Salud Mental
Camilo.Solar3 de Noviembre de 2014
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Chile es uno de los países de la OCDE con menor aporte público para financiar el gasto en salud. Son los pobres los que, proporcionalmente, hacen el mayor esfuerzo para sostener ese gasto. Los chilenos sufren cada vez más problemas como la depresión y la ansiedad, que impactan en la productividad económica por la incapacidad laboral que generan.la ausencia de políticas públicas a la altura de las necesidades hará que tal como ya acontece con la demanda por más y mejor educación- los ciudadanos comiencen a movilizarse por una salud de calidad.
Todo indica que en Chile nos encontramos en un proceso de transición epidemiológica propio de los países en desarrollo. Una de las hipótesis básicas de la epidemiología social es que la absorción de las tensiones que aparecen en los procesos de modernización y crecimiento económico, están asociadas a la aparición de trastornos emocionales y de síntomas psiquiátricos y psicosomáticos. Por lo tanto, es necesario que una estrategia de salud mental abra una discusión en torno a la redistribución de los recursos públicos en salud en función del perfil epidemiológico del país, es decir, en función de las enfermedades con mayor prevalencia en la población.
En Chile una de cada tres personas sufre problemas de salud mental en algún momento de su vida. Santiago encabeza las capitales con mayor número de trastornos ansiosos y depresivos en el mundo, lo cual se ha traducido en un aumento explosivo en el consumo de antidepresivos. Asimismo, Chile es el país de la OCDE donde más ha aumentado la tasa de suicidio –sólo después de Corea del Sur–, mientras que durante los últimos años se observa un aumento importante de patologías mentales en niños, jóvenes y adultos jóvenes. Por otro lado, la mayor prevalencia de desórdenes emocionales y del comportamiento ha provocado parte importante del aumento en la cantidad de licencias médicas en Chile. A partir del año 2008, los problemas psicológicos se convirtieron en la primera causa de incapacidad transitoria entre los beneficiarios del sistema público de salud. En paralelo, se produce una mayor demanda de atención psicológica y psiquiátrica: una de cada tres consultas en todo el servicio público de Santiago estaría dada por trastornos ansioso-depresivos. En suma, la prevalencia de dificultades en salud mental es un problema mayor para las políticas públicas, más aún cuando para una buena parte de los trastornos psicológico-psiquiátricos existe una relación inversa entre prevalencia y estrato socioeconómico, es decir, los más pobres tienen una carga mayor de problemas en salud mental.
Sin duda, esto constituye un problema mayor para el país en su conjunto, puesto que, según estimaciones para los países desarrollados, los costos asociados a los trastornos mentales oscilan entre un 3% a 4% del PIB. En Chile el costo más significativo es el que representan las pérdidas de productividad por los años de vida saludables perdidos (AVISA), donde los trastornos neuropsiquiátricos contribuyen con el 31%, siendo uno de los índices más altos en el mundo. Según algunas estimaciones, los desórdenes psicológicos representarían alrededor del 23% del costo total de enfermedades en Chile.
Es urgente entonces cambiar el foco. Hoy los tratamientos psiquiátricos y psicoterapéuticos son costo-efectivos e, incluso, costo-eficientes. Dicho de otro modo, invertir más en salud mental sería un buen negocio para el país: el costo indirecto asociado a las enfermedades de salud mental y abuso de sustancias (pérdida de productividad, ausentismo laboral, aumento del uso y costo de los servicios generales de salud, etc.) generalmente es mayor a los costos directos del tratamiento (incluso si éste es de largo plazo y se extiende por largos periodos). En contraste con lo anterior, lo que observamos hoy es una pauperización de los salarios de los profesionales de salud mental,
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