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IDEA DEL NIHILISMO (Diego Tatián)


Enviado por   •  17 de Marzo de 2014  •  3.319 Palabras (14 Páginas)  •  264 Visitas

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¿Es el nihilismo una “idea”? ¿Es una condición cultural? ¿Un estado de ánimo? ¿Un conjunto de fenómenos que emergen y que antes, muy poco antes eran inexistentes? Los jóvenes se drogan, los niños llevan armas a los colegios, los políticos roban -y no sólo los políticos, pero el lugar de la política es significativo puesto que hasta hace no mucho se autoconcebía como el lugar del “sentido, el lugar en el que los hombres encuentran un sentido, individual y común”-. Todos estos fenómenos y otros -en principio completamente heterogéneos entre sí- como destruir el planeta por ganancias, suicidios religiosos masivos, avidez de consumo, materialismo, desinterés por lo que no tiene valor de mercado (por el “espíritu”), adolescentes que se pintan el pelo y se emborrachan en vez de dedicar el tiempo a la lectura y la instrucción, todos estos elementos son, por así decirlo, homogeneizados, puestos en relación, y se pretende que ellos describen la esencia de nuestra condición cultural. Esta trama de fenómenos es lo que pareciera invocar el nombre de “nihilismo”. Concepto que concierne también a una especie de descreimiento y una falta de horizontes. Las creencias no son algo que se tiene sino algo que somos, algo que nos constituye casi biológicamente, que nos son transmitidas como se transmite una información genética y nos inserta en un conjunto de costumbres -en un mundo, en sentido fenomenológico- muy anteriores a nosotros mismos. Ese descreimiento, entonces, lo es de lo que podríamos llamar “valores” que valían en el pasado; la falta de horizonte o de perspectivas, en cambio, remite a una desaparición del futuro: quedaría entonces un presente desarraigado y sin porvenir, que inhibe cualquier iniciativa constructiva y deja el campo libre para la rapiña y la destrucción, propia y de los otros.

Nihilismo es una palabra que, en la representación corriente, oscila entre la apatía y la violencia, entre la indiferencia y el egoísmo, entre el derrotismo y el desenfreno. Apatía por la marcha de las cosas, indiferencia por la suerte de los otros o derrotismo que sume en la pasividad. Nihilismo sería una curiosa mezcla de relativismo e intolerancia.

Pero salgamos por un momento de esta noción -más adelante volveremos de nuevo a ella- e interroguemos la palabra de otro modo. El vocablo “nihilismo” no es tan viejo, más exactamente tiene una pequeña historia de doscientos años. Fue empleado por primera vez en 1799 en una carta de Jacobi a Fichte en la que se califica al idealismo de nihilismo (el idealismo, decía Jacobi, nihiliza, vuelve “nada” todo lo que está más allá de las ideas, esto es, el mundo mismo). En el siglo XIX, la palabra nihilismo tiene una elaboración muy particular en la literatura y en los movimientos sociales de Rusia. El término se aplicó a los jóvenes radicales que repudiaban el cristianismo y consideraban a Rusia como una sociedad atrasada y opresiva a la que había que transformar mediante la revolución (p.ej. Chernishevski). El nihilista de ficción paradigmático es Bazarov, protagonista de Padres e hijos (1862), la novela más importante de Iván Turguéniev. Los conservadores rusos, de orientación eslavófila, consideraban que el nihilismo destruiría cualquier posibilidad de existencia social ordenada y determinada. También los narodniks (populistas), que en la década de 1870 promovieron una importante revuelta campesina, fueron considerados nihilistas. En un ensayo sobre Pushkin, Dostoievski define también al nihilismo como la actitud que reniega del suelo natal, que abjura de la vieja Rusia.

Pero será la acepción que Nietzsche imprime al concepto la que resulta decisiva para la comprensión del proceso que denota. A partir de entonces, el vocablo “nihilismo” no tendrá un estatuto de mero anti-valor, sino que más bien remitirá al derrumbe objetivo, histórico, de todos los conceptos fuertes que en la tradición tenían poder normativo sobre la vida humana y sobre el mundo. La palabra registra en este caso la pérdida de soberanía de lo suprasensible y de todo aquello capaz de establecer un orden, indicar un fin, proporcionar un sentido. Este proceso histórico resulta de un evento que sólo muy lentamente se deja aprehender y al que Nietzsche aludió con la frase “Dios ha muerto”. Esta frase es algo extraña, en un cierto sentido autocontradictoria. ¿Cómo Dios puede morir? Si Nietzsche hubiera dicho “Dios no existe” no habría mayores dificultades puesto que estaría expresando de ese modo, con esa proposición, lo que nosotros llamamos “ateísmo”. Pero la proposición que funciona aquí como esencia del nihilismo no es “Dios no existe” sino “Dios ha muerto” (Nietzsche utiliza también, en otra parte, una metáfora muy pregnante: “el desierto crece”). Hubo un tiempo, parece decirnos aquí el filósofo, hace mucho o poco, no importa, en que Dios existía. Pero ahora ya no existe más, “ha muerto”. Con lo cual más que una tesis teológica de principio (como sería por ejemplo “no hay Dios”), lo que aquí se hace es describir un proceso, un acontecimiento histórico, algo que acaece, algo que nos sucede a nosotros y que por tanto es nuestro problema (también la otra proposición, “el desierto crece”, expresa la idea de un proceso, de un desarrollo, o más bien de una devastación, que se expande). El “Dios” al que alude Nietzsche es sin duda el dios cristiano, pero no únicamente. Es también lo suprasensible, el Fundamento, los ideales, las normas, los principios, los fines, los valores, todo aquello capaz de proporcionar finalidad, orden y sentido. Es el dios de los filósofos, el socialismo, la felicidad del mayor número, la paz perpetua.

El hecho de que la palabra nihilismo sea relativamente nueva y de que indique un proceso nos permite comprender algo respecto de su significado. Proviene, naturalmente de nihil, “nada”. El nihilismo podría ser considerado como una “teoría de la nada”. Pero la nada es un concepto filosófico tan antiguo como la filosofía; se recordará el Poema de Parménides, cuya proposición esencial sienta las bases para el pensamiento posterior: “el ser es y la nada no es”. Sin embargo, los mayores pensadores del nihilismo en nuestro siglo -me refiero a Nietzsche y a Heidegger- hacen un uso anacrónico del término, refiriendo con él la lógica escondida que ha tenido la historia entera de eso que llamamos Occidente. No obstante ser reciente como término, el nihilismo es lo que secretamente habría presidido el despliegue de Occidente desde Platón en adelante. Según esta reflexión, el nihilismo se plantea entonces no sólo como un concepto de crítica de la cultura sino también como una clave hermenéutica de primer orden. Nada tendría que ver con una posición adoptada por alguien libremente, ni con una

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