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La Cantata Del Diablo


Enviado por   •  11 de Diciembre de 2014  •  468 Palabras (2 Páginas)  •  225 Visitas

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No importa si tienes éxito o si fracasas. No importa si llegas a la meta o simplemente te quedas a las puertas. Lo importante no es la meta, es el camino...

Durante toda su vida la fuerza motriz que había desperezado su ya cansada imaginación había sido la voluntad. Pero eso sólo era el combustible, el alimento que hacía que su cuerpo y su mente no se doblegaran ante el fracaso, esa fuerza invisible que le hacía levantarse cada mañana y mirar a los ojos la derrota, y apartándola de un golpe, enfrentarse a sus sueños. Cada vez que se quedaba frente a frente con un lienzo en blanco lo estudiaba, incluso se diría que hablaba con él.

¿Tú qué quieres ser? -le preguntaba-.

Y antes de escoger los colores de su paleta, sabía perfectamente en qué pigmento debía sumergir su pincel, su alma... En el de la pasión. Hagas lo que hagas en la vida, triunfes o fracases, sea por divertimento o por oficio; hazlo con pasión. No importa si es bueno o malo, mediocre o sublime. El arte sin pasión es como besar a una piedra, carece de calor, de Alma... Hagas lo que hagas en tu vida, hazlo con pasión.

Una perla es un insignificante grano de arena, no es importante, nadie le presta atención. Pero el tiempo, la constancia y la pasión hacen de él algo precioso, algo tan valioso que hasta los océanos le rinden pleitesía. ¡Todo sueño empieza por ser algo pequeño!

Mientras reflexionaba, Goya daba sus últimas pinceladas a una extraña obra pintada, como muchas otras, en las paredes de su apartado caserón, a orillas del río Manzanares, en la ribera de Aluche. Las paredes de esta casa se llenaron de alucinantes escenas de supersticiones, brujerías y endemoniamientos. Allí esta Saturno devorando a sus hijos con una viveza que escalofría, allí el Gran Buco convocando a sus torvos feligreses y allí su última pintura, el gran Aquelarre fantasmagórico de caras hechas a trompicones, de esperpentos malignos... y presidiéndolo todo: El Macho Cabrío.

Desde que su sordera se adueñó de sus silencios, Goya se refugió de la Corte de Fernando VII en este apartado caserón, a las afueras de Madrid. Se le conocía en la Villa como "La Quinta del Sordo". Allí, en compañía de Leocadia, quien estaba a cargo de la casa, y el fiel Isidro, que le servía de intérprete y cuidaba de la huerta, fue donde tuvo lugar una extraña visita que cambiaría el transcurrir de los acontecimientos, y como no, el Mundo...

A las doce menos un minuto de la noche, bajo una espesa oscuridad, una sombra ágil y silenciosa llama a la puerta de La Quinta del Sordo:

- Buenas noches, deseo ver a Don Francisco de Goya, dígale que vengo de muy lejos y que me

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