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La Cultura De La Imagen: ¿Del Homo Sapiens Al Homo Videns?


Enviado por   •  2 de Agosto de 2013  •  1.687 Palabras (7 Páginas)  •  485 Visitas

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Vivimos en el un mundo de imágenes, que incluso muchas veces saturan, reemplazan conceptos y quieren hacer creer que ofrecen la realidad mejor que los análisis sobre ésta (que, por supuesto, también pueden ser tan confusos y equívocos como las imágenes).

Ante tal peso por la hegemonía televisiva, ¿será cierto lo que no hace mucho planteó Giovanni Sartori en un libro (Homo videns. La sociedad teledirigida, Taurus, Madrid, 1998) ya convertido en un clásico? En realidad su tesis no es nueva, pero su éxito mundial responde a la fuerza, claridad y contundencia con que la expone. Y porque el autor, conocido politólogo, se convierte así en otro portavoz de la ya gran cantidad de hombres de cultura preocupados por el auge de los medios audiovisuales y sus consecuencias, no sólo sobre todas las actividades humanas, sino también sobre las características del hombre mismo. Es entonces importante hacer referencia a un libro central para las relaciones entre subjetividad y cultura, que se acerca a una problemática que el mundo psi –al menos su mayoría domesticada y bizantina que no pasa del análisis de la influencia de los niveles microsociales (familia, etc.)– se empecina en no ver y menos estudiar.

Desde la página inicial Sartori expone su idea central: “La tesis de fondo es que el vídeo está transformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en un homo videns para el cual la palabra está destrozada por la imagen. Todo acaba siendo visualizado. Pero ¿qué sucede con lo no visualizable (que es la mayor parte)? [...] El acto de telever está cambiando la naturaleza del hombre. Esto es el porro unum, lo esencial, que hasta hoy día ha pasado inadvertido a nuestra atención. Y, sin embargo, es bastante evidente que el mundo en el que vivimos se apoya sobre los frágiles hombros del ‘video-niño’: un novísimo ejemplar de ser humano educado en el tele-ver –delante de un televisor– incluso antes de saber leer y escribir” (p. 11-12).

Y páginas más adelante concluye categóricamente: “Si esto es verdad, podemos deducir que la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis, que revierte en la naturaleza misma del homo sapiens. La televisión no es sólo instrumento de comunicación; es también, a la vez, paideía, un instrumento ‘antropogenético’, un medium que genera un nuevo ánthropos, un nuevo tipo de ser humano” (p. 36).

Postura tan importante como contundente, que va bastante más allá de las múltiples y conocidas críticas que hace décadas se le hace a la televisión como alienante, productora de una “realidad” que dice poco de la realidad (sin comillas), e infinidad de otras cuestiones. Porque aquí se le atribuye un cambio sustantivo en la propia naturaleza humana, haciendo decaer notoriamente el aspecto intelectual y cognoscitivo de los sujetos por reemplazarlo por imágenes que no lo anulan pero sí lo reducen notoriamente. Es cierto, las imágenes pueden decir e ilustrar mucho acerca de muchas cosas ¿pero alcanzan a darle su significación para comprenderlas realmente? Es evidente que algunas imágenes hablan más que mil palabras, como lo fueron, por ejemplo, las de las torturas de soldados norteamericanos sobre prisioneros iraquíes o los cadáveres de las Torres Gemelas, razón por la que ambas fueron censuradas ¿pero qué dicen sin el marco contextual que las explica?

Quienes trabajamos en universidades y observamos cotidianamente la notoria baja de lectura de diarios y libros en estudiantes, que reemplazan su información por lo que ofrece la televisión (o incluso Internet), vemos nítidamente no sólo una baja en el nivel de conocimiento acerca de la realidad local y mundial, sino la presencia de contenidos ideológicos cercanos al poder, y también una marcada simplificación producto de los flashes a que la cultura de la imagen reduce lo que presenta y del maniqueísmo con que lo hace. El hecho de que nunca un valioso texto literario pudo convertirse exitosamente en una buena película –salvo algunos de pura acción y limitados valores conceptuales– es un interesante ejemplo de esto.

Pero esta cultura televisiva de la imagen no se limita a ella sino que, por su peso y la preferencia del público, se extiende cada vez más a publicaciones (diarios y revistas) que juegan con mayor cantidad de fotografías, colores muchas veces innecesarios, y consiguiente reducción de texto de manera de que se vea más y se lea menos. Es innecesario destacar el empobrecimiento conceptual que esto produce, sobre todo en la capacidad de abstracción, sobre todo cuando el contenido dominante de las imágenes presentadas es en general superficial.

Otra conclusión del autor citado también es preocupante al describir al que denomina video-niño, “el niño que ha crecido ante un televisor”: “¿Este niño se convierte algún día en adulto? Naturalmente que sí, a la fuerza. Pero se trata siempre de un adulto sordo de por vida a los estímulos de la lectura y del saber transmitidos por la cultura escrita. Los estímulos ante los cuales responde cuando es adulto son casi exclusivamente audiovisuales. Por lo tanto, el video-niño no crece mucho más. A los treinta años es un adulto

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