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Espiritu Alma Y Cuerpo

golberg22 de Septiembre de 2013

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Espíritu, alma y cuerpo

La idea común acerca de la constitución del ser humano es dualista, es decir, reconoce la existencia de cuerpo y alma. La filosofía, a través de sus largos siglos de desarrollo, ha refrendado esta opinión. Sin embargo, la Palabra de Dios no divide al hombre en dos partes, sino en tres, espíritu, alma y cuerpo (1ª Tesalonicenses 5:23). Reconocer esta diferencia tiene gran importancia para la vida espiritual de un creyente, específicamente en lo que respecta a su madurez y a su servicio. El confundir lo espiritual con lo anímico (del alma) puede provocar que las cosas espirituales, que son las que tienen valor en la obra de Dios, jamás sean tocadas. Es preciso conocer y experimentar la división del alma y el espíritu para poder servir a Dios en el espíritu y ser así de utilidad para Dios (Hebreos 4:12).

En efecto, el ser humano tiene tres partes (lo mismo que el templo de Dios): el cuerpo, con que somos conscientes del mundo (el atrio); el alma, con que somos conscientes de nosotros mismos (el Lugar Santo); y el espíritu, con que somos conscientes de Dios (el Lugar Santísimo).

El espíritu

El espíritu del hombre es el lugar en que establecemos toda comunicación con Dios. (Rom. 8:16; 1 Cor. 14:14). El espíritu (de quien ha sido regenerado) tiene tres funciones principales: conciencia, que discierne lo bueno y lo malo (1ª Cor. 5:3; 2ª Cor. 2:13), intuición, con la que se sabe y se sienten los movimientos del Espíritu Santo (Mr. 2:8; Jn. 11:33), y la comunión, con que se adora a Dios (Jn. 4:23; Rom. 1:9). Estas tres funciones están profundamente ligadas y operan coordinadas.

Antes de la caída, el espíritu del hombre era la parte más noble de todo su ser, y tanto el alma como el cuerpo le estaban sujetos. Por el espíritu, Adán percibía a Dios, y tenía comunión con él. Pero con la caída, el espíritu murió, perdió el control y la comunión con Dios, y comenzó a vivir por el alma. El espíritu del hombre quedó bajo el poder y la opresión del alma, hasta quedar fusionado con ella.

Con el milagro de la regeneración, Dios comienza a recuperar su lugar en el hombre, pues viene a habitar en su espíritu, ahora revivido. (Jn. 1:13; Tito 3:5; Rom. 8:16; 1ª Cor. 6:17). El propósito de Dios es que el espíritu recupere el gobierno sobre el alma, y a través de ésta, sobre el cuerpo.

La vida del cristiano necesita ser gobernada por el espíritu. De aquí surge una lucha entre el alma y el espíritu, y como en toda lucha, vencerá el que es más fuerte. Si es más fuerte el espíritu, y tiene control sobre el alma y el cuerpo, será un cristiano espiritual; si, por el contrario, el alma (aliada con los apetitos del cuerpo) es quien tiene el control, será un cristiano carnal.

Para que el cristiano logre la victoria, será necesario separar del todo el alma del espíritu. Hebreos 4:12 dice que la Palabra de Dios produce esta necesaria división. Luego, por medio de la operación de la cruz, el alma mengua, y por la operación del poder del Espíritu de Dios, el espíritu se fortalece.

Si no se produce la división del alma y el espíritu, los creyentes siguen fuertemente influenciados por el alma, y por ello siempre siguen objetivos entremezclados: algunas veces andando de acuerdo con la vida del espíritu, y otras de acuerdo con la vida natural.

Pero si esta separación se produce, el creyente será capaz de detectar inmediatamente cualquier intento del alma por tomar el control, y podrá rechazarla. Así, el espíritu podrá desarrollar su poder intuitivo de modo más agudo. Sólo después de haber experimentado esta separación pueden los cristianos entrar en posesión de un sentido genuino de pureza.

Los creyentes tienen que ver que todo lo que procede del alma no aprovecha (es carne) y que sólo el espíritu es el que da vida. (Jn. 6:63). Sólo cuando un hombre vive por el espíritu llega a ser espiritual. Como Dios es espíritu, toda obra de Dios es espiritual; y quienes sirven en ella deben hacerlo en el espíritu. La efectividad del cristiano dependerá de si ha tenido la experiencia de ser sumergido en el Espíritu Santo, tal como fue sumergido en el bautismo de agua.

Luego de este bautismo, el creyente puede ser introducido en la obra espiritual, en la batalla espiritual, en la oración espiritual. Sus sentidos espirituales han sido despertados y ahora puede experimentar el poder del Espíritu Santo.

El hombre interior también es fortalecido en la lucha contra Satanás. Y es necesario vencerlo permanentemente en todo lugar. Antes de que él asalte al cristiano en el hombre interior para oprimirlo o bloquearlo, es necesario salir y atacarlo. La mejor defensa es el ataque. Asimismo, todas sus obras de engaño, opresión, de quebrantamiento deben ser deshechas en todo lugar, para así ver la gloria de Dios.

El espíritu del creyente debe permanecer siempre activo, colaborando con Dios, recibiendo revelación, orando en el espíritu, escudriñando las Escrituras, meditando en las obras de Dios.

Un siervo de Dios tiene que estar ejercitado en reconocer la voz del espíritu y distinguirla de las voces del alma o de los espíritus malignos. Así como conoce el «yo» (alma), debería conocer cómo funciona y qué leyes tiene el espíritu. Así entendería que la vida del espíritu no es ocasional, ni tampoco oscilante (como las mareas del mar), sino estable, apacible y abundante (como un río).

El alma

El alma, ubicada entre el espíritu y el cuerpo, es la sede de la personalidad del hombre (Dios lo creó un «alma viviente»). El alma es un reducto inalienable, el cual ni siquiera Dios puede violar. Allí en el alma el hombre tiene todo el poder de decisión.

Cuando Dios creó al hombre, quiso que su espíritu fuera como un amo, el alma como un mayordomo y el cuerpo como un criado. El amo encarga asuntos al mayordomo, quien a su vez ordena al criado que los lleve a cabo. Sin embargo, con la caída, el alma se erigió en amo, y el espíritu se adormeció. Se rompió la comunión con Dios. Un hombre sin Dios tiene, normalmente, en función sólo el alma y el cuerpo. En cambio, uno que ha nacido de nuevo puede volver al diseño original de Dios: espíritu, alma y cuerpo.

El alma tiene que dejar de ser amo y volver a ser mayordomo, porque hay el peligro de que el espíritu quede oprimido (es el caso de los que son «niños en Cristo»). El alma también puede retroceder a ser esclava del cuerpo, en la inmundicia, lascivia, etc., o ser influenciada por el poder de las tinieblas, sea con la sabiduría terrenal, o con visiones y sensaciones sobrenaturales que la estimulan.

Funciones del alma

a) Emociones. Este ámbito abarca los afectos, los deseos y sentimientos.

Afectos. Cuando el cristiano se consagra es relativamente fácil entregar su tiempo, dinero, poder, etc., pero el ofrecer sus afectos es muy difícil. Pero si no ofrece sus afectos no ha ofrecido nada. Dios exige amor absoluto de sus hijos, es decir, con todo el corazón, alma y mente. El amor hacia los suyos es el más grande rival del amor a Dios en el corazón del creyente. El Señor no sólo espera que el cristiano trabaje para él, sino, sobre todo, que le ame.

Deseos. Los deseos del alma se centran en el «yo», para su deleite y exaltación. Estos son quitados por la operación de la cruz. Y entonces ya no hay ansiedad por alcanzarlos; hay reposo. No hay frustración, porque ya nada se desea sino a Dios. Los deseos sólo provocan inquietud y afán, y nunca serán enteramente satisfechos. Cuando el cristiano está satisfecho con lo que Dios le da, tiene reposo. La vida espiritual es una vida satisfecha en Dios.

Los sentimientos son un camino con muchos altibajos. Cuando están en la cúspide, el creyente piensa que está en su estado óptimo, que es espiritual; y cuando, por el contrario, se siente frío y seco, piensa que es anímico y carnal. Esto no es así: en ambos casos, es un cristiano anímico y anda por sentimientos.

¿Por qué Dios concede sentimientos de felicidad y luego los retira? Para que el creyente se conozca en toda su fragilidad e inestabilidad, y para que, dominando sus sentimientos, pueda dominar el ambiente. Él quiere que el creyente le sirva, ya sea que esté feliz o que esté triste. También retira esos sentimientos para que el creyente entrene su voluntad. La vida de fe puede ser llamada la vida de la voluntad, puesto que la fe no se ve afectada por aquello que se siente.

Un creyente emocional es inútil en las manos de Dios. Sólo apegando la voluntad a la de Él, se halla perfecto reposo.

b) La mente. La mente es el instrumento de nuestros pensamientos. Por medio de la mente el hombre conoce, piensa, imagina, recuerda y entiende.

La mente del hombre es una gran fortaleza; es motivo de orgullo y es la causa del progreso de la civilización; sin embargo, espiritualmente es un gran peligro, pues es un terreno especialmente

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