Fedon Platon
huicho11045 de Septiembre de 2013
8.316 Palabras (34 Páginas)584 Visitas
RESUMEN: PLATÓN
1. La situación del «Fedón» en el conjunto de la obra platónica
Los tres diálogos reunidos en este tomo: Fedón, Banquete y Fedro se
sitúan, junto con el más extenso de la República, en la etapa que suele
llamarse de «madurez» o de «plenitud» de la larga obra platónica, es
decir, el período central en el que el filósofo desarrolla su pensamiento
con un espléndido dominio de la expresión literaria y de su teoría propia.
Platón ha llegado a construir un sistema filosófico propio, que se
funda en la llamada «teoría de las ideas», con una ética y una política
subordinadas a una concepción metafísica idealista del universo y del
destino humano. Atrás quedan las discusiones socráticas con los grandes
y pequeños sofistas, el viaje a Sicilia, con su amarga experiencia, y
ya está fundada la Academia. La figura del maestro Sócrates es ya portavoz
de pensamientos y tesis de Platón.
De estos tres diálogos, el Fedro es el más tardío; probablemente es
posterior a la redacción de la República. De los otros dos se discute
cuál quedó publicado antes. No es fácil conjeturarlo, pues tal vez se escribieron
con muy poca distancia de tiempo. Parece más conveniente
situar primero el Fedón, donde la exposición de la teoría de las ideas se
hace con un énfasis especial, con una formulación más completa y explícita.
Al gran tema de la inmortalidad del alma le sucede la discusión
del impulso erótico que mueve el universo hacia lo eterno y divino1. Y
el tema del amor retorna en el Fedro, en un tono diverso al de la charla
del simposio, pero con la misma exaltación y poesía.
1 Sobre la anterioridad del Fedón frente al Banquete, véase, p. ej., J. E. RAVEN, Plato's
Thought in the Making, Cambridge, 1965, páginas 105 y sigs. Y sobre el contraste entre
el ascetismo del Fedón y el tono jovial de la atmósfera festiva del Banquete, cf. G. M. A.
GRUSE, Platós Thought (1935), Londres, 1970, págs. 129-30. Sobre el mismo tema de la
anterioridad de uno u otro diálogo, véase W. K. C. GUTHRIE, A History of Greek Philosophy,
vol. IV, Cambridge_ 1975, pág. 325.
Junto con la madurez filosófica destaca la prodigiosa factura literaria
con la que Platón, que tiene ya entre los cuarenta o cuarenta y cinco
años, en lo que los griegos denominarían su akmé, compone estos textos
con una prosa sutil y una plasticidad dramática incomparable. Inolvidables
son esas escenas: la de las últimas horas de Sócrates en la prisión,
la de un banquete al que asisten algunos de los personajes intelectuales
más brillantes de Atenas, o la del coloquio en un lugar idílico entre
el irónico Sócrates y el joven Fedro. No en vano son estos tres diálogos
-junto con la República, tan unida a ellos por sus temas y su ambiente-
las obras más leídas de Platón. Ningún otro filósofo podría rivalizar
con él en cuanto a la perfecta arquitectura y la viveza prodigiosa
de los coloquios. El encanto de la charla dirigida por Sócrates seduce al
lector, arrastrándole en su argumentación apasionada y lúcida a la reflexión
y al debate intelectual sobre temas tan decisivos como los que
aquí se tratan. Pero también son éstos los diálogos en los que se inscriben
los espléndidos mitos platónicos, que acuden para favorecer el ímpetu
de los razonamientos y darles alas para elevarse más allá de lo demostrable
racionalmente. Platón, que, según una anécdota antigua,
había abandonado su afán de componer obras dramáticas para seguir a
Sócrates en su crítica impenitente, esboza aquí unos relatos poéticos de
estupendo dramatismo, entre lo cómico y lo trágico, según el momento
y la intención. Filosofía y poesía entremezclan sus prestigios en estos
diálogos fulgurantes.
Algunos de los temas tratados en ellos ya están enfocados en obras
anteriores. Así, por ejemplo, el de la retórica, central en el Fedro, estaba
ya discutido en el Gorgias y en el Menéxeno. Y el de la anámnēsis o
«rememoración», que es importante en el Fedón, lo habíamos visto ya,
desde otro contexto, en el Menón, algo anterior a la argumentación que
retoma la teoría para demostrar la inmortalidad del alma. Es cierto,
desde luego, que cada diálogo es una obra autónoma e independiente,
pero la filosofía platónica, con su peculiar estilo expositivo, gana mucho
en comprensión cuando se contempla desde la perspectiva del desarrollo
de la misma, atendiendo a la recuperación, superación y ahondamiento
en temas y motivos.
El subtítulo o título alternativo del diálogo: Sobre el alma, está claramente
justificado. El tema central es la discusión acerca de la inmortalidad
del alma, que Sócrates trata de demostrar mediante varios argumentos
bien ajustados entre si y en alguna manera complementarios.
Un famoso epigrama de Calimaco, el XXIII, nos recuerda el gran tema
y la seducción persuasiva del diálogo para un lector apasionado como
Cleómbroto de Ambracia: «Diciendo `Sol, adios', Cleómbroto de Ambracia
/ se precipitó desde lo alto de un muro al Hades. / Ningún mal
había visto merecedor de muerte, / mas había leído un tratado, uno solo,
de Platón: Sobre el alma.»
El diálogo está presentado en un marco muy dramático. Sócrates,
condenado a morir, entretiene sus últimas horas conversando con sus
amigos sobre la inmortalidad. Si su tesis es cierta y queda probada, la
terrible e inmediata circunstancia de su muerte, producida por el veneno
ofrecido por el verdugo mientras se pone el sol en Atenas, es un episodio
mucho menos doloroso. Será tan sólo la separación de un cuerpo
ya envejecido, que es un fardo para un auténtico filósofo que, en verdad,
se ha preparado durante toda la vida para esa muerte como para
una liberación. La pérdida del maestro será un enorme pesar para todos
sus amigos, los presentes en la prisión junto a él en esa última jornada,
y los ausentes, como el mismo Platón, que lo recordarán con inmensa
nostalgia a lo largo de incontables años. Pero él la recibe sin pena. En la ordenación de los diálogos platónicos por tetralogías que hizo
el platonista Trasilo, en tiempos del emperador Tiberio, el Fedón va
después de la Apología, el Critón y el Eutifrón, como cuarto diálogo,
entre los que tratan de la condena y muerte de Sócrates. Sin embargo,
está bien claro que es en bastantes años posterior a los otros tres, más
breves y de la primera etapa de la obra de Platón. Mientras que el Sócrates
de la Apología se expresaba con cierta ambigüedad acerca del
destino de su alma -y, probablemente, esa postura refleja bien la del
Sócrates histórico-, en el Fedón defiende Sócrates con firmeza la clara
convicción de que el alma es inmortal y de que, tras una vida filosófica,
a ella le aguarda una eterna bienaventuranza.
Como la gran mayoría de los comentaristas modernos del diálogo -y
en contra de quienes, como Burnet y Taylor, sostuvieron la absoluta
historicidad de las afirmaciones de Sócrates en él-, pienso que Platón
está utilizando la figura de su inolvidable maestro para exponer su propia
doctrina sobre el tema. Incluso el relato autobiográfico en el que
Sócrates habla de su progresión en busca de un método filosófico general,
más allá de Anaxágoras, está completado con un toque platónico.
Es a Platón, y no a Sócrates, a quien pertenece la teoría de las ideas,
que ya apuntaba en el Eutifrón y que en el Fedón, y los diálogos de este
período de madurez, recibe su formulación más explícita. Ese relato de
una experiencia intelectual -que se inserta en Fedón 96a-101c- constituye
uno de los segmentos más comentados de este texto, y no sin razón.
El esquema de la evolución intelectual que ahí se dibuja (que podría
corresponder, ciertamente, a Sócrates en sus primeras fases, incluyendo
la superación crítica de los enfoques de Anaxágoras y la afirmación
de una teleología en la naturaleza) parece ajustarse muy bien al
propio proceso experimentado por Platón, según cuenta en su Carta VII
2. Esa «segunda navegación», o deúteros ploûs, que aquí se aconseja,
tras el rechazo del método que consistiría en observar la realidad en sí
misma, es un método platónico, que se funda en la contemplación de
las Ideas para llegar así a «algo satisfactorio», que luego -en la República-
se nos dirá que es la Idea del Bien, un método que avanza a través
de la dialéctica, y que implica una concepción metafísica que Sócrates,
pensamos, no expuso a sus discípulos. En el Fedón aparecen las
Ideas como causas de las cosas reales, que son por una cierta «participación
» o «comunión» con ellas, o por la «presencia» de las Ideas en la
realidad. Más allá de los objetos reales y mutantes existen esas Ideas,
eternas y modélicas, como los prototipos de las figuras matemáticas
...