en los años 50. Eran llamados Los pájaros, y el cabecilla era apodado “Cóndor”. El final de la obra le da el nombre al libro. Como se puede intuir: si el cabecilla era León María, que fue apodado, el Cóndor, pues lógicamente es él quien muere y es enterrado.
La obra se desarrolla en la época de la violencia en Colombia; específicamente en Tuluá hacia el año 1953, aunque hay hechos que suceden antes y después de esta fecha. La novela parte de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y sus consecuencias sociales y políticas en la tierra de donde es oriundo el autor. Todas las acciones giran en torno a León María, un conservador perfectamente caracterizado por Álvarez Gardeazábal: celoso con su mujer y con su partido político, con comportamientos y pensamientos radicales y con dos nombres que se contraponen entre sí, pero que lo describen: León, que es el fuerte, el devorador y rey de una selva que se pierde entre los límites de la mala política y de los conflictos sociales; María, por su parte, representa la parte frágil, la enfermedad de asma, la constante amenaza de muerte, lo vulnerable que resultaba al fin y al cabo. Desde un principio defiende el colegio de los salesianos que iba a ser derrumbado por los liberales furiosos a causa de la muerte de Gaitán. Luego, hace tratos con algunos conservadores de regiones cercanas para consolidar la defensa conservadora en Tuluá y manejó armas con un grupo criminal y de ideologías radicales, como lo afirma Sebastián Brito Cardona:
La novela Cóndores no Entierran Todos los Días que nos describe un problema ideológico entre sus personajes, un riguroso conflicto social, como el resultado de una permanente disputa bipartidista, manifestado en hechos violentos. Hace, genera en la secuencia de la novela, una circularidad colectiva, una permanente relación grupal entre sus personajes, que son los actores y seres activos de una manifestación que fundamenta y caracteriza un ideal cultural como sociedad implicada en el desarrollo y la extensión de la violencia, una comunidad que pensó egoístamente en sus propios intereses sin pensar en el daño que le harían y el horror que causó a otros.
Hubo intentos de respuestas a los hechos trágicos que se iban presentando en Tuluá, como los muertos que aparecían en los ríos, o en las calles, o en las puertas de sus casas, pero con una característica en común: sin documentos, y partidarios liberales, sin ninguna duda, cosa que se comprobó mientras se iban desarrollando los hechos. Incluso intentaron envenenar a León María, pero no lo lograron. Lo que sí es cierto es que fue una mujer, Gertrudis Potes, la que se puso los pantalones para enfrentársele al Cóndor, denunciado el asesinato del locutor de la emisora que ya había sido censurado en varias ocasiones. La carta que aquella mujer mandó a El Tiempo fue firmada por nueve celebridades liberales de Tuluá, que fueron muriendo poco a poco a manos de los hombres del Cóndor. Cuando hubo, al fin, cambio de poder y León María fue exiliado de su tierra, murió como se lo habían predestinado: en la calle y tras un ataque de asma, al parecer asesinado por Simeón Torrente. Esta obra es el punto máximo y, al mismo tiempo, la desintegración de una ideología radical entendida en su tiempo y en su espacio, en aquellos crudos años de la violencia en Colombia.
“Cóndores no entierran todos los días” es tal vez la novela cumbre de la época de la violencia en Colombia. Si bien es cierto, y lo ha afirmado el mismo Gustavo Álvarez Gardeazábal, que no se ha hecho una novela de esa época que presente una elaboración estética digna de reconocimiento, también lo es que Cóndores no entierran todos los días cumple con dicha característica, a mi modo de ver, y al modo de ver de muchos; afirmación que se comprueba cuando nos enteramos de que esta novela es la más leída en el ámbito internacional con respecto a la época de la violencia en nuestro país. En voz de Álvarez Gardeazábal, entendemos lo que se necesitaría para llevar a cabo la escritura de la novela perfecta de ese periodo, y nos damos cuenta de que estas características las tiene la novela cumbre del autor tulueño (lo siguiente es citado por Maritza Montaño González):
No habrá una novela de la violencia que recoja todo el periodo y lo vuelva trascendente, y en este caso sería el final del periodo evolutivo que mencionábamos, hasta que no se rescaten esos valores mínimos de apreciación estética en medio de los [sic] que todos consideran una vergüenza nacional. Hasta que no se tome una conciencia exacta para que el fenómeno ni apasione ni aleje. Para ello el autor debe haber SENTIDO la violencia, estudiado detalladamente sus frutos y consecuencias y logrado de todo ello una visión objetiva capaz de ser fabulada.
El hecho de que León María, el personaje principal de la novela, sea conservador y que las acciones giren en torno suyo, no hace que se pierda la objetividad del autor y de su intención al escribir la obra. Los hechos se presentan en contexto y hay que entenderlo como tal, y que si bien es cierto que los liberales tuvieron su cuarto de hora, también lo es que los conservadores, como todo lo que se narra en la obra, hayan sido partícipes de una de las más grandes mortandades en Tuluá. No es de catalogar (y en ningún momento se siente eso ni por la intencionalidad del texto ni por la intención del autor) de una sola postura la novela de Álvarez Gardeazábal: simplemente se narran hechos basados en eventos reales con algunos nombres reales... que corresponden a los ocurridos en Tuluá hacia el año 1950 y sus alrededores. ¿Por qué da la impresión, entonces, de que hay una configuración negativa del conservadurismo en esta tierra? La respuesta es sencilla: porque, primeramente, hay que entender que el autor selecciona, al momento de escribir, lo que se denomina Cronotopo, que no es más que el tiempo y el espacio en que suceden los hechos. Debe ser concreto: debe limitar lo que cuenta, para que la información, las ideas y los propósitos no cojan otro rumbo.
Gustavo Álvarez Gardeazábal es uno de los más y mejores críticos periodistas de nuestro país. Hace poco fue víctima del robo de sus computadores personales, que tenían información acerca de su programa radial en Caracol Radio. Se culpa del hurto al Ejército Nacional, pues coincidencialmente aquel día estaban en una especie de patrullaje en cercanías de su hogar. Se afirma que tal hecho se debe al grado de criticidad con el que habla libremente de problemas sociales y políticos en La Luciérnaga, de Caracol. Este tipo posturas podrían, por ende, conformar una especie
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