El alma y el espíritu
EDV1826 de Noviembre de 2014
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1. Realiza la lectura 3.4.
2. Elabora un resumen de no menos de una cuartilla en donde señales a los filósofos más representativos y sus aportes en la nueva metafísica de los siglos XVII y XVIII.
Las "ciencias" no suponían simplemente, en los siglos XVII y XVIII, un aumento de los conocimientos detallados del universo físico, una multiplicación de los experimentos de laboratorio y una observación más directa y minuciosa de los cielos, las piedras y los insectos, las aves y las fieras. Implicaban también un gran aumento de la especulación sobre la naturaleza del ser, de las causas primeras y de Dios, sobre aquella rama de la Filosofía llamada, desde los tiempos de
Aristóteles, Metafísica: meditación acerca de lo que está por encima o más allá del mundo físico.
Mas desde el siglo XVII, la Metafísica se unió con las ciencias naturales, y los nuevos conocimientos físicos se iban identificando de modo creciente con una filosofía que, al poner en duda toda revelación sobrenatural, resultaba, si no anticristiana, no cristiana. Si las propias ciencias naturales experimentaron durante los siglos XVII y XVIII un desarrollo, mejor que una revolución, esto se vio acompañado de una filosofía o una metafísica que fue ampliamente revolucionaria.
El alma y el espíritu (y
Dios) son ciertos, decía Descartes, "porque lo es todo aquello de que tengo conciencia clara y distinta"; pero son esencialmente diferentes de los fenómenos de la naturaleza, que son materiales y susceptibles de observación directa.
Descartes mismo era un cristiano católico declarado, mas su sistema filosófico, si bien afirmaba la existencia de Dios y el alma humana, no deja espacio para intercalar, entre lo natural, lo sobrenatural.
Uno de los filósofos más originales del siglo XVII fue el inglés Thomas Hobbes
(1588-1679). Educado en Oxford y habiendo viajado mucho por el continente, conoció a Galileo y a Gassendi, y leyó a Montaigne y Descartes, llegando a alcanzar una edad avanzada. Monárquico ferviente en política, se puso de parte de Carlos I en la revolución puritana, y se le conocerá siempre, sobre todo, como autor del Leviathan (1651).
Baruch Spinoza (1632-1677), un judío, pulidor de lentes, de Ámsterdam, estaba tan seguro como Descartes del poder de la razón humana y se mostraba tan escéptico como Hobbes ante el dualismo de Descartes. No siguió, sin embargo, a Hobbes en reducirlo todo a materia; preconizaba más bien la idea de que todo es cuerpo y espíritu; el espíritu y el cuerpo son los mismos fenómenos considerados bajo circunstancias diversas de espacio y pensamiento.
Wilhelm Leibnitz (1646-1716), publicista y bibliotecario alemán y figura relevante en el progreso de las matemáticas superiores, tenía un carácter particularmente conciliatorio y trataba continuamente de llegar a transacciones.
Laboró mucho tiempo por arreglar las diferencias entre católicos y protestantes; y mucho más en reconciliar al cristianismo con los nuevos progresos de las ciencias naturales.
Vino luego David Hume (1711-1770), erudito escocés de Historia y Economía, así como de Filosofía natural, y dio la vuelta en redondo a los argumentos de
Berkeley para negar la realidad del espíritu. Para Hume, todo lo que es real es una sucesión de impresiones e ideas. El pensamiento es sólo un instrumento práctico para la interpretación cómoda de nuestra experiencia humana; no tiene validez metafísica ni objetiva de ninguna clase. Por consiguiente, de acuerdo con
Hume, es imposible demostrar que Dios o la religión sean razonables, y la esfera apropiada del pensamiento humano es simplemente la humana experiencia.
Queda, finalmente, Emmanuel Kant (1724-1804). Nieto de un inmigrante escocés, en Prusia, nació en Koenigsberg; allí estudió, fue profesor de Filosofía
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