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EL CONOCIMIENTO DEL SER EN CUANTO SER

jurado423 de Octubre de 2014

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Cuando nos asomamos al mundo externo, tenemos la impresión de que éste es así indiscutiblemente, que siempre ha sido así y que es algo natural; algo semejante ocurre cuando se trata de entender qué nos pasa, qué somos. Esta forma de aproximarnos al conocimiento, partir de que las cosas son como son, evita que nos hagamos más preguntas y nos lleva a suprimir la posibilidad de asombrarnos dando lugar al control social que conserva el orden establecido. Por supuesto, aceptar un estado de cosas como algo natural e inmodificable elimina la disposición a discutir y tratar de comprender la forma diferencial como nos afectan los acontecimientos en que, querámoslo o no, lo sepamos o no, estamos involucrados.

Si se acepta que el hombre proviene de un sistema de prácticas significantes y que la inclusión en esa red es lo que da forma a su existencia; es decir, que nuestra posición en el mundo es lo que nos hace ser de un modo determinado y que la ubicación relativa de las diferentes entidades es la que da lugar a que ocurran ciertos hechos y no otros, podremos asumir que para entender el mundo externo y nuestro mundo interior tenemos que volver la mirada hacia las prácticas sociales en que participamos.

Tenemos, entonces, que ha sido la condición del hombre de ser un ser social la que ha estado en la base de su desarrollo psíquico, social y tal vez hasta biológico. De allí que debamos preguntarnos por el Ser, por los entes que determinan nuestra vida, y de la posibilidad de liberarnos de procesos culturales ajenos a nuestra propia concepción.

El análisis de la cultura postmoderna puede orientarse a entender cómo es movilizado el poder en términos culturales, cómo las imágenes son usadas a escala nacional o local para crear una visión de mundo en la que se reorientan las nociones tradicionales de espacio y tiempo; también puede ayudar a apreciar cómo los procesos de subjetivación no siempre favorecen la emancipación de estas fuerzas de control, sino que en muchas oportunidades encierran al individuo en un mundo supuestamente propio, cuando efectivamente se trata de quedar instalado en un mundo ajeno, con lo que se desdibujan las posibilidades de afianzar procesos de construcción comunitaria.

Desde la filosofía se ha argumentado convincentemente acerca de la inexistencia de una identidad cultural común correspondiente a América Latina considerada como totalidad. A lo sumo podría pensarse en identidades múltiples y heterogéneas explicables por la mezcla de diversos factores. Plantearse la cuestión de la identidad cultural latinoamericana como una tarea de búsqueda de carácter ontológico y esencialista, sería una intención destinada al fracaso o a la construcción de una ilusión. Parece increíble que hubiese gente preguntándose si existe la posibilidad de una filosofía original desde Latinoamérica; el simple hecho de preguntarse sobre ello, ¿no significa que se esta empezando a filosofar de manera propia y original?

Sin duda se requiere la liberación de los pueblos latinoamericanos, pero ésta ha de hacerse a través de una metafísica bien situada, la filosofía latinoamericana que ha sido denominada, con mucho acierto, filosofía de la liberación. El filósofo y metafísico latinoamericano busca la identidad analógica con todos los demás en la comunidad del bien, poseyendo su fundamentación ontológica en el Otro como otro; se rompe así la distinción ontológica y se llega a la unidad metafísica con los demás, en un proyecto común de liberación. En esta metafísica se trata de reflexionar, pues, sobre la manera no unívoca ni equívoca, sino analógica, de la liberación del hombre; analógica en el sentido de que cada persona, pueblo, nación o cultura podrá expresar lo propio en una universalidad analógica

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