Socialismo
Josue19821 de Octubre de 2013
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Socialismo(s) del siglo XXI: el legado de América Latina
¿Cuánto hay de socialismo en las experiencias políticas concretas que están llevando a cabo gobiernos de izquierda o de inspiración progresista en América Latina? Esto es lo que intentaremos contestar en este breve artículo, partiendo de un acto de buena fe. Este acto de buena fe consiste no en recortar la expresión “izquierda” o “socialismo” para designar sólo aquéllos que con mucha justeza podría identificarse con ello, sino por el contrario, en expandir tanto los conceptos, que todas las experiencias “progresistas” puedan caber en ellos. Usaré como ejemplo de lo que quiero decir una anécdota de la novela La Tregua, de Mario Benedetti. El personaje de la Tregua le confiesa su amor a una compañera de oficina, la inefable Avellaneda. Pero ésta le pregunta a boca de jarro, “¿qué significa que Ud. está enamorado de mí?”, y agrega “eso puede significar muchas cosas en la jerga masculina”. Él le da una respuesta muy simple: “Entonces póngale la mejor de esas muchas cosas”. De la misma manera, buscaré las lecciones de “socialismo” que hay en las muchas experiencias políticas desde la izquierda y la centro izquierda en América Latina, sin preocuparme demasiado sobre su pureza ideológica, política y doctrinaria. Y con una mirada generosa, es mucho lo que se encuentra. De hecho, la expresión “el socialismo del siglo XXI” ha servido para designar algunos de los emprendimientos que los gobiernos de izquierda han venido realizando en la región, aunque con la excepción de Chávez, el Lula de la primera administración y Evo Morales, ninguno identifica a su gobierno nítidamente con un proyecto “socialista”. Cuanto más grandes los partidos o coaliciones en el gobierno –y el caso del Frente Amplio está comprendido en las generales de la ley- más soluciones de compromiso han debido ser buscadas entre quienes persiguen alguna forma de socialismo, y quienes simplemente se atienen a una agenda de “progresismos” diversos. Popularizado por Chávez, el socialismo del siglo XXI ha sido utilizado también para designar una revisión crítica de las experiencias de socialismo real, identificado en general como “el socialismo del siglo XX”. ¿En qué se diferencia la propuesta del socialismo del siglo XXI con la de su predecesor? En al menos tres posturas que han sido claves para cualquier socialismo: cuál debe ser el rol del Estado, cómo se logra la redistribución de la riqueza, y qué papel juegan las instituciones políticas. El socialismo del siglo XXI, tiene una prédica y una postura con relación al rol del Estado muy distinta a la del socialismo del siglo XX. Para empezar, parece haber abdicado de la pretensión de eliminar la propiedad privada, transformándola en propiedad “pública” o “estatal” (el único caso donde esto todavía está vigente, es en el régimen cubano). Puestas así las cosas, para las izquierdas de hoy el dilema sigue siendo: ¿cuánto estado? El impulso político e ideológico del liberalismo de las últimas décadas, ha dado una respuesta a esto: el menos posible. Sin embargo, muchos de los experimentos realizados con el Estado, en particular en América Latina, han sido catastróficos, y le han enseñado al mismo liberalismo que sin un Estado que funcione, tampoco funcionará el mercado. Pero más allá de estas “correcciones” al optimismo liberal de los noventa, y del diagnóstico, hoy compartido por todos, que sin un Estado que funcione bien, la economía de mercado tampoco funcionará bien, la izquierda tiene un debate pendiente con relación a esto. ¿Cuánto Estado y para qué? La frase “tanto Estado como sea necesario, y tanto mercado como sea posible”, no resuelve el problema. Frente a este dilema, las izquierdas de América Latina han dado respuestas variadas, haciendo sus propias lecturas sobre los éxitos y fracasos de las experiencias socialistas del siglo XX. Durante el siglo XX, una de estas respuestas, fue impulsar la nacionalización y la estatización de importantes actividades económicas, en especial, después de la postguerra. En muchos países (Argentina, Brasil, Bolivia), la década del cincuenta fue escenario de muchos de estos procesos. Las izquierdas del “socialismo del siglo XXI” no han abandonado esta pretensión, pero han rebajado el nivel de sus apuestas. Aún así, en países como Venezuela, Bolivia, o Argentina, la recuperación de la propiedad estatal en muchas empresas que habían sido privatizadas, es parte del proceso de cambio que se está impulsando. En países como Venezuela y Bolivia, la “reestatización” de PDVSA o la nacionalización de los hidrocarburos, va más allá de una estrategia que pretende fortalecer el rol de Estado: son medidas tendientes a aumentar los márgenes de soberanía de estos países en cuanto naciones. Esto vale también para los tímidos intentos paraguayos, de renegociar los viejos y leoninos contratos sobre sus recursos hídricos (las represas). Y por supuesto, seguirá valiendo para la política del cobre, en Chile, aunque este mérito no les corresponde a los gobiernos actuales. Este dilema del socialismo del siglo XX con respecto al Estado no es ajeno al tema de la igualdad. En un mundo donde el grado de desigualdad aumenta entre los países, y al interior de los mismos (América Latina es un ejemplo dramático de esto último), la cuestión de la igualdad coloca en el centro el rol del Estado. Baste como ejemplo la bandera de la “reforma agraria” que gobiernos socialistas de distinta índole impulsaron en el pasado. Dado que la propiedad de la tierra era la base en la que se asentaban todas las desigualdades, era lógico que la reforma agraria fuera el instrumento elegido para combatirla. ¿Y quién podía hacer la reforma agraria? Sólo el Estado era un actor capaz de hacerlo, contra los intereses de las élites agrarias. Pero hoy ya no es la propiedad de la tierra la fuente de la desigualdad, y la izquierda sabe que los modelos de acumulación que imperan en nuestra sociedades, tienden a perpetrar la desigualdad casi inevitablemente (como lo muestra con claridad, la fatal combinación de crecimiento económico con aumento de la desigualdad que caracterizó al Brasil y al Chile de la década del 80 y el 90). El Estado es el único actor externo al mercado, y con autoridad para hacerlo, capaz de redistribuir los costos y beneficios del crecimiento. El socialismo del siglo XX trató de cambiar el modo de producción (de uno capitalista a uno socialista) como forma de promover la igualdad. El socialismo del siglo XXI se resigna a la imposibilidad de hacer cambios estructurales profundos en los modelos de acumulación capitalista, y por eso los gobiernos de izquierda ya no buscan redistribuir “desde la base” (alterando el modo de producción) sino “desde arriba”, reforzando el rol del Estado para que corrija las desigualdades que produce el proceso productivo. ¿Y cómo opera el Estado? Con políticas públicas que permitan el acceso igualitario a bienes socialmente relevantes como educación, salud, vivienda, etcétera. Cuando va más lejos, intenta políticas fiscales o tributarias más duras con el capital. Y siempre, en todos los casos, fortalece a los trabajadores, vis a vis, los empresarios. En Uruguay, ello se ha hecho a través de los consejos de salarios, pero casi todos los gobiernos progresistas de América Latina registran iniciativas en este sentido (incluyendo nuevas y reformadas legislaciones que protegen los derechos de los trabajadores). Fortalecer el poder de los trabajadores es, probablemente, la medida con mayor impacto sobre la igualdad. A un socialista del siglo XX, este rol del Estado le parecería pura “administración del capital”. Pero el socialista del siglo XXI piensa distinto. Y lo cierto es que en buena medida es esto lo que los gobiernos de izquierda hacen, con no pocos resultados. La redistribución del ingreso, es uno de los logros más importantes que están obteniendo los gobiernos de izquierda en América Latina, aunque la evidencia empírica de que se dispone
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