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Filosofia Colombiana Y Latinoamericana

jandres901529 de Agosto de 2011

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Por: Damián Pachón Soto

Profesor Facultad de Filosofía y Letras

Universidad Santo Tomás.

Hay que empezar diciendo que Rafael Gutiérrez Girardot, filósofo, hispanista, germanista y crítico colombiano, fallecido en el año 2005, no se ocupó directamente del tema de la posmodernidad ni hizo un estudio detallado sobre el grupo de filósofos cobijados bajo el rótulo de “posmodernos”, ni realizó una crítica de sus obras. Y si bien sus alusiones al problema en distintas partes de la obra no es “detenida o detallada”, sí dio pautas y sugerencias importantes que permiten reconstruir lo que podemos llamar algunos “supuestos históricos” de la posmodernidad. Reconstruir parte de esos supuestos es el objetivo de este ensayo y para ello son fundamentales algunas respuestas en entrevistas o comentarios sueltos en sus múltiples ensayos. Es de capital importancia en este proceso el Epílogo al libro Nietzsche y la filología clásica (2002) y su ensayo sobre Foucault (1975). En este sentido, el presente escrito intenta explicitar esos “supuestos sugeridos” en la obra de Gutiérrez Girardot a la vez que voy “más allá” de ellos y emito algunos juicios sobre el problema- no concluido aún- de la posmodernidad. En esto último consistirá mi aporte.

-I-

En un ensayo titulado “La vida en crisis”, María Zambrano- la filósofa española a quien el crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot dedicó un esclarecedor ensayo titulado “El pensamiento fragmentario de María Zambrano” (2004)-, ponía de presente como en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial se perdía la confianza, las creencias entraban en crisis, se roía el fundamento de la realidad, se vivía el desamparo del hombre, su indigencia, esto es, cómo reinaba la experiencia del nihilismo proclamado ya en el idealismo alemán por J. Paul (1797) y Hegel (1802 y 1807) y popularizado por Nietzsche en La Gaya ciencia, aforismo 125. Frente a esa crisis y la disolución de las creencias- esas que sostienen al hombre en su mundo- Zambrano proponía “por el momento”: “hacer memoria, hacer historia, recoger de las tribulaciones, la experiencia” (2005, p. 114).

Pues bien, es este clima espiritual de los años 40 del siglo pasado el que está a la base del análisis que hace Gutiérrez Girardot de la posmodernidad y el neoliberalismo. Tras de sí se encuentran la Primera Guerra Mundial, los fascismos de distinto cuño que la siguieron: el italiano, la experiencia estalinista, la Guerra Civil española y, como corolario, la Segunda Guerra Mundial como consumación de ese ánimo que había puesto de presente la crisis de occidente, de su hundimiento tal como lo había hecho ya en 1918 Oswald Spengler o como se reflejaba en diversas obras de la época, entre ellas, El malestar en la cultura (1930) y Psicología de las masas y análisis del yo (1921) de Freud e, incluso, el sentimiento aparecía camuflado en Ser y tiempo (1927) de Heidegger en temas como el análisis del Man (el Uno) o el impersonal “se”. De tal manera que 1945 fue el final fatal de la barbarie acumulada. Barbarie que se convirtió en una especie de certificado de defunción de los ideales modernos, de la Ilustración y de todo lo que esa época había prometido: libertad, igualdad, fraternidad, tolerancia (desde J. Locke en el siglo XVII) respeto de la dignidad humana, derechos del hombre y del ciudadano, progreso material y espiritual, democracia liberal, etc. La exacerbación de esa conciencia de crisis puesta de presente por la “era de las catástrofes” (Eric Hobsbawn) fue lo que llevó a Adorno y Horkheimer a decir en Dialéctica de la Ilustración (1947): “No es posible deshacerse del terror y conservar la civilización” (2009, p. 259).

Para Rafael Gutiérrez Girardot son los “suspiros filosóficos” de Sir Karl R. Popper los que en estos años fundamenta esos nuevos tiempos, de la posguerra, donde se quiere fundar la historia de nuevo, arrancar de cero, y donde es necesario darle la espalda a la tradición, a la historia, al pasado. Al respecto sostiene:

“El actual neoliberalismo se funda en los leves, pero influyentes suspiros filosóficos de Sir Karl R. Popper, famoso políticamente por su libro La sociedad abierta y sus enemigos (1945), por una ‘interpretación’ esquemática de Platón, Hegel y Marx, que indiferenciada y ahistóricamente, rechaza las concepciones filosóficas de intención sistemática y de explicación de los fenómenos históricos desde una perspectiva de totalidad y equipara esa intención de la tradición filosófica occidental con una praxis totalitaria […] Pero esa transformación correspondió al acto de remordimiento de los culpables políticos europeos- que de Platón o Hegel sabrían tanto como un lector de las Selecciones del Reader’s Digest- de la segunda Guerra Mundial y del holocausto, que para borrar su responsabilidad destruyeron toda pretensión de visión total, es decir, de exigencia de la comprensión y el análisis, del “esfuerzo del concepto” (Hegel), con la seguridad de que sin ese esfuerzo no se divisaría su participación en la catástrofe” (2002, p. 131).

La interpretación de Gutiérrez de esta época, apunta a que después de 1945, año de la publicación del libro de Popper y también de su otro libro famoso La miseria del historicismo, Europa no hace una superación del pasado, no lo asume; más bien, con mala conciencia, con “arrepentimiento”, intenta borrarlo, lo cual favorece la “inocencia de los políticos” implicados en ella y también, cabría decir, de la sociedad misma, como en el caso alemán de acuerdo con Karl Jasper. Y es así como ese mundo se transforma: se desdice del humanismo, de su inutilidad, pues no sirvió para evitar la catástrofe y, ese vacío de tradición, por decirlo así, es llenado por el nuevo modelo técnico-científico, por la “economofilia”, por la adulación de la economía, nueva “teología de la sociedad moderna” (Gutiérrez, 1968, p.21), esa “ciencia presuntuosa y matemáticamente aventurera” (Gutiérrez, 2001, p. 34). Esa tecnoeconomofilia llenó el vacío que dejó el nihilismo de la segunda guerra, a saber, la falta de tradición. No sobra recordar que es precisamente esta fecha la que es considerada por algunos teóricos como la del nacimiento de la posmodernidad, época que Lyotard, quien ayudó a poner de moda el término, calificó precisamente de “relajamiento” (1994).

Ahora, eso que llamo el segundo desencanto del mundo (el primero fue ante la Edad Media; el segundo ante los principios de la misma modernidad) se tradujo en un “relajamiento” del pensar, pues lo que sucedió posteriormente fue “la burocratización del saber”, burocratización que implicó un “estrangulamiento de la percepción y afirmación de la realidad contradictoria, es decir, del conocimiento desprevenido del mundo” (Gutiérrez, 2002, p. 130), esto es, una actitud acrítica frente a los procesos globales, contextuales y una toma de partida por lo inmediato, lo ligero. En este estrangulamiento las ciencias humanas sufrieron el mayor golpe, pues se las empezó a dejar de lado. Estas ciencias empezaron a ser tildadas de anacrónicas. En reemplazo, el llamado progreso científico empezó una carrera ‘hipodrómica-mente’ irracional, pues equiparó “el movimiento de las ciencias a una carrera de caballos, esto es, la de competencia” (Ibíd., p. 143).

Gutiérrez Girardot no profundiza más en lo que sucedió después de 1945, pero sus apuntes y su análisis apenas indicados, se puede comprobar fácilmente con la historiografía social moderna. Hasta el momento tenemos varias afirmaciones importantes: después de 1945 emerge el neoliberalismo, éste corresponde a una ideología que quiere olvidar el pasado e iniciar un nuevo tiempo. Así se funda lo que Gilles Lipovetsky llamó: “la era del vacío” (2002). De paso, ese nuevo tiempo, ese adanismo, implica un olvido de la tradición, desencanto del humanismo, tecnificación del saber y burocratización de la universidad. Pero hay otra consecuencia importante que se relaciona directamente con ese nuevo modelo de sociedad: es el canto a lo efímero, a la rapidez, lo inmediato, características que hoy están a la base de la actual sociedad capitalista, de la llamada posmodernidad. Esta consecuencia la encontró Gutiérrez en el mismo Popper. En efecto, en La miseria del historicismo Popper la emprende contra la las filosofías de la historia; y en La sociedad abierta y sus enemigos sostiene: “La historia de la humanidad no existe; sólo existe un número indefinido de historias de toda suerte de aspectos de la vida humana. Y uno de ellos es la historia del poder político, la cual ha sido elevada a la categoría de historia universal” (1967, Tomo II, p. 385). No es necesario forzar la interpretación de Gutiérrez para sostener que afirmaciones como estas le quitan responsabilidad al poder político en las catástrofes del siglo XX. Por lo demás, Popper alude a la dispersión histórica y sostiene: “la historia no tiene significado” (Ibíd., p. 384). Popper, en realidad, no dice muchas cosas nuevas pues parte de ellas, como por ejemplo el rechazo a las filosofías de la historia, ya lo había hecho Nietzsche en el siglo XIX. Pero no se puede olvidar su notoria influencia en la sociedad de la posguerra. Fueron sus “soluciones” las que ayudaron a despachar las filosofías sistemáticas, como las de Platón, Hegel y Marx, y su “política de ingeniería social gradual” apuntaló el inmediatismo. Al respecto, frente a las pretensiones sistemáticas, a las visiones de totalidad; frente a las revoluciones y los proyectos macro

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