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Contrato Social

jelnis17 de Febrero de 2014

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Objeto de este libro

El hombre ha nacido libre, y sin embargo, vive en todas partes

entre cadenas. El mismo que se considera amo, no deja por eso de ser

menos esclavo que los demás. ¿Cómo se ha operado esta transformación?

Lo ignoro. ¿Qué puede imprimirle el sello de legitimidad?

Creo poder resolver esta cuestión.

Si no atendiese más que a la fuerza y a los efectos que de ella se

derivan, diría: «En tanto que un pueblo está obligado a obedecer y

obedece, hace bien; tan pronto como puede sacudir el yugo, y lo sacude,

obra mejor aún, pues recobrando su libertad con el mismo derecho

con que le fue arrebatada, prueba que fue creado para disfrutar de ella.

De lo contrario, no fue jamás digno de arrebatársela." Pero el orden

social constituye un derecho sagrado que sirve de base a todos los demás.

Sin embargo, este derecho no es un derecho natural: está fundado

sobre convenciones. Trátase de saber cuáles son esas convenciones;

pero antes de llegar a ese punto, debo fijar o determinar lo que

acabo de afirmar.

CAPÍTULO II

De las primeras sociedades

La más antigua de todas las sociedades, y la única natural, es la

de la familia; sin embargo, los hijos no permanecen ligados al padre

más que durante el tiempo que tienen necesidad de él para su conservación.

Tan pronto como esta necesidad cesa, los lazos naturales

quedan disueltos. Los hijos exentos de la obediencia que debían al padre

y éste relevado de los cuidados que debía a aquéllos, uno y otro

entran a gozar de igual independencia. Si continúan unidos, no es ya

forzosa y naturalmente, sino voluntariamente; y la familia misma no

subsiste más que por convención.

Esta libertad común es consecuencia de la naturaleza humana. Su

principal ley es velar por su propia conservación, sus primeros cuidados

son los que se debe a su persona. Llegado a la edad de la razón,

siendo el único juez de los medios adecuados para conservarse, conviértese

por consecuencia en dueño de sí mismo.

La familia es pues, si se quiere, el primer modelo de las sociedades

políticas: el jefe es la imagen del padre, el pueblo la de los hijos, y

todos, habiendo nacido iguales y libres, no enajenan su libertad sino

en cambio de su utilidad. Toda la diferencia consiste en que, en la

familia, el amor paternal recompensa al padre de los cuidados que

prodiga a sus hijos, en tanto que, en el Estado, es el placer del mando

el que suple o sustituye este amor que el jefe no siente por sus gobernados.

Grotio niega que los poderes humanos se hayan establecido en

beneficio de los gobernados, citando como ejemplo la esclavitud. Su

constante manera de razonar es la de establecer siempre el hecho como

fuente del derecho1. Podría emplearse un método más consecuente

o lógico, pero no más favorable a los tiranos.

Resulta, pues, dudoso, según Grotio, saber si el género humano

pertenece a una centena de hombres o si esta centena de hombres pertenece

al género humano. Y, según se desprende de su libro, parece

inclinarse por la primera opinión. Tal era también el parecer de

Hobbes. He allí, de esta suerte, la especie humana dividida en rebaños,

cuyos jefes los guardan para devorarlos.

Como un pastor es de naturaleza superior a la de su rebaño, los

pastores de hombres, que son sus jefes, son igualmente de naturaleza

superior a sus pueblos. Así razonaba, de acuerdo con Filón, el emperador

Calígula, concluyendo por analogía, que los reyes eran dioses o

que los hombres bestias.

El argumento de Calígula equivale al de Hobbes y Grotio. Aristóteles,

antes que ellos, había dicho también2 que los hombres no son

naturalmente iguales, pues unos nacen para ser esclavos y otros para

dominar.

Aristóteles tenía razón, sólo que tomaba el efecto por la causa.

Todo hombre nacido esclavo, nace para la esclavitud, nada es más

cierto. Los esclavos pierden todo, hasta el deseo de su libertad: aman

1 “Las sabias investigaciones hechas sobre el derecho público, no son a

menudo sino de la historia de antiguos abusos, cuyo demasiado estudio da por

resultado el que se encaprichen mal à propos los que se toman tal trabajo

(traites des intèrêts de la France avec ses voisins, por el marqués de

Argenson, impreso en casa de Rey, en Amsterdam) He allí precisamente lo

que ha hecho Grotio.

la servidumbre como los compañeros de Ulises amaban su embrutecimiento3.

Si existen, pues, esclavos por naturaleza, es porque los ha

habido contrariando sus leyes: la fuerza hizo los primeros, su vileza

los ha perpetuado.

Nada he dicho del rey Adán, ni del emperador Noé, padre de tres

grandes monarcas que se repartieron el imperio del universo, como los

hijos de Saturno, a quienes se ha creído reconocer en ellos. Espero que

se me agradecerá la modestia, pues descendiendo directamente de uno

de estos tres príncipes, tal vez de la rama principal, ¿quien sabe si,

verificando títulos, no resultaría yo como legítimo rey del género humano?

Sea como fuere, hay que convenir que Adán fue soberano del

mundo, mientras lo habitó solo, como Robinson de su isla, habiendo

en este imperio la ventaja de que el monarca, seguro en su trono, no

tenía que temer ni a rebeliones, ni a guerras, ni a conspiradores.

CAPÍTULO III

Del derecho del más fuerte

El más fuerte no lo es jamás bastante para ser siempre el amo o

señor, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber.

De allí el derecho del más fuerte, tomado irónicamente en apariencia y

realmente establecido en principio. Pero ¿ se nos explicará nunca esta

palabra? La fuerza es una potencia física, y no veo que moralidad

puede resultar de sus efectos. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad,

no de voluntad; cuando más, puede ser de prudencia.

¿En qué sentido podrá ser un deber?

Supongamos por un momento este pretendido derecho; yo afirmo

que resulta de él un galimatías inexplicable, porque si la fuerza cons-

2 Politic, Lib. 1, cap. II. (EE.)

3 Véase un tratadito de Plutarco titulado: Que los animales usan de la razón.

tituye el derecho, como el efecto cambia con la causa, toda fuerza superior

a la primera, modificará el derecho. Desde que se puede desobedecer

impunemente, se puede legítimamente, y puesto que el más

fuerte tiene siempre razón, no se trata más que de procurar serlo. ¿Qué

es, pues, un derecho que perece cuando la fuerza cesa? Si es preciso

obedecer por fuerza, no es necesario obedecer por deber, y si la fuerza

desaparece, la obligación no existe. Resulta, por consiguiente, que la

palabra derecho no añade nada a la fuerza ni significa aquí nada en

absoluto.

Obedeced a los poderes. Si esto quiere decir: ceded a la fuerza,

precepto es bueno, pero superfluo.

Respondo que no será jamás violado. Todo poder emana de Dios,

lo reconozco, pero toda enfermedad también. ¿Estará prohibido por

ello, recurrir al médico? ¿Si un bandido me sorprende en una selva,

estaré, no solamente por la fuerza, sino aun pudiendo evitarlo, obligado

en conciencia a entregarle mi bolsa? ¿Por qué, en fin, la pistola que

él tiene es un poder?

Convengamos, pues, en que la fuerza no hace el derecho y en que

no se está obligado a obedecer sino a los poderes legítimos. Así, mi

cuestión primitiva queda siempre en pie.

CAPÍTULO IV

De la esclavitud

Puesto que ningún hombre tiene por naturaleza autoridad sobre

su semejante, y puesto que la fuerza no constituye derecho alguno,

quedan sólo las convenciones como base de toda autoridad legítima

sobre los hombres.

Si un individuo -dice Grotio- puede enajenar su libertad y hacerse

esclavo de otro, ¿por qué un pueblo entero no puede enajenar la suya y

convertirse en un esclavo de un rey? Hay en esta frase algunas palawww.

bras equívocas que necesitarían explicación; pero detengámonos sólo

en la de enajenar. Enajenar es ceder o vender. Ahora, un hombre que

se hace esclavo de otro, no cede su libertad; la vende, cuando menos,

por su subsistencia; pero un pueblo ¿por qué se vende? Un rey, lejos

de proporcionar la subsistencia a sus súbditos, saca de ellos la suya, y

según Rabelais, un rey no vive con poco. ¿Los súbditos ceden, pues,

sus personas a condición de que les quiten también su bienestar? No

sé qué les queda por conservar.

Se dirá que el déspota asegura a SUS súbditos la tranquilidad civil;

sea, pero ¿qué ganan con ello, si las guerras que su ambición ocasiona,

si su insaciable avidez y las vejaciones de su ministerio les

arruinan más que sus disensiones internas? ¿Qué ganan, si esta misma

tranquilidad constituye una de sus miserias? Se vive tranquilo también

en los calabozos, pero ¿es esto encontrarse y vivir en Los griegos encerrados

en el antro

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