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La Educacion


Enviado por   •  25 de Septiembre de 2011  •  2.558 Palabras (11 Páginas)  •  390 Visitas

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HACIA UNA EDUCACIÓN DE CALIDAD

De la educación se derivan incuestionables ventajas sociales: el desarrollo económico, la participación y la integración social, la consolidación de valores democráticos y de convivencia. Educar es sentar las bases de una sociedad mejor, de un mundo más justo, respetuoso y solidario. Continuamente se someten a revisión tanto los métodos como los contenidos, pero el análisis de la realidad actual pone de relieve que hay mucho que mejorar también en otros aspectos si queremos avanzar hacia una educación de calidad.

Los actores principales

En la educación todos somos parte importante: padres e hijos, profesores y alumnos, la Administración, los ciudadanos, la sociedad en su conjunto. Ser parte implica que exista una participación real, responsable y activa. Esto requiere compromiso, presencia, intervención y acción. A menudo los padres se quejan de falta de tiempo, a los docentes se les agota la paciencia y a la Administración el presupuesto. Se habla insistentemente de la necesaria mejora de la calidad en la educación, que probablemente vendrá de la mano del incremento de la participación de los padres, del entusiasmo de los profesores y de la motivación de los niños.

El papel protagonista corresponde a los padres y educadores. Están en primera línea, en contacto directo con los niños. La intervención de los docentes es esencial, pero si el sistema educativo no tiene a los padres como pilar básico se desperdiciarán la mayor parte de los esfuerzos. La familia, la institución más universal y soporte nuclear de la educación, está experimentando cambios significativos en las últimas décadas para los que probablemente la sociedad no está suficientemente preparada.

Nuevas estructuras familiares

La familia tradicional, constituida por padres e hijos unidos por vínculos de sangre, ha experimentado variaciones significativas. Se ha incrementado sensiblemente el número de adopciones y han surgido nuevos vínculos afectivos y de convivencia. Hay familias monoparentales, en la que convive un solo progenitor con los hijos. Otras están formadas por parejas en las que uno o ambos miembros han incorporado a la nueva familia sus hijos procedentes de una relación anterior que acabó en ruptura. Si ya de por sí la educación no es tarea fácil, estos cambios en la estructura familiar la convierten en algo aún más complejo que requiere predisposición, preparación, paciencia y criterio.

Los padres no disponen, en general, de una formación específica para desempeñar su función. Con frecuencia buscan recetas mágicas, pero no existen fórmulas estándar aplicables sin más. Cada niño y cada familia son únicos, al igual que cada alumno, profesor y grupo de clase son diferentes. Sin embargo, algunos principios contribuyen a simplificar y optimizar esa función de tanta responsabilidad. Lamentablemente su conocimiento suele ser privilegio de especialistas —psicólogos, pedagogos, educadores— cuando debería ser dominio de todos.

Ante todo, hay que partir de un enfoque preventivo y positivo. Resulta difícil educar desde la indecisión, la culpabilidad, el reproche y la queja constante. Es necesario aprender, observar, analizar y tomarse tiempo para la reflexión. Hay que dialogar, barajar alternativas y tomar decisiones desde la flexibilidad. La familia es un sistema. Es difícil intentar entender a cada uno de sus integrantes si se analizan de forma aislada. Los niños “son” en función de las relaciones que establecen con los demás miembros de la familia. ¿Tendrían el mismo carácter y forma de comportarse si estuviesen en otro entorno, conviviendo con otras personas? Es frecuente observar conductas diferentes según estén en casa, en el colegio o en la calle; o cuando están solos, con los abuelos, con sus amigos o ante una visita.

El reparto de papeles

Los niños suelen responder con su conducta a la expectativa que se tiene de ellos. Variables como el número de hermanos, el sexo, la edad o el orden de nacimiento deben ser tenidas en cuenta. ¿Es el mayor el responsable, el pequeño el mimado y el del medio el rebelde? ¿Qué papel se les ha ido asignando? La respuesta a esta cuestión puede ser clave. Es probable que la cercanía e implicación tan directa que se tiene con los hijos impida tener una visión clara y objetiva.

A menudo se les califica con adjetivos simples, realizando descripciones parciales y reduccionistas que no hacen sino colgarles carteles que, finalmente, acaban por resultar definitivos. Una descripción más amplia —física, psicológica, intelectual, social, conductual— debería tener en cuenta las opiniones de padres, profesores, orientadores, compañeros del niño, familiares, conocidos. Esto desmontaría muchas de esas etiquetas del tipo Roberto mentiroso, Raquel rebelde o Luis tímido, que no hacen sino dificultar el cambio y la mejora. Pocos progresos cabe esperar si ya de entrada se trata al niño como un caso perdido. En cambio, cuando se le transmite confianza en sus posibilidades aumenta significativamente la probabilidad de que responda a esa expectativa.

Explicar y reforzar la conducta

Con frecuencia se comete el error de atribuir la conducta de los niños a factores como la genética y la herencia. Se infravalora así la poderosa influencia que tiene el ambiente y el entorno. El comportamiento puede explicarse, en gran medida, a partir de motivos y de resultados. Ante cualquier conducta cabe preguntarse: ¿qué motivos tiene para actuar así? ¿qué beneficios obtiene con ese comportamiento? Si algo determina la conducta presente y futura es el resultado obtenido con la misma en el pasado. Las consecuencias positivas premio, recompensa, reconocimiento o negativas, castigo, reproche derivadas de una conducta ayudan a entenderla y a modificarla.

Probablemente, uno de los mayores premios que se pueden dar a una conducta es prestarle atención. Los niños reciben atención cuando se está con ellos, se les mira a los ojos o se pronuncia su nombre. Incluso cuando se les riñe. Para producir un cambio significativo y positivo en su comportamiento se debería dirigir la atención hacia aquellas conductas que son adecuadas y retirarla de aquellas otras que no lo son.

El ser humano tiene cierta tendencia a detectar lo que está mal, a centrarse en los fallos. Acusa los síntomas de lo que podríamos denominar como síndrome del bolígrafo

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