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DILEMAS ÉTICOS


Enviado por   •  30 de Junio de 2014  •  Tesis  •  2.168 Palabras (9 Páginas)  •  223 Visitas

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Extraído de un artículo publicado en el sitio web de la Revista ITSMO.

IPADE Business School.

DILEMAS ÉTICOS

DE LA EMPRESA CONTEMPORÁNEA

Autor: Carlos Llano Cifuentes

Edición: 239

Sección: Coloquio

Al escribir Dilemas, así, en plural, más bien he tenido que enfrentarme yo a mi propio dilema.

No puede existir una ética sin un concepto del hombre. La ética es precisamente el conjunto de principios, criterios, motivaciones y metas que permiten al hombre ensanchar los espacios de sus posibilidades.

¿Quién es ese hombre que la ética se encarga de desarrollar, esponjar y expandir?

Éste es el dilema ético por excelencia, y la causa por la que las éticas en la empresa vayan de acá para allá como palos de ciego. Lo primero es acertar a definir un concepto del hombre demostrativamente verdadero.

Hace muy pocos años pretender esto, desde los reducidos parámetros del campo mercantil, era imposible. Coincidían en nuestra sociedad diversos y adversos conceptos del hombre que reivindicaban distintos y opuestos sistemas éticos.

Así, Marx tenía un concepto materialista del hombre, supeditado a las necesidades materiales básicas, que no alcanzaría su liberación más que suprimiendo la propiedad privada de los medios productivos. La caída del muro de Berlín puso a la intemperie el error de un concepto del hombre que para serlo requería que nadie tuviese propiedad de nada.

Según Freud, el hombre exigía para su salud psíquica satisfacer sin inhibiciones ni tabúes sus instintos sexuales. Pues bien: nunca el sexo se ha encontrado en un ámbito de mayor libertad y jamás hemos tenido tantos enfermos mentales.

Según Nietzsche, el hombre planificaría sus posibilidades no sometiéndose a la fuerza de la ética, sino sometiendo a los demás a la ética de la fuerza, y hoy tenemos a la vista la proliferación social de la violencia.

Finalmente, Skinner consideraba al hombre como un animal que habría de ser conducido mediante estímulos exteriores, igual que los animales, y todos podemos ver en las escuelas y en las empresas los efectos contraproducentes de semejante domesticación: los hombres terminamos comportándonos como los animales que Skinner suponía que éramos.

Según hemos visto, los conceptos del ser humano prevalecientes en este siglo, o incipientes en el siglo pasado, no han sobrevivido a sus progenitores.

Ética empresarial, ¿un vestido para cada quién?

Hoy día no nos encontramos más que ante un concepto del hombre sociológicamente válido: el concepto judeo-greco-cristiano. O lo aceptamos, o no seremos capaces de construir una ética que se sostenga sobre sus pies. O lo aceptamos, o deberíamos concebir una ética sin concepto del hombre, lo cual recibe precisamente el término de relativismo. Una ética relativista, en donde todo tiene un valor equivalente en la que basta con que el valor sea tenido como valioso por cualquiera es un cuadrado redondo. Ello no es una afirmación que haga sin respaldo empírico. Es un hecho cultural, que trataré de ilustrar no con una demostración sino con una anécdota.

Una importante compañía transnacional, reunió a sus ejecutivos de casi cincuenta países para su convención de cada año. Decidieron destinar una mañana al tema de la ética en una empresa globalizada. Pidieron meses antes a los destinatarios de la convención que indicaran cuáles eran las preguntas éticas de las que desearían recibir una contestación clara. Resultaron tres preguntas profundas. Y nos dieron a tres profesores de tres distintas escuelas de negocios un mes para preparar la respuesta. La primera pregunta decía así:

¿Debe nuestra empresa poseer una ética globalizada, o ha de adaptar sus principios éticos a los usos y costumbres de cada uno de los cuarenta países en que se encuentra establecida?

Nos hallamos en el panel la doctora Lynn Paine de la Harvard Business School, el doctor Jacobo Needlem, de Stanford University, y un servidor, del IPADE, de la Universidad Panamericana. El hecho de que yo me encontrase en esa situación tal vez se deba no a razones académicas sino a motivos geográficos: la reunión era en Puerto Vallarta, y pienso que me escogieron porque estaba, como dirían los escolásticos, in statu acquisitionis, a tiro de piedra.

Como era lógico, yo tenía preparada la contestación a esta primera pregunta tratando de mostrar que las grandes civilizaciones de la historia las civilizaciones serias, no los esquejes de cultura efímera como los que acabo de mencionar tenían un núcleo duro de principios éticos sospechosa pero invariablemente coincidentes.

La doctora Paine, primera en exponer su respuesta, quien por lo que pude percatarme pertenecía a una confesión cristiana, pero no católica, dijo en síntesis que no se debía de hablar de ética en plural. Que la compañía allí reunida debía definir qué valores no eran negociables y tuvieran por ello vigencia en cualquier país. Si no hacía esa definición de valores no negociables, dejaría de ser una empresa, para dividirse en múltiples unidades nacionales perdiendo su identidad. Porque no era posible una empresa en donde se viviesen varias éticas contrapuestas.

Por su parte, Jacobo Needlem, de Stanford University, que ya por su mismo nombre denunciaba su ascendencia judía, enfatizó en su participación que, bien analizadas, todas las religiones conocidas de la historia, tenían su propia ética, pero sus normas principales eran notablemente identificables con el decálogo bíblico.

Ante ambas exposiciones, y ante el apremio de mi inminente participación, me brotaron dos sentimientos encontrados (lo cual suele a suceder muy a menudo con los sentimientos): desde un punto de vista, me alegraba profundamente que dos expertos en ética de los negocios, respaldados por el nombre de dos de las más prestigiadas universidades del mundo, salieran al paso de un relativismo que yo lamentaba como universal y pujante; pero, por otro, me daba cuenta de que el paper que había preparado con tanta ilusión y esmero no servía para nada, ese paper que dentro de un instante tendría que estar ya leyendo, y que repetiría por tercera vez lo que mis expositores precedentes habían dicho.

Decidí sumarme a su opinión, y, contraviniendo las reglas, contestar a la segunda pregunta de turno.

El dilema que tiene toda empresa para asumir una ética

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