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Del Principado Civil Y El Pueblo Presidente

Army201319 de Agosto de 2013

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UNIVERSIDAD POLITECNICA DE NICARAGUA

“Sirviendo a la comunidad”

Ensayo

“Del Principado Civil y el Pueblo Presidente”

“Un ciudadano llegado a príncipe por el favor del pueblo ha de tender a conservar su afecto, lo cual es fácil, ya que el pueblo pide únicamente no ser oprimido.”

Nicolás Maquiavelo

Carrea: Licenciatura en Derecho / Sabatino

Armando Enrique Sánchez Bermúdez

Managua, Nicaragua

10 de noviembre del 2012

DEDICATORIA

A los futuros abogados que comenzamos una travesía por el mundo del Derecho A quienes vivimos con la esperanza de un mundo mejor y justo. A quienes creemos en el príncipe que llevamos dentro y estamos dispuestos a asumir un compromiso real por nuestra Nicaragua. A quienes estamos convencidos de que la Soberanía de la Nación reside en el pueblo...

“DEL PRINCIPADO CIVIL Y EL PUEBLO PRESIDENTE”

Al pueblo no le gusta ser oprimido, pero tampoco le importa ser gobernado, con tal de que el gobernante busque el Bien Común, la Paz, y la Gobernabilidad; en ello radica el poder que el pueblo concede a sus príncipes, de manera especial bajo un modelo democrático de Estado Social de Derecho.

Fundamento esta hipótesis en el modelo que describe Nicolás Maquiavelo sobre el poder que ejerce el Principado Civil:

“Vengamos al segundo modo con que un particular llega a hacerse príncipe, sin valerse de nefandos crímenes, ni de intolerables violencias. Es cuando, con el auxilio de sus conciudadanos, llega a reinar en su patria. A este principado lo llamo civil. Para adquirirlo, no hay necesidad alguna de cuanto el valor o la fortuna pueden hacer sino más bien de cuanto una acertada astucia puede combinar. Pero nadie se eleva a esta soberanía sin el favor del pueblo o de los grandes. En toda ciudad existen dos inclinaciones diversas, una de las cuales proviene de que el pueblo desea no ser dominado y oprimido por los grandes, y la otra de que los grandes desean dominar y oprimir al pueblo. Del choque de ambas inclinaciones dimana una de estas tres cosas: o el establecimiento del principado, o el de la república, y el de la licencia y la anarquía.”

Dejo citada la observación de Maquiavelo que el príncipe puede llegar al poder con el favor de los grandes y poderosos, indicando más adelante que esta forma de ejercer el poder es más difícil que el que se consigue con el favor del pueblo, y me enfoco en esta última para desarrollar mi reflexión crítica sobre el modelo del principado civil, en el cual el poder del gobernante descansa en el afecto del pueblo, sin el que le sería imposible sostenerse. Traslado este modelo al actual de nuestro Estado como República de Nicaragua, cuyo Contrato Social, es decir, nuestra Constitución Política deja sin lugar a duda el concepto de que:

“La Soberanía Nacional reside en el pueblo y la ejerce a través de instrumentos democráticos, decidiendo y participando libremente en la construcción y perfeccionamiento del sistema económico, político y social de la nación.”

Ciertamente, la ambición por el poder ha seducido a hombres y mujeres, principalmente a los primeros, desde los inicios de su existencia. El ser humano es un ser capaz de dejarse dominar por sus pasiones y no por la razón; frente a esta realidad se mezcla con la dirección de personajes que se erigen como líderes de Imperios, Estados, Ciudades y Gobiernos; liderazgo y poder que se materializa en la figura de un Príncipe, magistralmente caracterizado por el genio de Nicolás Maquiavelo; ese Príncipe a quien, a lo largo de la historia, lo conocemos bajo muchos títulos, tales como: Emperador, Rey, Soberano, Cacique, Gobernador, Papa, Dictador o Presidente.

No cabe duda que dos de los grandes motivos de la ambición de los seres humanos son la riqueza y el poder, que si los vemos de manera objetiva y contrastada con la realidad, nos damos cuenta de que muchos que tienen acceso al poder carecen de preparación y profesionalismo; y aún así, aspiran a ser los príncipes de la economía y la política de toda una nación. Es cierto que en cada uno de nosotros se esconde un príncipe prudente, un astuto zorro, un ser dominante y poderoso, que necesita salir a la luz en el momento oportuno para dar el primer paso en busca del poder. Un príncipe, no lo es simplemente por ser un hijo del rey, tampoco es el heredero privilegiado de los feudales, un príncipe es cualquier persona que tenga la capacidad y la voluntad de poder dirigir a un pueblo; es aquél que manda a los demás y tiene el deseo de poseer, sobre todo, a los seres humanos. Nicolás Maquiavelo nos expone en El Príncipe que el mandar es como una enfermedad que nos ataca de vez en cuando y no se tiene cura contra ella, sólo existen lineamientos que debemos seguir o cualidades que, en caso de no poseerlas, las debemos fingir; para ser príncipe, es preciso tener una racionalidad fría y desprejuiciada, inteligencia y no importa si carecemos de valores humanos o si poseemos títulos académicos superiores… un bachiller actualmente también puede ser un príncipe.

Particularmente me llama la atención el capítulo IX, sobre el Principado Civil, para sustentar mi hipótesis sobre la soberanía real del pueblo, que es al final del día, el que quita y pone a sus príncipes en el poder. Veamos las líneas de pensamiento de este capítulo.

Gracias al favor de sus compatriotas el principado puede ser promovido por el pueblo o por los nobles, los nobles cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe. El pueblo, cuando comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda. Con el favor de los nobles se mantiene con dificultades, porque los que lo rodean se consideran sus iguales, y se hace más difícil mandarlos y manejarlos. Con el favor popular no puede honradamente, satisfacer a los grandes y sin causar injusticias a los demás puede satisfacer al pueblo, porque su finalidad es más honesta, jamás podrá dominar un pueblo que lo tenga por enemigo; el príncipe es abandonado por éste y se rebelan contra él; depende de la astucia afortunada de la persona.

“Así, el pueblo sometido por un príncipe nuevo, que se erige en bienhechor suyo, le coge más afecto que si él mismo, por benevolencia, le hubiera elevado a la soberanía. Luego el príncipe puede captarse al pueblo de varios modos, pero tan numerosos y dependientes de tantas circunstancias variables, que me es imposible formular una regla fija y cierta sobre el asunto, y me limito a insistir en que es necesario que el príncipe posea el afecto del pueblo, sin lo cual carecerá de apoyo en la adversidad.”

Maquiavelo, testigo de su época y estudioso asiduo de la historia anterior, demuestra cómo estos modelos de principados han florecido o han sido derrocados. No pretendo en manera alguna acercarme a la estatura de su genialidad, pero siguiendo aunque lejanamente su estilo literario de recapitular la historia con tan graciosa perspicacia, me confío a mi memoria vivida en carne propia de al menos casi medio siglo de historia reciente de nuestra amada Nicaragua, y en el transcurso de mi discurso, indico algunos hechos cuya abundancia de fuentes me eximen de frecuentes citas de autoridad.

En efecto, bien sabemos que nuestras sociedades originales precolombinas estaban estructuradas bajo modelos de principados hereditarios de nuestros ancestros o adquiridos mediante el arte de la guerra. Sus sistemas de convivencia basados en el principio de la “común unidad y uso comunal de los bienes” al menos era un antecedente de lo que modernamente denominamos “Bien Común”. Con sus aciertos y defectos, era el modelo de principado que imperaba en nuestras tierras americanas. Con la llegada del imperio español, se erradicó esas estructuras autóctonas y en muchos casos a la aniquilación total de los pueblos, y en consecuencia, se instaló el esclavismo, la injusticia, el empobrecimiento que aún hoy seguimos sufriendo. Pero no hay régimen político ni económico que no llegue a su fin o transformación. La historia lo demuestra, hasta los grandes imperios de Alejandro Magno, César, Napoleón han caído. Como dice la vox populi: “no hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista”.

Con el apoyo de los nobles herederos de la colonia española, aunque mestizos algunos, quienes contaban con el acceso al poder, crearon nuevos estados, en nuestro caso, los estados centroamericanos. Con ello se dio origen en menos de dos siglos a los estados modernos, pero básicamente la fórmula que nos da Maquiavelo de los nuevos principados sigue siendo la misma: buenas leyes, saber pactar, ganarse el favor del pueblo, no oprimir sin necesidad alguna y estar prestos en el arte del poder y la guerra. Modernamente esta fórmula se traduce en nuevos conceptos tales como: Estado de Derecho, alianzas estratégicas, democracia participativa y directa, garantía de las libertades y derechos constitucionales y defensa de la seguridad ciudadana, la soberanía y los intereses del pueblo.

Por otro lado, la historia reciente de Nicaragua demuestra que en el paso de un período a otro en el que un partido ostenta el poder, lo traslada al otro

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