Apología De Socrates
nahirfajardo28 de Agosto de 2012
10.412 Palabras (42 Páginas)342 Visitas
Apología de Sócrates
No sé, atenienses, la sensación que habéis experimentado por las palabras de mis acusadores.
Ciertamente, bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme; tan
persuasivamente habla ban. Sin embargo, por así decirlo, no han dicho nada verdadero. De las
muchas mentiras que han urdido, una me causó especial extrañeza, aquella en la que decían
que teníais que precaveros de ser engañados por mí porque, dicen ellos, soy hábil para hablar.
En efecto, no sentir vergüenza de que inmediatamente les voy a contradecir con la realidad
cuando de ningún modo me muestre hábil para hablar, eso me ha parecido en ellos lo más
falto de vergüenza, si no es que acaso éstos llaman hábil para hablar al que dice la verdad.
Pues, si es eso lo que dicen, yo estaría de acuerdo en que soy orador, pero no al modo de
ellos. En efecto, como digo, éstos han dicho poco o nada verdadero. En cambio, vosotros vais
a oír de mí toda la verdad; ciertamente, por Zeus, atenienses, no oiréis bellas frases, como las
de éstos, adornadas cuidadosamente con expresiones y vocablos, sino que vais a oír frases
dichas al azar con las palabras que me vengan a la boca; porque estoy seguro de que es justo
lo que digo, y ninguno de vosotros espere otra cosa. Pues, por supuesto, tampoco sería
adecuado, a esta edad mía, presentarme ante vosotros como un jovenzuelo que modela sus
discursos. Además y muy seriamente, atenienses, os suplico y pido que si me oís hacer mi
defensa con las mismas expresiones que acostumbro a usar, bien en el ágora, encima de las
mesas de los cambistas, donde muchos de vosotros me habéis oído, bien en otras partes, que
no os cause extrañeza, ni protestéis por ello. En efecto, la situación es ésta. Ahora, por
primera vez, comparezco ante un tribunal a mis setenta años. Simplemente, soy ajeno al modo
de expresarse aquí. Del mismo modo que si, en realidad, fuera extranjero me consentiríais,
por supuesto, que hablara con el acento y manera en los que me hubiera educado, también
ahora os pido como algo justo, según me parece a mí, que me permitáis mi manera de
expresarme -quizá podría ser peor, quizá mejor- y consideréis y pongáis atención solamente a
si digo cosas justas o no. Éste es el deber del juez, el del orador, decir la verdad.
Ciertamente, atenienses, es justo que yo me defienda, en primer lugar, frente a las primeras
acusaciones falsas contra mí y a los primeros acusadores; después, frente a las últimas, y a los
últimos. En efecto, desde antiguo y durante ya muchos años, han surgido ante vosotros
muchos acusadores míos, sin decir verdad alguna, a quienes temo yo más que a Ánito y los
suyos, aun siendo también éstos temibles. Pero lo son más, atenienses, los que tomándoos a
muchos de vosotros desde niños os persuadían y me acusaban mentirosamente, diciendo que
hay un cierto Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas celestes, que investiga todo lo que hay
bajo la tierra y que hace más fuerte el argumento más débil. Éstos, atenienses, los que han
extendido esta fama, son los temibles acusadores míos, pues los oyentes consideran que los
que investigan eso no creen en los dioses. En efecto, estos acusadores son muchos y me han
acusado durante ya muchos años, y además hablaban ante vosotros en la edad en la que más
podíais darles crédito, porque algunos de vosotros erais niños o jóvenes y porque acusaban in
absentia, sin defensor presente. Lo más absurdo de todo es que ni siquiera es posible conocer
y decir sus nombres, si no es precisamente el de cierto comediógrafo. Los que, sirviéndose de
la envidia y la tergiversación, trataban de persuadiros y los que, convencidos ellos mismos,
intentaban convencer a otros son los que me producen la mayor dificultad. En efecto, ni
siquiera es posible hacer subir aquí y poner en evidencia a ninguno de ellos, sino que es
necesario que yo me defienda sin medios, como si combatiera sombras, y que argumente sin
que nadie me responda. En efecto, admitid también vosotros, como yo digo, que ha habido
Platón – Apología de Sócrates
Cortesía de Nueva Acrópolis www.nueva-acropolis.es
1
dos clases de acusadores míos: unos, los que me han acusado recientemente, otros, a los que
ahora me refiero, que me han acusado desde hace mucho, y creed que es preciso que yo me
defienda frente a éstos en primer lugar. Pues también vosotros les habéis oído acusarme
anteriormente y mucho más que a estos últimos.
Dicho esto, hay que hacer ya la defensa, atenienses, e intentar arrancar de vosotros, en tan
poco tiempo, esa mala opinión que vosotros habéis adquirido durante un tiempo tan largo.
Quisiera que esto resultara así, si es mejor para vosotros y para mí, y conseguir algo con mi
defensa, pero pienso que es difícil y de ningún modo me pasa inadvertida esta dificultad. Sin
embargo, que vaya esto por donde al dios le sea grato, debo obedecer a la ley y hacer mi
defensa.
Recojamos, pues, desde el comienzo cuál es la acusación a partir de la que ha nacido esa
opinión sobre mí, por la que Meleto, dándole crédito también, ha presentado esta acusación
pública. Veamos, ¿con qué palabras me calumniaban los tergiversadores? Como si, en efecto,
se tratara de acusadores legales, hay que dar lectura a su acusación jurada. «Sócrates comete
delito y se mete en lo que no debe al investigar las cosas subterráneas y celestes, al
hacer más fuerte el argumento más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros». Es
así, poco más o menos. En efecto, también en la comedia de Aristófanes veríais vosotros a
cierto Sócrates que era llevado de un lado a otro afirmando que volaba y diciendo otras
muchas necedades sobre las que yo no entiendo ni mucho ni poco. Y no hablo con la
intención de menospreciar este tipo de conocimientos, si alguien es sabio acerca de tales
cosas, no sea que Meleto me entable proceso con esta acusación, sino que yo no tengo nada
que ver con tales cosas, atenienses. Presento como testigos a la mayor parte de vosotros y os
pido que cuantos me habéis oído dialogar alguna vez os informéis unos a otros y os lo deis a
conocer; muchos de vosotros estáis en esta situación. En efecto, informaos unos con otros de
si alguno de vosotros me-oyó jamás dialogar poco o mucho acerca de estos temas. De aquí
conoceréis que también son del mismo modo las demás cosas que acerca de mí la mayoría
dice.
Pero no hay nada de esto, y si habéis oído a alguien decir que yo intento educar a los hombres
y que cobro dinero, tampoco esto es verdad. Pues también a mí me parece que es hermoso que
alguien sea capaz de educar a los hombres como Gorgias de Leontinos, Pródico de Ceos e
Hipias de Élide. Cada uno de éstos, atenienses, yendo de una ciudad a otra, persuaden a los
jóvenes -a quienes les es posible recibir lecciones, gratuitamente del que quieran de sus
conciudadanos- a que abandonen las lecciones de éstos y reciban las suyas pagándoles dinero
y debiéndoles agradecimiento. Por otra parte, está aquí otro sabio, natural de Paros, que me he
enterado de que se halla en nuestra ciudad. Me encontré casualmente al hombre que ha
pagado a los sofistas más dinero que todos los otros juntos, Calias, el hijo de Hipónico. A éste
le pregunté -pues tiene dos hijos-: «Callas, le dije, si tus dos hijos fueran potros o becerros,
tendríamos que tomar un cuidador de ellos y pagarle; éste debería hacerlos aptos y buenos en
la condición natural que les es propia, y sería un conocedor de los caballos o un agricultor.
Pero, puesto que son hombres, ¿qué cuidador tienes la intención de tomar? ¿Quién es
conocedor de esta clase de perfección, de la humana y política? Pues pienso que tú lo tienes
averiguado por tener dos hijos». «¿Hay alguno o no?», dije yo. «Claro que sí», dijo él.
«¿Quién, de dónde es, por cuánto enseña?», dije yo. «Oh Sócrates -dijo él-; Eveno, de Paros,
por cinco minas». Y yo consideré feliz a Eveno, si verdaderamente posee ese arte y enseña tan
convenientemente. En cuanto a mí, presumiría y me jactaría, si supiera estas cosas, pero no las
sé, atenienses.
Platón – Apología de Sócrates
Cortesía de Nueva Acrópolis www.nueva-acropolis.es
2
Quizá alguno de vosotros objetaría: «Pero, Sócrates, ¿cuál es tu situación, de dónde han
nacido esas tergiversaciones? Pues, sin duda, no ocupándote tú en cosa más notable que los
demás, no hubiera surgido seguidamente tal fama y renombre, a no ser que hicieras algo
distinto de lo que hace la mayoría. Dinos, pues, qué es ello, a fin de que nosotros no
juzguemos a la ligera.» Pienso que el que hable así dice palabras justas y yo voy a intentar dar
a conocer qué es, realmente, lo que me ha hecho este renombre y esta fama. Oíd, pues. Tal
vez va a parecer a alguno de vosotros que bromeo. Sin embargo, sabed bien que os voy a
decir toda la verdad. En efecto, atenienses, yo no he adquirido este renombre por otra razón
que por cierta sabiduría.
...