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Anillo De Giges Capitulo 7

deyanira.silva624 de Noviembre de 2014

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VII. LAS VIRTUDES

Y LA CORPOREIDAD HUMANA

70. En el hombre hay potencias racionales, como la inteligencia, otras irracionales, como el oído, y también unas que pueden obedecer a la razón. Es el caso de los apetitos, ya sea el irascible o el concupiscible. Tanto en el caso de estas potencias como en el de las racionales, se da una ambigüedad, es decir, existe la posibilidad de que se empleen para bien o para mal. Y donde hay ambigüedad hay lugar para la virtud: ella logra que lo que era ambivalente (ad opposita) quede orientado en una dirección (ad unum). Tradicionalmente se han señalado dos virtudes fundamentales o cardinales que se ocupan de ordenar esos apetitos que pueden obedecer a la razón: la fortaleza y la templanza. Cuando las caracterizamos como virtudes de nuestra corporeidad, no estamos sugiriendo que sólo se limiten a ella: toda virtud supone el ejercicio de las potencias racionales.

A) FORTALEZA

71. Hemos dicho muchas veces que los hombres buscamos el bien. Sin embargo, a diferencia de los animales, no lo conseguimos de manera espontánea. Con frecuencia nos equivocamos, de modo que, en vez de obtener un bien auténtico, nos conformamos con un bien aparente. Hay muchas razones que explican esta divergencia, entre ellas, el hecho de que los auténticos bienes muchas veces sean difíciles de alcanzar, sean arduos. Por otra parte, además de las dificultades que se presentan en el camino del bien, muchas veces su posesión dista de ser pacífica. Así, el entusiasmo inicial muchas veces va seguido por la rutina, y los apoyos que se recibieron al comenzar un proyecto se transforman en críticas e incomprensiones. Cuando los aqueos se cansan del asedio a Troya y pretenden volver, Ulises los increpa, diciéndoles: “Con todo, es una vergüenza permanecer tanto tiempo aquí y volver de vacío”. Para acometer en la búsqueda del bien y perseverar en su realización se requiere una capacidad de ánimo muy especial, que podemos llamar fortaleza.

FACETAS DE LA FORTALEZA: ACOMETER Y RESISTIR

72. Esta virtud tiene dos facetas: una, positiva, consiste en la capacidad de emprender, en la magnanimidad de hacerse cargo de grandes desafíos. Es un hecho de experiencia que los hombres muchas veces crecen ante las dificultades. Ellas hacen surgir fuerzas insospechadas y, una vez que se sale adelante, el carácter queda particularmente fortalecido. Nadie podía imaginar que unos Hobbits pacíficos y comodones, que nunca habían salido de La Comarca, se iban a transformar en los protagonistas de una aventura que cambiaría el destino de la historia que se cuenta en El Señor de los Anillos. Lo que en el lenguaje coloquial se llama “fuerza de voluntad”, no es más que la consecuencia de haberse ejercitado una y otra vez en el vencimiento propio y de los obstáculos externos. Quien haya actuado así, podrá decir con el Hidalgo:

“¿A qué llamas apear, o a qué dormir?” dijo Don Quijote. “¿Soy yo por ventura de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? Duerme tú que naciste para dormir, o haz lo que quisieres, que yo haré lo que viere que más viene con mi pretensión”.

73. Esta primera faceta de la fortaleza, aunque importante, no es sin embargo la más difícil. En efecto, el espíritu emprendedor se ve impulsado por el gusto por la aventura, por la novedad de lo que no se conoce y por la posibilidad de alcanzar otros bienes como el reconocimiento social o la prosperidad material. Junto a ese aspecto positivo de la fortaleza se encuentra otro, de carácter pasivo o negativo, mucho más difícil de conseguir: la capacidad de resistir. De nada sirve el espíritu emprendedor o el gusto por la aventura cuando los días se tornan iguales, o cuando llega el sufrimiento o la soledad. Es la hora de la irritación, el tedio o el desaliento, que sirven de piedra de toque para aquilatar si la fortaleza es real o si más bien obedece al entusiasmo. La fortaleza, para ser genuina, tiene que resistir la más grande de las pruebas: el paso del tiempo, la desesperanza. Mucho más dura que la lucha contra el Cíclope, o el paso entre los monstruos marinos Escila y Caribdis son, para Ulises, las largas esperas donde Calipso o Circe, cuando lo que se cuestiona es la voluntad misma de seguir adelante. Ulises necesita muy poco rato para castigar a los pretendientes de Penélope, pero requiere toda su energía interior para soportar la humillación de vivir en su casa como un mendigo y un extraño, y soportar la arrogancia de los hombres injustos. Otras veces, esta capacidad de resistir se ejercita no ya respecto de las ofensas o el dolor, sino de la carga que puede significar la vida misma. Hay situaciones de particular angustia y depresión, momentos en los que la vida parece carecer de todo sentido, en los cuales la posibilidad del suicidio se puede presentar muy cercana. Así Hécuba se lamenta por la muerte de su hijo Héctor en manos de Aquiles: “¡Hijo mío! ¡Ay mísera de mí! ¿A qué vivir con este atroz sufrimiento, ahora que estás muerto?”. Entonces se requiere fortaleza, tanto para no asustarse ante las malas pasadas que puede jugar la imaginación como para afrontar y aceptar el sufrimiento psíquico, que es probablemente aquella forma de sufrimiento para la que el hombre está menos dotado. Por último, la fortaleza permite seguir los dictados de la conciencia allí donde todos parecen esperar algo distinto, como Rick, en la escena final de Casablanca, que hace lo que cree que es justo aunque eso le signifique quedar con el corazón desgarrado.

LA COBARDÍA

74. La fortaleza se halla en un término medio entre la cobardía y la temeridad. De estos dos defectos, el primero es el más frecuente. Reviste formas muy diversas. La más común es el exagerado temor al dolor físico, fenómeno que se acrecienta en las sociedades de índole hedonista. En otros casos se trata de un auténtico miedo a la responsabilidad. Conocido es el síndrome de Peter Pan, que afecta a los adolescentes que siguen comportándose como niños. Pero, sin llegar a esos extremos, es indudable que en nuestra época los hombres parecen menos preparados para tomar compromisos. Otra forma habitual de cobardía es la incapacidad de actuar contracorriente. Ivetta Gerasimchuk, una escritora rusa, llamaba “anemófilos” a esos contemporáneos nuestros que orientan sus vidas según el viento que sople en cada momento y que celebran todo cambio por el solo hecho de ser tal. Otras veces la cobardía se viste de timidez, de un temor exagerado a equivocarse o a hacer el ridículo. Como se sabe, en el lejano Oriente predominan las éticas de la vergüenza, de modo que, cuando una persona ha incurrido en una grave equivocación o se ha hecho acreedora del menosprecio de sus semejantes, se espera que enfrente esa situación humillante a través de comportamientos que, como el harakiri, son insólitos para nosotros. La tradición judeocristiana, en cambio, da origen a éticas basadas en la noción de culpa, en las cuales, en principio, lo decisivo no es lo que piensen los demás, sino la coherencia con la propia conciencia y con la voluntad divina. Para los casos en los que la vida propia no ha estado a la altura de los ideales que se mantienen, la solución no es el suicidio, sino el arrepentimiento. Es la diferencia entre Pedro y Judas, después de sus respectivas traiciones.

En Antígona, dice Ismena que lo que pretende su hermana es un imposible. En verdad no lo es. La propia actitud de Antígona hace patente que una mujer de su misma edad, cultura y posición social puede ejecutar un acto, como el de enterrar a su hermano en contra del parecer de los poderosos, que la otra consideraba imposible. El problema no era entonces si resultaba imposible oponerse al dictado de los poderosos, sino si se estaba o no dispuesto a asumir los costos de esa rebeldía. El valiente normalmente siente miedo, incertidumbre o angustia, pero los somete a la razón, los vence. Los actos de valentía o heroísmo están al alcance de cualquier hombre que esté dispuesto a pagar los costos que conllevan. Pero para tener esa disposición se requiere un entrenamiento previo, un ejercicio que lleva a fortalecer la voluntad y a hacer lo que se debe hacer, aunque cueste. Por eso puede decir Antígona, cuando le advierten que morirá si entierra a su hermano: “Y será para mí hermoso morir haciendo eso. Yaceré junto a él, querida junto a un ser querido, por haber cometido un delito santo”.

75. Sentir miedo, entonces, no es un obstáculo para que una persona sea considerada como valiente. August von Galen temblaba de miedo antes de pronunciar los famosos discursos en los que criticaba la política nacionalsocialista en materias como la eutanasia de los discapacitados. Pero, temblando y todo, hablaba. A veces, la costumbre o la experiencia hacen que una persona no sienta miedo donde otros sí lo experimentan. Así, hay quienes se hallan familiarizados con ciertos peligros. Una azafata puede mostrar una calma extraordinaria en un avión que se está incendiando. Sin embargo, no tendría la misma serenidad en el momento en que, durante una visita al zoológico con sus hijos, ve que se escapa un tigre de la jaula. En el caso de un veterinario experimentado o de un domador de fieras, sucedería lo contrario. Existe una habituación a ciertos peligros, un conocimiento mayor que permite reaccionar de una manera más apropiada que el resto. En ciertas oportunidades, empero, esa confianza excesiva puede resultar peligrosa, como en el caso de Aquiles, que no se preocupó de proteger su vulnerable talón.

El miedo, por tanto, es una ayuda para conservar la vida. Carecer por completo de él o no tenerlo allí donde correspondería experimentarlo, puede ser muy peligroso. Además,

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