El Secreto
tonyssi18 de Mayo de 2015
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Me propongo analizar a continuación las tesis del famoso libro “El Secreto”, de Rhonda Byrne, que hace algunos años fue un gran éxito editorial. Para ello me basaré tanto en el contenido del libro como en el documental de idéntico nombre.
Para realizar mi crítica parto de una concepción de la filosofía de tipo materialista cuyas premisas básicas, de modo resumido, son las siguientes:
-la materia-energía es el principio y fundamento de todas las cosas reales
-el mundo es infinitamente plural y consta de muchas partes
-podemos tener un conocimiento cierto del mundo, aunque limitado y perfectible
-la ciencia es el mejor modelo de conocimiento del que disponemos
El Secreto postula como tesis fundamental la “Ley de Atracción”, según la cual “lo semejante atrae a lo semejante”. Si piensas en algo positivo, esto atraerá cosas positivas a tu vida. Tus pensamientos son los responsables de todo lo que te sucede. El mundo tiene un potencial infinito y hay riquezas para todos. Lo que ocurre es que en la práctica este principio lo conocen muy pocas personas, por eso es un secreto. Solo lo conocen y practican algunos sabios. El libro pretende dar a conocer el secreto a todas las personas.
Parece que Rhonda Byrne toma la Ley de Atracción del principio básico de la homeopatía (lo semejante se cura con lo semejante en dosis infinitesimalmente pequeñas diluidas en agua). La homeopatía no puede ser considerada hoy más que una pseudociencia. El efecto de sus tratamientos no ha podido ser probado y no se distingue del efecto de cualquier placebo, puesto que es imposible que dosis tan sumamente inapreciables de cualquier cosa puedan producir curación alguna. La idea de que las propiedades curativas de una sustancia se conservan en “la memoria del agua” es simple y llanamente una afirmación mística que no ha podido obtener apoyo de ningún estudio experimental. La homeopatía rehúye explícitamente el método científico y se basa en ideas metafísico-axiomáticas que no requieren de análisis ni contrastación para su aceptación. Por tanto, no tiene ningún tipo de validez.
Según la “Ley de Atracción”, al pensar lo que pensamos emitimos ondas que varían en frecuencia según los pensamientos que alberguemos sean positivos o negativos provocando reacciones en el Todo universal y homogeneo, energético, vibrante y universal del cual formamos parte. La manera en que esos pensamientos se transforman en ondas físicas es un auténtico misterio. Se postula que es así pero no se da ni una sola explicación del mecanismo físico por el que tal cosa se produce. Y no se proporciona porque no existe. Carece completamente de lógica y de apoyatura científica alguna identificar pensamientos con ondas electromagnéticas, pues una cosa es sostener, como se sostiene desde una filosofía materialista, que todo pensamiento es al mismo tiempo un suceso en la corteza cerebral de quien posee ese pensamiento, y otra cosa muy diferente es afirmar que el pensamiento, en sí mismo, tiene una entidad objetiva independiente de las cosas reales y que es capaz por su cuenta de iniciar una serie causal en el mundo al margen de cualquier explicación científico-racional.
La llamada “Ley de la Atracción” (que no es ley en modo alguno) se apoya en último término en la idea de que el Universo está regido por una mente racional, lo que es una especie de panteísmo. El mundo entero está vivo, tiene un alma cósmica que lo anima todo. Esta concepción da lugar a una muy particular interpretación de la ciencia física, según la cual la materia-energía, en sus niveles microfísicos, tendría propiedades espirituales, en la medida en que se proyectan en ella cualidades exclusivamente humanas, como la intencionalidad o la autoconciencia, que son producto de una elevada autoorganización de la materia en estadios muy avanzados de su evolución. Esta proyección se basa en una interpretación idealista de la mecánica cuántica. Esta interpretación nos dice que si un electrón no está siendo observado no tiene posición, lo que significa que la realidad no existe al margen de una conciencia y sólo existe en la medida en que hay un sujeto capaz de observarla. Por eso se le atribuye a las propias partículas cuánticas las mismas propiedades que a los sujetos humanos que las observan. Pero los procesos de la naturaleza tienen lugar objetivamente, independientemente de que haya seres humanos alrededor para observarlos. Aunque no es posible predecir con precisión el comportamiento de fotones o electrones individuales, es posible predecir con gran precisión el comportamiento de grandes cantidades de partículas. La causalidad existe y existe realmente, al margen de la conciencia que la constata. Lo único que nos dice el principio de indeterminación formulado por Heisenberg es que debemos afinar mejor nuestros conceptos de causalidad y que ya no podemos seguir funcionando según el modelo de racionalidad mecanicista de la época newtoniana, puesto que el mundo es mucho más rico y complejo que el descrito por aquel entonces tal como han venido descubriendo las nuevas teorías físicas, principalmente la Teoría del Caos. Atribuir intencionalidad a las ondas fisicas es un completo sinsentido, síntoma de una metafísica espiritualista heredera del pensamiento teológico cristiano, y más todavía, de una cosmovisión que hunde sus raíces en el animismo originario ya estudiado por el antropólogo E. B. Tylor, el pensamiento primitivo que atribuye al mundo propiedades inmateriales producto de una imaginación fabuladora y mágica.
El Secreto asume implícitamente la creencia en la existencia de determinadas fuerzas desconocidas por la ciencia que operan al margen de las leyes descritas por la física. Si esas fuerzas son desconocidas por la ciencia, es evidente que afirmar su existencia es un puro acto de fé. Ninguna fuerza real en el espacio puede operar al margen de la legalidad física que rige el funcionamiento del mundo entero. Afirmar semejante cosa es pretender situarse al margen de la ciencia, ignorar completamente sus aportaciones en el mejor de los casos, o en el peor de ellos ir directamente en contra de las verdades mejor consolidadas, como la ley de la gravedad o la ley de la relatividad especial.
Los defensores de la “Ley de Atracción” dan por hecho que los niveles de explicación micro y macro de la realidad física son perfectamente intercambiables. Es decir, tanto vale la incertidumbre cuántica para dar cuenta de los grandes sucesos como la ley de la gravedad vale para dar cuenta de los sucesos infinitesimalmente pequeños. Lo cual es un absurdo que está en abierta contradicción con la más elemental evidencia científica.
Otra idea que a veces aparece es la del “efecto mariposa”. Cualquier pequeño acontecimiento prácticamente inapreciable en un lugar del mundo puede producir un enorme efecto de dimensiones gigantescas en cualquier otro lugar remoto del mismo planeta. Pero un pequeño cambio accidental solamente puede producir un resultado dramático si todas las condiciones para que se produzca ese resultado ya están dadas de antemano. Sólo en este caso la necesidad se puede expresar a través del accidente. Dar por hecho que todo está conectado con todo pertenece a una metafísica holista que, en el fondo, haría completamente imposible el conocimiento de cualquier suceso, pues todo sería indistinguible y nada podría ser identificado como siendo lo que realmente es, de un modo concreto y determinado. Por supuesto, existen multitud de conexiones entre las cosas, una intrincada y compleja red de relaciones que a veces es difícil desentrañar, pero eso no significa que todo esté conectado con todo. Basta con suponer que algunas cosas están relacionadas con algunas otras, pero no con todas al mismo tiempo, para salvaguardar el principio del pluralismo que caracteriza a una concepción materialista del mundo.
El secreto construye un aura de misterio que lo envuelve todo. El misterio resulta atractivo. Por un lado proporciona la sensación de que el conocimiento conecta con una trascendencia aparentemente inaccesible. La idea de que el conocimiento es patrimonio de unos pocos privilegiados despierta gran expectación y proporciona al cliente-lector-fiel la poderosa tentación de querer alcanzar ese nivel de conocimiento en tanto que le promete el dominio completo de su vida. Por otro lado, al mismo tiempo, al decirnos su autora que ella nos va a “revelar” ese secreto hasta entonces desconocido por parte de la gran mayoría contiene la posibilidad efectiva de realización de la promesa y en ese sentido resulta esperanzador. No es esto un fenómeno novedoso en la historia. Es la misma idea de la tradición gnóstica: el conocimiento como “revelación”, como algo ajeno a los “profanos”, a los “no iniciados”. Este mecanismo de conversión del conocimiento en algo esotérico es el mismo del que se han servido siempre todas las religiones del mundo.
Sin embargo, mientras las religiones tradicionales contenían una gran carga de sacrificio, un rígido código moral encaminado a controlar todos los ámbitos de la vida y una condena explícita de todo lo relativo al disfrute del propio cuerpo a través de nociones como “pecado”, “impureza” y “penitencia”, esta “nueva” religión de nuestros días se presenta a sí misma como algo ultramoderno y progresista pues promete felicidad terrena y un goce ilimitado de todos los placeres de la vida. El único límite “objetivo” que admite es el que llegue a ponerse la propia mente. Como además su mensaje es envuelto en un discurso basado en nociones aparentemente racionales y científicas (la
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