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LOS SENTIDOS Y LA INTELIGENCIA

yadix17 de Noviembre de 2013

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LOS SENTIDOS Y LA INTELIGENCIA

-“Oye, papá, ¿qué es esto?”

-“¿Esto? Es un sacacorchos. ¿Pero es que no lo ves?”

No sé si el ejemplo del sacacorchos es especialmente brillante, pero en

cualquier caso, probablemente habremos escuchado (o protagonizado) alguna

conversación de este jaez. El “qué es esto”, tan frecuente en boca de los niños,

nos puede servir para introducirnos en la explicación del conocimiento

intelectual como distinto del conocimiento sensible, que ya hemos estudiado.

Si continuáramos el diálogo anterior, el niño podría haber respondido a

su vez algo así como “pues claro que lo veo. Pero no sé qué es (ni sé qué es

un sacacorchos)”. Y es que el conocimiento sensible nos informa de las

cualidades concretas que tienen las cosas. Por los sentidos captamos el color

que tiene algo, su especial figura, si es suave o áspero, etc. Pero lo que los

sentidos no nos dicen es qué son las cosas. El niño no puede ver que eso es

un sacacorchos y que sirve para abrir botellas, porque eso son cosas que no se

pueden “ver”.

Todo aquello que tiene que ver con el “qué es algo” es un tipo de

conocimiento que no nos pueden dar los sentidos, sino la inteligencia, y así

como los sentidos nos suministran imágenes de las cosas, la información que

la inteligencia obtiene de las cosas es, en primer lugar, el concepto. Los

sentidos nos hablan de “algos”, pero no nos pueden decir qué es eso de lo que

nos hablan, pues ese conocimiento (el qué de las cosas) es ya un concepto.

Por ejemplo, vemos colores, pero no vemos qué es un color, pues el

concepto color es algo que está presente en el rojo, en el amarillo, en el azul...

y no es ninguno de esos colores. En la realidad, de hecho, no hay nada que

sea “el color” (el concepto de color), que pueda ser visto por el ojo. Hay colores

concretos (miles de los cuales están clasificados en las distintas gamas

cromáticas que utilizan los impresores, etc.), pero ninguno de los colores que

vemos podemos decir que sea “el color”.

Pero pongamos otro ejemplo. A lo largo de nuestra vida hemos visto

(hemos captado por nuestros sentidos) una infinidad de triángulos. Hay libros

llenos de triángulos dibujados, tal vez hayamos tenido en nuestras manos

alguno de metal (que incluso hemos escuchado), nos hemos examinado de

ellos, se nos han preguntado características, datos, de tal o cual triángulo, etc.

Para colmo, ahora se ha hecho obligatorio llevar triángulos en el maletero del

coche. Se puede decir, por tanto, que todos tenemos una imagen de triángulo

(o varias), que podemos representar con nuestra imaginación. Resulta fácil,

pues, ponerse a imaginar un triángulo, representar una imagen de triángulo.

Los triángulos que nos imaginamos varias personas son triángulos concretos,

de un tamaño determinado, isósceles, equiláteros o escalenos. Desde luego,

las imágenes que tenemos de triángulo no han de coincidir unas con otras, y de

hecho resulta muy improbable que todos hayamos imaginado un obtusángulo.

En el caso del concepto de triángulo no ocurre lo mismo: aunque nos

hayamos imaginado un triángulo distinto en cada caso, todos entendemos qué

es un triángulo, el concepto de tal figura geométrica.

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