Humanismo En El Pensamiento Latinoamericano
MariaManja9 de Diciembre de 2012
2.447 Palabras (10 Páginas)488 Visitas
Humanismo en el pensamiento latinoamericano
Pablo Guadarrama González (2001)
EPÍLOGO
Pensar con cabeza propia
En cualquier circunstancia es recomendable pensar con cabeza propia. Pero en
algunas ocasiones es más necesario que en otras. El carácter de esa necesidad
está en dependencia de lo que se pone en juego. El pensamiento latinoamericano,
en su conformación, ha pasado por diversas etapas en las que no siempre pareció
tan clara para sus gestores la necesidad de pensar de tal forma, o por lo menos de
insistir en la cuestión de manera tan explícita. A los cultivadores de la escolástica
de los siglos XVI y XVII no les parecía imprescindible marcar diferencias respecto a
la filosofía y la teología europeas. No les preocupaba tanto ser considerados o no
dentro del pensamiento europeo, porque no lo diferenciaban del propio. Sin
embargo, desde los primeros momentos de la evolución del pensamiento
latinoamericano afloró cierta intención de marcar algunas de las especificidades,
o por lo menos la perspectiva o la circunstancialidad de este, como lo evidencia, al
menos en cuanto al título, la Lógica mexicana, de Antonio Rubio. Pero habría
que esperar a una mayor conformación de los rasgos de identidad americana para
que nuestros pensadores tomaran mayor conciencia de lo necesario que es pensar
con cabeza propia.
Pensar con cabeza propia no significa asumir posturas de chovinismo epistémico y
cerrarse a los aportes del pensamiento provenientes de cualquier parte del mundo,
así como de pensadores con los cuales se puede coincidir parcial o totalmente. Por
el contrario, significa asumirlos, pero no indiferenciadamente sino en
correspondencia con las exigencias cognoscitivas, axiológicas e ideológicas que
cada momento reclama. Se ha de medir con mayor rigor los grados de
autenticidad que de originalidad. Este ejercicio presupone pensar asumiendo
como propias las ideas más adecuadas, sin preocuparse demasiado por su
procedencia. No debe importar si está vinculada o no a alguna lectura previa o es
el producto absolutamente individual del último que la revela. En definitiva, todo
pensamiento posee siempre una soterrada entraña social, aunque sus obstetras
no pierdan mérito por su cuota de originalidad en el parto intelectual de cada idea.
Los próceres de la independencia latinoamericana no dudaron en asumir la
producción intelectual y la experiencia de los procesos revolucionarios de Europa
y Norteamérica, así como del mundo cultural asequible a su época, para
fundamentar ideológicamente el proceso emancipatorio. Tanto Bolívar como Martí,
a pesar de las diferencias de época y de circunstancias, sabían muy bien que si la
asunción abierta de las ideas políticas, filosóficas, etc., no se articulaba a las
fuerzas telúricas de aquel mundo de diferentes de razas, que el primero concibió
era América, para que contribuyese a la liberación de nuestra América fecundada
por “nuestros arcontes”, como reclamara Martí, difícilmente podría alcanzarse la
aspiración de lograr la soberanía demandada por estos pueblos.Las fronteras políticas, económicas y culturales entre la parte que es nuestra, la
latina, y la que no es nuestra, la sajona, se habían ido diferenciando desde
mediados del siglo XVIII e inicios del XIX, cuando se revelaban con mayor claridad
las intenciones imperiales de los gobiernos de los Estados Unidos sobre los países
del sur del continente. Es entonces cuando las circunstancia obligan más a
nuestros intelectuales a preocuparse en mayor medida por pensar con cabeza
propia. Andrés Bello se había percatado desde muy temprano de que nuestra
democracia debía ser muy distinta de la norteamericana. Alberdí reclamaba una
filosofía americana, porque no era posible que evadiese el componente ético y
político, que cada vez reclamaba en mayor medida la producción del pensamiento
latinoamericano y que en la actualidad parece más urgente que nunca.
En esa misma medida el compromiso político de nuestros pensadores se hace
cada vez más manifiesto, en correspondencia con la comprensión de que los
destinos de la flamante república del Norte se mantendrían opuestos a los del sur.
Montalvo no vacilaba en representar a la I Internacional en su Ecuador. Varona
tampoco lo haría al asumir Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, y
dejarse cautivar, a pesar de su espíritu moderado, por el planteamiento
antiimperialista de Martí. Vasconcelos -quien conoce desde su infancia la
desgracia de vivir en un país tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos,
cultivará un nacionalismo fecundo que ha de tener su raíz en Indoamérica,
mientras que Rodó enfocaba, a pesar de su distanciamiento geográfico, la puntería
de sus cañones intelectuales contra la nordomanía. No ha habido en Nuestra
América pensador trascendente que no pusiese su pluma al servicio de las nobles
causas de estos pueblos y que no se haya percatado de la imposibilidad de
satisfacer las demandas de estos países y las de los gobiernos estadounidenses.
Ante esta disyuntiva, como en todas, se ha dividido la intelectualidad
latinoamericana. Se ha diferenciado entre aquella que ha preferido no poner en
peligro su visado múltiple al país de las maravillas y aquella que consciente de su
compromiso ideológico y cultural considera que su actitud dista mucho de ser una
camiseta de verano.
El siglo que se despide ha sido una época de definiciones. Se ha puesto en juego
en más de una ocasión hasta la supervivencia de la humanidad. El venidero
parece que no llegará colmado de flores. El fantasma de la dominación ideológica
se empeña, sin embargo, en hacernos pensar sin cabeza propia. El desafío es
ahora mayor, porque son más eficientes los mecanismos de comunicación y de
manipulación de las conciencias. Por tanto será una época de nuevos retos para
los que pensamos que no vivimos en el mejor de los mundos posibles y que
América Latina tendrá que pagar dobles cuotas de sacrificio si no asume a tiempo
no solo la actitud de pensar con cabeza propia, sino, lo que es más importante, de
actuar.
Un pequeño pueblo de esta región latinoamericana asumió desafiante la empresa
de pensar y actuar con cabeza propia. Los augurios más derrotistas, por su
cercanía al país que se considera destinado a pensar por todos los demás,
consideraron que era imposible que lograra sus objetivos. Todavía algunos lo
dudan. Son los que dudan eternamente de que las revoluciones auténticas
resulten victoriosas. Las revoluciones son el mayor ejerció de pensar y actuar con
cabeza propia. Ese pueblo sigue desafiando y demostrando que sí se puede pensar
y actuar de tal modo. La experiencia de la Revolución Cubana demostró que
cuando más se acercó al esquema soviético de interpretación de la realidad, más
se distanció de sus posibilidades creativas y de elaboración de propuestas acordes
a sus particularidades de desarrollo. Fue en ese momento cuando sus enemigos más se alegraron de que dejase de pensar con cabeza propia y fue cuando sus
amigos se distanciaron críticamente, aunque, la mayoría, sin traicionarla.
Sectores intelectuales y políticos latinoamericanos consideran que se debe y se
puede luchar por el derecho a pensar con cabeza propia. Se inspiran en grades
personalidades históricas del pasado y del presente para fundamentar tal
posibilidad, pero lógicamente tienen que enfrentar muchos obstáculos. Algunos se
desmayan en el esfuerzo. Piensan fatalmente que es inútil enfrentarse en batalla
tan desigual contra los medios de comunicación masiva. Otros, más vehementes, y
por eso mismo imprescindibles, no sólo cultivan esas ideas a contracorriente sino
que exponen la hermeticidad de su piel a las balas, y la de sus principios a los
apocalípticos cantos funerales.
Aspirar en la actualidad a la condición de intelectual, al menos en América Latina,
no constituye un gran sueño; no muchos lo desean en esta sociedad pragmática e
instrumentalizada. Ya desde principios del siglo XX Einstein dijo que
...