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Romanticismo. ELEMENTOS INTERIORES DEL ROMANTICISMO

Damian BlazinaEnsayo22 de Noviembre de 2018

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                ROMANTICISMO

Se puede considerar al romanticismo en su aspecto histórico, como una fase de la vida intelectual de Europa.  Se considerará al mismo como “un fenómeno concreto, determinado, de la primera mitad del siglo XIX, que tuvo sus raíces en la segunda del S XVIII”. (Renier).  Se limitará a la psicología del romanticismo y al romanticismo literario, incluyendo en él la expresión escrita de las ideas políticas, sociales, históricas, morales y religiosas, cuando ofrecen una forma que les da derecho a ser incluidas en la literatura.

En el campo especialmente literario, rompen con la tradición grecolatina que el neoclasicismo había heredado del humanismo y cuyo fundamento estaba en la imitación de los antiguos.  No desdeñan o ignoran a éstos, pero sacuden su tutela.  No hubo ninguna reacción más general y más precisa que ésta.  Por obra de los románticos, la literatura debe hacerse independiente y francamente moderna.

        Rechazan las elegancias artificiales, aquellas perífrasis, aquellas personificaciones de ideas abstractas de que tanto había abusado el siglo XVIII.  Sobre todo quieren que desaparezca el estilo mitológico.

                                ELEMENTOS INTERIORES DEL ROMANTICISMO

        Llamaremos romanticismo interior a lo que se refiere al hombre en sí mismo, es decir, a su ser sentimental, intelectual y moral.  Clasificaremos con el nombre de romanticismo exterior las ideas, los gustos, las inquietudes que llevaron los románticos a salirse de sí mismos hacia el mundo exterior, ya sea pasado o presente, moral o material.  Finalmente, designaremos por romanticismo en el arte literario lo que se refiere a la expresión y a la forma, desde los principios estéticos hasta el léxico o lengua, el estilo y el verso.

EL ALMA ROMÁNTICA. 

        El estado del alma romántica fue compartido por multitud de hombres y buen número de mujeres, en su mayoría jóvenes, que no escribieron o dejaron nada, pero admiraron y sintieron afecto hondo por los mejores escritores románticos, porque en sus versos o en su prosa encontraban determinados rasgos de su propio estado espiritual.  Este estado de alma romántica, que da un tono tan particular a la primera mitad del siglo XIX y que señala una "crisis de la conciencia europea” más general y honda que la de 1680-1715, que fue casi únicamente intelectual, puede resumirse en sus rasgos principales por lo que los escritores románticos nos dicen de sí mismos y a través de los personajes que nos presentan.

        El estado del alma de los clásicos se caracterizaba, en general, por un equilibrio de las facultades que no consentía que la sensibilidad y la imaginación prevalecieran sobre la razón, a la que se consideraba como señora del pensamiento humano, y cuyo sentido común es la forma más modesta pero la más segura.  Para ellos la razón era lo esencial del hombre, su sustancia; la sensibilidad y la imaginación comparadas con aquella sustancia no eran sino accidentes producto de elementos físicos, exteriores al alma.

        El nuevo estado espiritual estaba constituido principalmente de insatisfacción del mundo contemporáneo, de inquietud ante la vida, de tristeza sin motivo.  El joven héroe libre y amado en medio de la radiante Naturaleza, se pregunta por qué su corazón es también producto del desequilibrio entre las facultades y por eso Goethe llamaba clásico  a lo que es sano y romántico a lo enfermo; también resulta una consecuencia de la protesta contra cuanto existe y de una aspiración a algo, sin saber a qué.

        En esta moral enfermiza, a la que contribuyeron mucho la situación histórica y la relajación de los marcos sociales, pero cuya causa más importante parece haber sido la decadencia de las creencias religiosas, el papel de la razón como guía disminuye y en cambio adquieren predominio la imaginación y la sensibilidad.  Se abandonan las gentes a sus sueños y a sus pasiones y se seleccionan y cultivan unas y otras.

        “[En] El fondo, el romanticismo es el horror de la realidad y el deseo de evadirse de ella… (hay un deseo) de emanciparse o liberarse de lo real por medio de la imaginación, de liberarse también y de aislarse de ella encerrándose en el santuario de la sensibilidad personal…”  No puede producir sorpresa que aquella hipertrofia de la imaginación y de la sensibilidad, facultades completamente personales subordinadas a las propiamente intelectuales por las que los hombres mantienen comunicación entre ellos, engendrara un egocentrismo del que encontramos repetidas pruebas: algunos consideran esta egomanía como la más distintiva característica de los románticos.  

        Se califica de romántico el impulso hacia la belleza indeterminada, hacia lo infinitamente hermoso, resultado del divorcio interior entre lo ideal y lo real.  Con frecuencia los sueños de los románticos se concretan y su ardiente imaginación se lanza hacia un ideal; pero el elemento racional y práctico está ausente;  su ideal resulta casi siempre confuso o irrealizable.  El alma romántica no es, pues, siempre pasiva;  ofrece una opulencia y una variedad que, a pesar de su falta de solidez o de sus insuficiencias, la hacen simpática o interesante para el historiador de la psicología moderna.  Sobre todo siente irresistible atracción por lo bello en todas sus formas y aspectos, naturalmente sobre todo por aquellos a los que menos se abría acogedora el alma de los clásicos, hacia los más coloristas y brillantes. No es sorprendente que haya renovado las letras y las artes al introducir en ellas la expresión de sus caracteres más íntimos.

        En primer lugar, romanticismo y juventud marcha aunados.  Algunos viejos siguieron siendo románticos porque  su alma siguió siendo joven y entusiasta y su espíritu no sufrió esclerosis ni su ideal cambió, a pesar de las decepciones.  Por lo demás, su destino fue no sobrevivir a su juventud romántica.  La muerte les derriba prematuramente;  ya la muerte natural, causada casi siempre por una dolencia que explica lo que su inspiración tiene de febril o de melancólica (quienes dejaron de existir antes de la treintena), la muerte en duelo, en el campo de batalla, o luchando por una causa noble, o por suicidio.

        Estos hombres jóvenes poseen en su mayoría un temperamento nervioso, un alma que se conmueve fácilmente ante la Naturaleza, el arte y la belleza en todas sus formas;  un espíritu intrépido, más brillante que profundo, pronto a las paradojas, amigo de los contrastes, inclinado en todo a lo excesivo, menos dirigido por la razón que seducido por los impulsos de la sensibilidad o la atracción de la imaginación;  un corazón apasionado que late violentamente no sólo al llamamiento del amor, sino al de las grandes causas humanas: el patriotismo, la libertad, la humanidad.  El amor ocupa en la vida de muchos románticos lugar preponderante y a veces la llena por entero.  Según su diversa naturaleza, da a sus elegidos o a sus víctimas rostros de cera, pálidos, melancólicos o iluminados y ennoblecidos por un ideal que los eleva y los purifica, o devorados por las pasiones que los arrastran al abismo.

        La originalidad fue una característica predominante en muchos románticos y quizás la que más impresión produjo en sus contemporáneos.  Originalidad de ademanes, de vestido, de léxico, todo en lo superficial.  Originalidad, asimismo, en la actitud dentro de la vida, en las relaciones sociales y a veces en los principios relativos al amor y al matrimonio.  Por esta originalidad, principalmente, el romántico se destaca, resalta sobre sus contemporáneos, a los que considera retrasados en principios morales, sociales y artísticos de otra época.  Burgueses, tenderos y filisteos se han quedado, según ellos, anquilosados en sus aficiones neoclásicas y nada entienden del genio, de la Naturaleza y del arte.   De ahí el tono fanfarrón y antisocial o al menos antiburgués que de cuando en cuando se manifiesta entre los románticos.  De ahí el tipo de romántico bohemio que se hizo popular porque impresionaba a la imaginación.  Es cierto, sin embargo, que la modestia de sus orígenes, su repugnancia al trabajo regular, la fantasía de su manera de vivir y el producto mediocre que obtenían por sus obras demasiado en pugna con los gustos dominantes, hizo que la mayoría de los románticos vivieran pobres, más todavía que los otros literatos.        

        La pugna de sentimientos y gustos entre clásicos y románticos se manifestaba también en su aspecto exterior, en sus maneras.  El famoso chaleco rojo, los jóvenes románticos barbudos y cabelludos, hacían befa del “burgués lampiño y calvo”; George Sand disfrazada de hombre y fumando, el atuendo del Dandy, el léxico salpicado de expresiones y giros arcaicos, de juramentos pintorescos, la actitud ya soñadora y lánguida, ya irónica y provocativa, distinguen a los románticos en los años de 1830.  

        Esta originalidad se convertía, a veces, en un estado espiritual frenético que lindaba con la locura.  A esta originalidad real o afectada, que coloca al romántico al margen y lo aísla de sus contemporáneos, se aunaba un individualismo que daba a su personalidad derechos predominantes y que, a veces, se convertía en egoísmo intelectual y moral.  Sintiéndose independientes de la sociedad y estimando que sus derechos individuales eran superiores a los que tenía sobre ellos la comunidad, muchos románticos no tienen en cuenta no cultivan sino su yo; ese yo que Pascal consideraba odioso en los escritos, llena los de los románticos y fue una consecuencia inevitable de su preocupación por la verdad y por la intimidad.  Este yo considerado con complacencia debió su interés a que era excepcional y de valor único.  Se sentía la necesidad de revelarse a los demás, de narrarse o contarse, de describirse; de ahí la multitud de confidencias, confesiones, etc.  Se dio una verdadera afición a participar al lector las emociones propias y más intimas y los sufrimientos del corazón, a exhibir la personal llaga sangrante, a “pasear el corazón ensangrentado”.

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