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EL ORIGEN DEL DINERO

Maripg22 de Agosto de 2011

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EL ORIGEN DEL DINERO

Carl Menger

I. El problema

Existe un fenómeno que desde hace mucho tiempo y de manera muy peculiar ha atraído la

atención de los filósofos sociales y de los economistas prácticos; se trata del hecho de que

ciertas mercancías (que en las civilizaciones desarrolladas adoptaron la forma de piezas

acuñadas de oro y plata, junto con documentos que, con posterioridad, representaron a esas

monedas) se convirtieron en medios de cambio universalmente aceptables. Es evidente, aun

para la inteligencia más común, que la mercancía debe ser entregada por su propietario a

cambio de otra que le será de mayor utilidad. Pero el hecho de que cada hombre económico,

en cualquier país, acepte cambiar sus bienes por pequeños discos metálicos aparentemente

carentes de utilidad como tales, o por documentos que los representen, es un procedimiento

tan opuesto al curso normal de los acontecimientos que no puede parecernos sorprendente

que hasta un pensador tan distinguido como Savigny lo encuentre claramente "misterioso".

No debe suponerse que la forma de la moneda, o del documento empleado como

moneda corriente, constituye el enigma de este fenómeno. Podemos alejarnos de estas

formas y retrotraernos a las primeras etapas del desarrollo económico, o en realidad a lo que

todavía prevalece en algunos países, en los que encontramos que los metales preciosos sin

forma de moneda aún sirven como medio de cambio, al igual que ciertos productos tales

como ganado, pieles, té, barras de sal, conchas de ciprea, etc.; a pesar de ello seguimos

enfrentándonos al fenómeno, aun nos resta explicar por qué el hombre económico acepta

cierto tipo de mercancía, aun cuando no la necesite, o aunque la necesidad que tenga de ella

ya haya sido satisfecha, a cambio de todos los bienes que ha puesto en el mercado, mientras

que, cualesquiera que sean sus necesidades, en primer lugar consulta con respecto a los

productos que intenta adquirir durante sus transacciones.

Y a partir de esto se sucede, desde los primeros ensayos acerca de los fenómenos

sociales hasta nuestra época, una ininterrumpida cadena de disquisiciones con respecto a la

naturaleza y cualidades específicas del dinero en su relación con todo lo que constituye el

comercio. Filósofos, juristas e historiadores, al igual que economistas, e incluso naturalistas

y matemáticos, se han ocupado de este notable problema, y no hay pueblo civilizado que no

haya aportado su cuota en la abundante bibliografía que sobre él existe. ¿Cuál es la

Derechos cedidos por el Committee for Monetary Research and Education, Inc., Connecticut, EE.UU. Este

trabajo fue publicado originalmente en The Economic Journal, junio de 1892. naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a

ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de

mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan

ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del

mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia

comercial y su valor en el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros

productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?

II. Intentos realizados hasta ahora para hallar una solución

Hasta ahora los resultados de la investigación del problema que nos ocupa no parecen

guardar debida proporción con el gran desarrollo de los estudios históricos en general ni

con el tiempo y los esfuerzos dedicados a la búsqueda de una solución. El enigmático

fenómeno del dinero carece, incluso en el presente, de una explicación adecuada; ni siquiera

se ha llegado a un acuerdo sobre las cuestiones fundamentales de su naturaleza y sus

funciones. Hasta hoy no contamos con una satisfactoria teoría del dinero.

La idea que intentó aportar, en primer término, una explicación a la función

específica del dinero como medio de cambio corriente y universal, fue la de someterlo a una

convención general, una disposición legal. El problema, que la ciencia aún debe resolver,

consiste en explicar un curso de acción, homogéneo y general, que los seres humanos

adoptan cuando practican el comercio y que, si se lo considera en forma concreta, se realiza

incuestionablemente en favor del interés general, aunque, sin embargo, parece poner en

conflicto los intereses más cercanos e inmediatos de las partes contratantes. En tales

circunstancias, ¿no sería lo más acertado atribuir el procedimiento precedente a causas

ajenas a la esfera de las consideraciones individuales? Suponer que ciertas mercancías, los

metales preciosos en particular, habían sido promovidas como medio de cambio por una

convención o ley general, en interés del bien público, solucionó la dificultad, y lo hizo

aparentemente con gran facilidad y naturalidad porque la forma de las monedas pareció ser

un signo de regulación por parte del estado. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los

juristas romanos, seguidos muy de cerca por los escritores medievales. Ni siquiera los

mayores avances modernos en cuanto a la teoría del dinero han ido, en esencia, más allá de

este punto de vista.

1

Examinada con más minuciosidad, la suposición que sustenta esta teoría dio lugar a

serias dudas. Seguramente, un acontecimiento de significación tan importante y universal y

de notoriedad tan inevitable como lo es el establecimiento, a través de un convenio o ley

general, de un medio de cambio universal, habría quedado grabado en la memoria del

1

Véase Roscher, System der Volkswirtschaft, I, 116; mis Principles of Economics, New York, 1981,

Apéndice J, P. 315 y ss.; M. Block, Les Progrès de la Science Économique depuis A. Smith, 1890, II, p. 59 y

ss. hombre, y más seguramente debería haber sido así porque tendría que haberse ejecutado en

gran número de lugares.

Sin embargo, ningún monumento histórico nos da noticias confiables sobre

transacciones que confieran un claro reconocimiento a los medios de cambio que ya se

estaban utilizando ni referentes a su adopción por parte de pueblos con culturas

relativamente recientes; tampoco existen, en absoluto, testimonios acerca de la iniciación,

en las primeras épocas de la civilización económica, en el uso del dinero.

En realidad, la mayoría de los teóricos que se ocupan de este tema no se detienen

ante la explicación del dinero tal como se la mencionó anteriormente. La peculiar

adaptabilidad de los metales preciosos para servir a los fines de la divisa y el acuñamiento

fue observada por Aristóteles, Jenofonte y Plinio, y en mucho mayor medida por John Law,

Adam Smith y sus discípulos, quienes buscaron en sus cualidades especiales otra

explicación para su elección como medio de cambio. Sin embargo, es claro que la elección

de los metales preciosos mediante una ley o convenio, aunque fuera la consecuencia de su

peculiar adaptación a los fines monetarios, presupone el origen pragmático del dinero y de

la selección de esos metales, y esa presuposición no es histórica. Los teóricos a que nos

referimos ni siquiera logran enfrentar con honestidad el problema que deben resolver, es

decir, cómo se promovió el uso de algunas mercancías (los metales preciosos en ciertas

etapas de la cultura) entre la gran masa de todas las otras mercancías y se las aceptó como

medio de cambio generalmente reconocido. Es una cuestión que no sólo concierne al origen

del dinero sino también a su naturaleza y a su posición en relación con todas las otras

mercancías.

III. La teoría de la liquidez de las mercancías

En el comercio primitivo el hombre económico toma conciencia, aunque en forma muy

gradual, de las ventajas económicas que se obtendrían si se explotaran las oportunidades de

cambio existentes. Los objetivos de este hombre están dirigidos, primera y principalmente,

de acuerdo con la simplicidad de toda cultura primitiva, a lo que está al alcance de la mano.

Y sólo en esa proporción entra en el juego de sus negocios el valor de uso de las mercancías

que busca adquirir. En tales condiciones, cada hombre intenta conseguir por medio del

intercambio sólo aquellos productos que directamente necesita y rechaza los que no necesita

o ya posee de manera suficiente. Es evidente que en esas circunstancias la cantidad de

acuerdos comerciales realmente concretados se halla dentro de limites muy estrechos,

Consideremos con qué poca frecuencia nos encontramos con una mercancía que es

propiedad de cierta persona y que tiene menos valor en uso que otra mercancía propiedad

de otra persona, dándose para esta última la situación inversa. ¡Mucho más extraño aun es

el caso en el cual estos dos

...

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