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Humanismo En El Pensamiento Latinoamericano

MariaManja9 de Diciembre de 2012

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Humanismo en el pensamiento latinoamericano

Pablo Guadarrama González (2001)

EPÍLOGO

Pensar con cabeza propia

En cualquier circunstancia es recomendable pensar con cabeza propia. Pero en

algunas ocasiones es más necesario que en otras. El carácter de esa necesidad

está en dependencia de lo que se pone en juego. El pensamiento latinoamericano,

en su conformación, ha pasado por diversas etapas en las que no siempre pareció

tan clara para sus gestores la necesidad de pensar de tal forma, o por lo menos de

insistir en la cuestión de manera tan explícita. A los cultivadores de la escolástica

de los siglos XVI y XVII no les parecía imprescindible marcar diferencias respecto a

la filosofía y la teología europeas. No les preocupaba tanto ser considerados o no

dentro del pensamiento europeo, porque no lo diferenciaban del propio. Sin

embargo, desde los primeros momentos de la evolución del pensamiento

latinoamericano afloró cierta intención de marcar algunas de las especificidades,

o por lo menos la perspectiva o la circunstancialidad de este, como lo evidencia, al

menos en cuanto al título, la Lógica mexicana, de Antonio Rubio. Pero habría

que esperar a una mayor conformación de los rasgos de identidad americana para

que nuestros pensadores tomaran mayor conciencia de lo necesario que es pensar

con cabeza propia.

Pensar con cabeza propia no significa asumir posturas de chovinismo epistémico y

cerrarse a los aportes del pensamiento provenientes de cualquier parte del mundo,

así como de pensadores con los cuales se puede coincidir parcial o totalmente. Por

el contrario, significa asumirlos, pero no indiferenciadamente sino en

correspondencia con las exigencias cognoscitivas, axiológicas e ideológicas que

cada momento reclama. Se ha de medir con mayor rigor los grados de

autenticidad que de originalidad. Este ejercicio presupone pensar asumiendo

como propias las ideas más adecuadas, sin preocuparse demasiado por su

procedencia. No debe importar si está vinculada o no a alguna lectura previa o es

el producto absolutamente individual del último que la revela. En definitiva, todo

pensamiento posee siempre una soterrada entraña social, aunque sus obstetras

no pierdan mérito por su cuota de originalidad en el parto intelectual de cada idea.

Los próceres de la independencia latinoamericana no dudaron en asumir la

producción intelectual y la experiencia de los procesos revolucionarios de Europa

y Norteamérica, así como del mundo cultural asequible a su época, para

fundamentar ideológicamente el proceso emancipatorio. Tanto Bolívar como Martí,

a pesar de las diferencias de época y de circunstancias, sabían muy bien que si la

asunción abierta de las ideas políticas, filosóficas, etc., no se articulaba a las

fuerzas telúricas de aquel mundo de diferentes de razas, que el primero concibió

era América, para que contribuyese a la liberación de nuestra América fecundada

por “nuestros arcontes”, como reclamara Martí, difícilmente podría alcanzarse la

aspiración de lograr la soberanía demandada por estos pueblos.Las fronteras políticas, económicas y culturales entre la parte que es nuestra, la

latina, y la que no es nuestra, la sajona, se habían ido diferenciando desde

mediados del siglo XVIII e inicios del XIX, cuando se revelaban con mayor claridad

las intenciones imperiales de los gobiernos de los Estados Unidos sobre los países

del sur del continente. Es entonces cuando las circunstancia obligan más a

nuestros intelectuales a preocuparse en mayor medida por pensar con cabeza

propia. Andrés Bello se había percatado desde muy temprano de que nuestra

democracia debía ser muy distinta de la norteamericana. Alberdí reclamaba una

filosofía americana, porque no era posible que evadiese el componente ético y

político, que cada vez reclamaba en mayor medida la producción del pensamiento

latinoamericano y que en la actualidad parece más urgente que nunca.

En esa misma medida el compromiso político de nuestros pensadores se hace

cada vez más manifiesto, en correspondencia con la comprensión de que los

destinos de la flamante república del Norte se mantendrían opuestos a los del sur.

Montalvo no vacilaba en representar a la I Internacional en su Ecuador. Varona

tampoco lo haría al asumir Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, y

dejarse cautivar, a pesar de su espíritu moderado, por el planteamiento

antiimperialista de Martí. Vasconcelos -quien conoce desde su infancia la

desgracia de vivir en un país tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos,

cultivará un nacionalismo fecundo que ha de tener su raíz en Indoamérica,

mientras que Rodó enfocaba, a pesar de su distanciamiento geográfico, la puntería

de sus cañones intelectuales contra la nordomanía. No ha habido en Nuestra

América pensador trascendente que no pusiese su pluma al servicio de las nobles

causas de estos pueblos y que no se haya percatado de la imposibilidad de

satisfacer las demandas de estos países y las de los gobiernos estadounidenses.

Ante esta disyuntiva, como en todas, se ha dividido la intelectualidad

latinoamericana. Se ha diferenciado entre aquella que ha preferido no poner en

peligro su visado múltiple al país de las maravillas y aquella que consciente de su

compromiso ideológico y cultural considera que su actitud dista mucho de ser una

camiseta de verano.

El siglo que se despide ha sido una época de definiciones. Se ha puesto en juego

en más de una ocasión hasta la supervivencia de la humanidad. El venidero

parece que no llegará colmado de flores. El fantasma de la dominación ideológica

se empeña, sin embargo, en hacernos pensar sin cabeza propia. El desafío es

ahora mayor, porque son más eficientes los mecanismos de comunicación y de

manipulación de las conciencias. Por tanto será una época de nuevos retos para

los que pensamos que no vivimos en el mejor de los mundos posibles y que

América Latina tendrá que pagar dobles cuotas de sacrificio si no asume a tiempo

no solo la actitud de pensar con cabeza propia, sino, lo que es más importante, de

actuar.

Un pequeño pueblo de esta región latinoamericana asumió desafiante la empresa

de pensar y actuar con cabeza propia. Los augurios más derrotistas, por su

cercanía al país que se considera destinado a pensar por todos los demás,

consideraron que era imposible que lograra sus objetivos. Todavía algunos lo

dudan. Son los que dudan eternamente de que las revoluciones auténticas

resulten victoriosas. Las revoluciones son el mayor ejerció de pensar y actuar con

cabeza propia. Ese pueblo sigue desafiando y demostrando que sí se puede pensar

y actuar de tal modo. La experiencia de la Revolución Cubana demostró que

cuando más se acercó al esquema soviético de interpretación de la realidad, más

se distanció de sus posibilidades creativas y de elaboración de propuestas acordes

a sus particularidades de desarrollo. Fue en ese momento cuando sus enemigos más se alegraron de que dejase de pensar con cabeza propia y fue cuando sus

amigos se distanciaron críticamente, aunque, la mayoría, sin traicionarla.

Sectores intelectuales y políticos latinoamericanos consideran que se debe y se

puede luchar por el derecho a pensar con cabeza propia. Se inspiran en grades

personalidades históricas del pasado y del presente para fundamentar tal

posibilidad, pero lógicamente tienen que enfrentar muchos obstáculos. Algunos se

desmayan en el esfuerzo. Piensan fatalmente que es inútil enfrentarse en batalla

tan desigual contra los medios de comunicación masiva. Otros, más vehementes, y

por eso mismo imprescindibles, no sólo cultivan esas ideas a contracorriente sino

que exponen la hermeticidad de su piel a las balas, y la de sus principios a los

apocalípticos cantos funerales.

Aspirar en la actualidad a la condición de intelectual, al menos en América Latina,

no constituye un gran sueño; no muchos lo desean en esta sociedad pragmática e

instrumentalizada. Ya desde principios del siglo XX Einstein dijo que

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