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Flor Y Canto


Enviado por   •  20 de Agosto de 2014  •  3.734 Palabras (15 Páginas)  •  315 Visitas

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Lo que del mundo sabemos son solamente metáforas.

Los pueblos nahuas de México aprendieron a evocar las ideas y las cosas entrañables con una pareja de palabras: In xóchitl, in cuícatl. Su significado, en sentido literal, es flor y canto; en sentido metafórico, poesía.

La flor es siempre asombro.

Con flores se sugiere el enamoramiento —son ellas un modo de decir “aquí y ahora”.

Con flores se engalanan las fiestas populares —al ritual le gusta adornar el mito de color y vida.

Con flores damos la bienvenida… y en nuestros entierros, endulzan el misterio de la dualidad.

Una flor es siempre un asombro; como la belleza suele ser.

Sus colores resaltan sobre el fondo de la planta misma y el paisaje, así como lo bello sobresale del fondo de lo cotidiano, porque es lo cotidiano mismo expresándose de mejor manera.

Una flor es un acento sobre el espacio, una promesa en el tiempo. Su estructura, que será fruto y semilla, anuncia lo que viene y habrá de reproducirse. Así es la belleza: aspira a ser potencia de lo nuevo y lo que cambia, sin olvidar aquello que vale la pena conservar.

Las flores estimulan casi todos los sentidos: son color, aroma, sabor, textura… pero las flores son mudas. Para escuchar la belleza —un cierto tipo de belleza— recurrimos al canto.

El canto es voz melodiosa y cadencia; vibración en el aire, donde la belleza abandona lo tangible y se echa a volar. No es simplemente música ni armonía de sonidos; el canto es logos: un discurso que expresa proposiciones, que sintetiza y ordena con las palabras necesarias (ni una más ni una menos) las ideas importantes, los sentimientos oportunos. No revela, tal vez, conocimiento nuevo, sino una forma más adecuada de combinar los hechos y los datos —lo cual es muy propio de la sabiduría. El canto —como el poema— sugiere lo que la filosofía explica.

Pero el canto —como la belleza— implica disciplina y entrenamiento para traducir los sentimientos, para interpretar sus sentidos, para comprender las causas y contenidos; y esto porque el canto es expresión legítima y temporal de una comunidad específica. Un modo de oír y manifestar una idea, una emoción entrañable, entre los miembros de un colectivo que es diverso, que es muy otro. El canto es una afirmación cultural: un sí “nuestro”; una verdad propia que afirma cantando los usos y costumbres en los que creemos.

El canto es orden por consenso… la flor va más allá de cualquier acuerdo.

El canto es cultura ; la flor, natura.

Reunidos así los escenarios, sólo queda cumplir a cabalidad sus regulaciones. De esta manera puede quedar constituida una estética basada en la imitación de la naturaleza y la intuición del espíritu. Una manera común y cotidiana de identificar las propiedades de las cosas que nos hacen amarlas o rechazarlas; un modo de definir y consumir lo bello y sus contrapartes. La forma de nombrar y hablar —con gracia y primor— de lo indecible.

El deleite espiritual de quienes nombraron “flor y canto” a la poesía fue hilar la urdimbre y trama que tejen los atavíos con los que se arropa la belleza.

Sólo soñamos […] sólo es como un sueño…1

Los nahuas gobernaban el Altiplano Central de México antes de la intervención española. Sus raíces (muy antiguas) fueron más allá de las fronteras de la llamada Mesoamérica; sus influencias (aún vivas) se extendieron más allá del tiempo de la Nueva España.

Los sabios nahuas eran conocidos con el nombre de tlamatinime. Se trataba, nos dice Miguel León-Portilla,2 de “los que saben algo, que formulan preguntas y dudas y comienzan a manifestar su pensamiento valiéndose principalmente de la expresión poética”.

Los sabios, los filósofos de los pueblos nahuas, como los designó el cronista franciscano fray Bernardino de Sahagún, nombraban a la poesía con lo que Ángel María Garibay3 llamó un difrasismo: “Procedimiento que consiste en expresar una misma idea por medio de dos vocablos que se complementan en el sentido […]. [Ejemplos en nuestro idioma serían:] ‘a tontas y a locas’; ‘a sangre y fuego’; ‘contra viento y marea’; ‘a pan y agua’, etc. Esta modalidad de expresión es […] normal en el náhuatl.”

Con “flor y canto” somos capaces de dar un rostro a las cosas, una personalidad. Podemos alcanzar la visión fugaz de lo verdadero: esa breve certeza que los dioses (en nuestros corazones) nos dejan ejercer aquí en la tierra.

¿Acaso de verdad se vive en la tierra?

No para siempre en la tierra; sólo un poco aquí.

Aunque sea jade se quiebra,

aunque sea oro se rompe,

aunque sea plumaje de quetzal se desgarra,

no para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.4

Los tlamatinime pensaban que “yendo metafóricamente —por la poesía: flor y canto— se establece el diálogo entre la divinidad y los hombres” pudiendo entonces alcanzarse lo verdadero. La poesía es un modo de conocimiento, “fruto de una auténtica experiencia interior, o si se prefiere, resultado de la intuición”. La poesía, a través del simbolismo y la metáfora, “lleva al hombre a balbucir y a sacar de sí mismo lo que en una forma, misteriosa y súbita ha alcanzado a percibir.” Agrega don Miguel León-Portilla: “Semejante experiencia suscitó bien pronto en la mente náhuatl una doble pregunta, la primera de sentido práctico y especulativo la segunda: ¿Sobre la tierra, vale la pena ir en pos de algo? y ¿acaso hablamos algo verdadero aquí? Y como la verdad es lo que da cimiento a las cosas, la última pregunta pronto se desdobló en otras dos más precisas y apremiantes aún: ¿Qué está por ventura en pie?, y ¿son acaso verdad los hombres? O sea, en otras palabras, ¿tienen cimiento y verdad cosas y hombres o sólo son como un sueño: como lo que se piensa mientras uno despierta? […] frente a esta actitud de desesperanza […] apareció al fin conscientemente la que llegó a ser respuesta característica de los tlamatinime al problema del conocimiento metafísico. Se trata de una especie de intuición salvadora. Hay un modo único de balbucir de tarde en tarde lo verdadero en la tierra. Este es el camino de la inspiración poética: flor y canto.

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