¿Hay que buscar el sentido de la vida?

¿Hay que buscar el Sentido de la vida?

Por Rommel Alberto Ruiz Santivañez

Vivimos en un mundo en el cual prevalece lo inmediato y la facilidad para lograr las cosas, un mundo que cambia cada vez en menos tiempos y demanda que las personas tengan la obligación de cambiar con él. En medio de esta aceleración en la vida del día a día, algunos todavía pueden lograr preguntarse ¿existe un sentido en la vida?

Esta pregunta, a la cual podemos recurrir incluso en un mundo como el nuestro, es la pregunta que ha acompañado al ser humano a lo largo de su historia. Aunque, es verdad, que en la actualidad se busca dejarla de lado porque responderla nos conduce a una realidad que quizá el mundo ya no quiera reconocer.

Para eludir esta pregunta del ser humano, la sociedad “moderna” ofrece algunas herramientas que podemos mencionar tomando como referencia el artículo de Domingo García Guillén titulado “Y el Sentido se hizo carne”, documento del cual se hará varias referencias.

La primera forma con que la sociedad ha logrado desviar la pregunta sobre el sentido es por medio de las distracciones, con lo cual se prevalece el vivir el día a día y poniendo su atención en las cosas inmediatas. Desde una postura más directa, se ha logrado también un rechazo previo sobre todo aquello que haga referencia a una interioridad, una apertura a los otros y un marcado distanciamiento a la palabra “Dios”. Finalmente, otra manera de eludir la cuestión del sentido de la vida es la predominancia actual del utilitarismo, en el cual solo sirve el cómo se hace y no el por qué; de este modo el ser humano queda reducido a ser una cosa entre las demás cosas1.

A pesar de todo intento de la sociedad por eludir la gran pregunta sobre el ser humano “la sed de totalidad irrumpe continuamente en la vida del hombre; lleva inscrita en su naturaleza el ansia de hallar la Verdad y no queda satisfecho con verdades fragmentarias y parciales” 2.

Esta sed innata de todo hombre por encontrar el sentido lo lleva a darse cuenta de que la respuesta a esa gran pregunta no la obtendrá en las cosas del mundo, pero se da cuenta, así mismo, que tampoco la encontrará en una mera introspección, sino que es necesario salir de sí mismo. De este modo, empieza a observar primero a los otros seres humanos e intenta formular una respuesta a partir de ellos; pero, aun así, tanto el hombre mismo como los demás, siguen siendo limitados para ser la respuesta.

Por ello, es inevitable que este proceso no pueda llevar a considerar la respuesta dentro de la aceptación de un ser que nos trasciende: Dios.

«Nos has hecho, Señor, para tí y nuestro corazón está inquieto hasta

que descanse en ti» San Agustín

La respuesta a esa gran pregunta del ser humano sobre el sentido de la vida es sin ninguna duda: Dios.

Pero ¿qué Dios? ¿Podemos considerar como el sentido de la vida un Dios lejano, observante del mundo? ¿Se encuentra el sentido en un Dios que juzga todo desde “las alturas” y por lo tal no es capaz de comprendernos?

Debo responder firmemente: NO. Me niego a asumir como el sentido de mi vida a un Dios así. Por el contrario, la respuesta sobre el sentido de la vida se encuentra en un Dios misericordioso que ha deseado compartir la humanidad con nosotros, un Dios que ha decidido acercarse al ser humano, un Dios que siendo el Sentido se ha hecho carne3 para que podamos conocer por su Revelación la totalidad de nuestra existencia, porque solo Dios, quien ha creado al hombre puede revelar lo que el hombre realmente es.

...