Helmholtz

Helmholtz, un personaje de la novela Un mundo feliz, de Huxley, pregunta:

“¿No has tenido la sensación de que dentro de ti hay algo que está esperando que le des la oportunidad para manifestarse? ¿Una especie de energía interna superior que no empleas, algo así como el agua que cae libremente por una cascada en lugar de pasar a través de las turbinas?” (Cap IV, parte 2).

Si lo decimos en pocas palabras: lo que nos mueve es la intuición de que aún no somos lo que hemos sido llamados a ser.

Y es que todos somos hombres, pero ninguno de nosotros es todo lo que un hombre puede ser, en cada generación se empujan los límites de lo humano. Creemos que hay marcas invencibles de velocidad o resistencia, hasta que aparece otro jugador que muestra que se puede correr más rápido. El hombre, pensado en abstracto ha hecho cosas formidables, es capaz de construir grandes edificios, es capaz de hacer grandes descubrimientos científicos, es capaz de conquistar montañas o hacer arte prodigioso. Pero ninguna de esas habilidades, que competen al ser hombre se encuentran presentes ni desarrolladas en uno solo. Así puedo tener habilidad para jugar muy bien el futbol, pero no ser hábil en matemáticas, puedo ser de buen promedio en la escuela pero incapaz de abrir un radio y repararlo. Viendo a mi alrededor sucede lo mismo, yo puedo tener algunas incapacidades pero los demás están igualmente negados para otras, por lo que yo puedo cosas que quizá él no lo puede. Esto lo podemos sintetizar en el concepto de finitud. Entre lo que es “el hombre”, la esencia humana y yo, que soy realmente hombre, hay una distancia enorme, una distancia que surge por la finitud de mi existencia. Nadie de nosotros es todo lo que el hombre puede ser.

Otra causa que separa al individuo concreto de la esencia abstracta es la privación, aquí ya no es simple finitud, sino que carezco de cosas que me competen por ser hombre, que

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