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El Mito De La Caverna


Enviado por   •  16 de Noviembre de 2013  •  1.496 Palabras (6 Páginas)  •  259 Visitas

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“El mito de la caverna”: Platón, República, VII, 514a–521b

–Y a continuación –seguí–, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la

falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Imagina una especie vivienda subterránea provista de una larga entrada,

abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños,

atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante,

pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, a la luz de un fuego que arde algo lejos y en

plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha

sido construido un tabique parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de

las cuales exhiben aquéllos sus maravillas.

–Ya lo veo –dijo.

–Pues bien, imagínate ahora, a lo largo de esa pared, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya

altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de

materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.

–¡Qué extraña escena describes –dijo– y que extraños prisioneros!

–Iguales que nosotros –dije–, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí

mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está

frente a ellos?

–¿Cómo –dijo–, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?

–¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?

–¿Qué otra cosa van a ver?

–¿Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que

veían pasar ante ellos?

–Forzosamente.

–¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de

los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?

–No, ¡por Zeus! –dijo.

–Entonces no hay duda –dije yo– de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de

los objetos fabricados.

–Es enteramente forzoso –dijo.

–Examina, pues –dije–, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme

a la naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente

y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por quedarse

deslumbrado, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le

dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la

realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los

objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que

estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le

mostraba?

–Mucho más –dijo.

–Y si se le obligara a fijar su vista en la misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que escaparía, volviéndose

hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría que éstos son real- mente más claros que los que

le muestra.

–Así es –dijo.

–Y si se lo llevaran de allí a la fuerza –dije–, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran

antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una

vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que

ahora llamamos verdaderas?

–No, no sería capaz –dijo–, al menos por el momento.

–Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. lo que vería más fácilmente

serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más

tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el

cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.

–¿Cómo no?

–Y

...

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