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LA ONTOLOGÍA DEL DECLINAR EN MANUEL ROJAS

Carlos BarahonaEnsayo14 de Mayo de 2020

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Pontificia Universidad Católica de Chile

Instituto de Letras

Programa de Magíster Literatura Hispanoamericana

LET-4144-1 Narrativa Hispanoamericana

Profesor: Patricio Lizama

Alumno: Carlos Leiva Barahona

Eugenio, el ser arrojado.

LA ONTOLOGÍA DEL DECLINAR EN MANUEL ROJAS

 “En cambio, el ladrón se puso a reír a gritos. Reía con una risa nasal, estruendosa. Me contagió esa risa y de repente nos encontramos riendo los tres a grandes carcajadas” (Rojas 1993 24).

En el año 1932 se publica Lanchas en la bahía, primera novela de Manuel Rojas, en la que el autor madura los tópicos desarrollados desde sus cuentos y delimita la estructura de un sujeto –entendido como ser arrojado al mundo– que posteriormente configura la tetralogía de Aniceto Hevia. Mi lectura es que hay que leer esta novela y a su autor como radicalmente adelantados a su tiempo puesto que la configuración existencial de Eugenio, el protagonista, da cuenta del fracaso del proyecto metafísico encajando perfectamente en las ideas maduradas en el posmodernismo por Gianni Vattimo y que definen la existencia desde una ‘ontología del declinar’. Este ensayo pretende mostrar cómo la vida de Eugenio contiene a las tres características fundamentales que dan vida a esta filosofía hermenéutica comprobando de este modo que este sujeto declinante ya era dibujado en 1932 por Manuel Rojas.        

Ontología del declinar.

Gianni Vattimo es uno de los filósofos europeos más importantes en la actualidad destacándose su trabajo desde el campo de la hermenéutica con una fuerte influencia de Gadamer, Nietzsche y Heidegger. En su libro Más allá del sujeto acuña el concepto de ontología del declinar para proponer un debilitamiento del sentido de la existencia, una independencia y distancia de caracteres fuertes que históricamente ha buscado la metafísica en pos de algo eterno y fijo. La ontología del declinar es definida bajo tres características fundamentales que provienen desde la hermenéutica contemporánea de origen heideggeriano. “Estas características no pueden entenderse sino complementariamente: 1) la elaboración de una concepción del ser (y la verdad) desde caracteres débiles, ya que sólo un ser así pensado permite concebir la historia como transmisión de mensajes lingüísticos en los que el ser acontece, deviene; 2) la definición del hombre en términos de mortalidad, cuya finitud temporal tiene como única dirección fija la muerte; 3) una ética que se deberá situar bajo el signo de la pietas para el ser vivo y para sus huellas, más que bajo el signo de la acción realizadora de valores” (Vattimo 8). En otras palabras, esta perspectiva filosófica posmoderna propone un distanciamiento radical con el proyecto metafísico –cuyas derivaciones políticas y religiosas totalitarias han sido devastadoras– configurando un sujeto que se plantee ante el mundo desde un acontecer, desde un pensamiento débil que no tiene la pretensión de encontrar ni, sobre todo, imponer grandes verdades.

El ser y la verdad desde caracteres débiles.

        El adjetivo débil debemos entenderlo a la luz de una “concepción del ser que no se deje ya hipnotizar por sus caracteres fuertes (presencia desplegada, eternidad, evidencia, en una palabra: autoridad y dominio), que han sido siempre preferidos por la metafísica” (Id. 9). Por tanto, ni el sujeto debe plantearse desde una búsqueda de aquello trascendental ni la verdad como algo eterno que regirá correctamente nuestras vidas. El concepto de verdad no puede entenderse desde el decir que algo es esto y no lo otro. “La verdad no escapa a nuestra situación de arrojados en un horizonte de comprensión del mundo que está escrito en nuestro lenguaje y en nuestra tradición cultural, sin que por esto se puedan individualizar estructuras estables, dadas de una vez por todas” (Id. 19).

        Es pertinente puntualizar los antecedentes que van configurando la literatura de Manuel Rojas desde una cosmovisión cercana a los caracteres débiles. Podemos encontrar los primeros antecedentes en la modernidad europea; época en el que ser moderno equivalía a vivir e interpretar el mundo como un constante proceso de creación y destrucción, en medio de ciclos de estabilidad y crisis (Brunner 174). Para Baudelaire (ctd en Brunner 174) ser moderno significa compartir una sensibilidad especial hacia lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente. José Emilio Pacheco (1999 21) agrega que con la modernización la idea de Dios ha muerto y que en ese sentido el arte se erige como una religión sustituta buscando llenar un desamparo ante la muerte y el vacío. Estas ideas modernistas al llegar a América fueron apropiadas por las distintas culturas del continente configurando un modernismo con raíz europea pero de identidad indígena. Estos rasgos efímeros de la existencia expuestos por Baudelaire podemos encontrarlos en el poema Tonada del transeúnte de Manuel Rojas cuyo final canta: “por qué transito por este camino desconocido oh alma/ las palabras se desvanecen en la sombra vertical” (2002 46). No obstante en el proceso de apropiación Manuel Rojas profundiza lo transitivo añadiéndole un componente social que vincula su obra también con las problemáticas de la sociedad. En este sentido la idea de la muerte de Dios no es asumida por Rojas en función de encontrar un arte que beatifique al mundo, sino que en constatar el fracaso del proyecto metafísico como constructor del mundo y a partir de esto elaborar una cosmovisión que desde una perspectiva débil pone en jaque aquellos conceptos fuertes que son investidos como verdaderos. Es por esto que los cuentos de Manuel Rojas toman como tópico la marginalidad de Chile dando el protagonismo a personajes desplazados y estigmatizados desde una perspectiva humana abierta y no enjuiciadora. En el cuento El delincuente (Rojas 1993) dos hombres llevan a un ladrón para enjuiciarlo porque le robó a un borracho; lo que se inicia como un viaje ajusticiador de a poco cambia y se transforma en una aventura de tres amigos, poniendo en jaque el concepto convencional de justicia. Lo que para el protagonista es un ladrón se vuelve difuso: “¡Aquel ladrón era muy simpático ¡tan de buen humor, tan atento con las personas, tan buen compañero” (27). En el cuento el acto de justicia pasa a un segundo plano; lo verdaderamente importante es la relación amistosa que se entabla entre esos hombres tras un primer encuentro antagónico.

Ignacio Álvarez y Stefanie Massmann (2011 7-21) identifican un código de levedad operando en la narrativa de Manuel Rojas, en el cual el peso, lo inmutable y lo único son valores rechazados. Jaime Concha también ayuda a reforzar esta idea; para él el espíritu de la obra de Manuel Rojas descansa en la presencia de un “yo nunca central ni jerárquico ni excluyente” (2004 95). Este espíritu se huele ya desde el título mismo de la novela; a pesar de que el corazón del relato se centra en el proceso de maduración de Eugenio, su personaje principal, el autor titula Lanchas en la bahía.

El relato se inicia con Eugenio parado sobre un falucho, una pequeña embarcación, a punto de comenzar su guardia nocturna en la bahía de Valparaíso. Sin mucha experiencia en esa labor, con algo de miedo, se dispone a cumplir con su trabajo amparado en un pequeño revólver que maneja torpemente. Ya desde aquel momento podemos comenzar a leer a Eugenio desde la perspectiva de la ontología del declinar. “El sujeto en estos términos es concebido como un acróbata sobre una red (de apariencias) que se vuelve trapecio, instrumento, maraña de caminos que se puede recorrer … moviéndose libremente entre las apariencias” (Vattimo 10). Eugenio es un acróbata cuya vida acontece bajo caracteres débiles. “La consigna era: vigilar y no dormirse, bajo amenaza de ser fondeado por los piratas o despedido del empleo” (Rojas 1999 10).

Eugenio, independiente del frío, los recuerdos de sus padres, la soledad o la falta de movilidad de ese trabajo, es un joven cuya única preocupación, débil, es no caer dormido. Su principal obligación es cuidar las embarcaciones en la noche, lo cual implica que debe denunciar a la policía a todos aquellos ladrones-piratas que deambulan por los alrededores de la bahía. Lo cual hace suponer que Eugenio tiene una relación de estricto respeto hacia su empleador y hacia un concepto de justicia –basado en la idea socialmente instaurada de que los ladrones deben ser sancionados por los actos indebidos que cometen–. No obstante Eugenio, al momento de enfrentarse cara a cara a ellos, empatiza y los deja ir.

No supe qué hacer. Pensé alzar el brazo y lanzar un tiro al aire para llamar a la policía marítima, pero temí el ridículo: el revólver no me merecía la menor confianza, y gritar, estando armado, me pareció más ridículo aún. Además nada habían hecho ni intentado hacer. Si llamaba a la ronda, aquellos hombres se arrojarían al agua sin vacilar, como lo hacían siempre que eran perseguidos y se ahogarían o pasarían toda la noche colgados de una boya, o los cazarían a tiros. (Rojas 1999 16-17).      

        Este episodio nos habla de un joven que está formando su personalidad desde una flexibilidad valórica. Una personalidad que no discrimina ni tampoco antepone un valor fundamente por sobre otros. En términos de Vattimo, una personalidad no hipnotizada por caracteres fuertes totalizadores.

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