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Educacion

torotoro29 de Septiembre de 2011

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<< Capítulo XIX >>

Noticias acerca de algunos otros positivistas mexicanos.

Obras, extractos, traducciones o reimpresiones. Crítica

I

Dos opúsculos

ANTES de empezar la materia propia de este capítulo, y sólo para completar los apuntes bibliográficos relativos al Lic. D. Ignacio Ramírez (el Nigromante), y al General Don Manuel Márquez de León, ambos libres pensadores, vamos a indicar los opúsculos siguientes:

1º. Libros | rudimental y progresivo para la enseñanza primaria, | por el Sr. Lic. D. Ignacio Ramírez, | Edición hecha expresamente para las escuelas del Estado de Chihuahua, por disposición del Gobernador del mismo, el Sr. General D. Carlos Pacheco. | México. | Oficina tipográfica de la Secretaría de Fomento{141} | Calle de San Andrés núm., 15. | 1884.

2º. Don Benito Juárez a la luz de la verdad, | por el General Manuel Márquez de León. | México. | Imp. en la 2ª de San Lorenzo 16 y 17. | 1885. Este folleto es en extremo curioso, mas, como contiene cargos denigrantes al [266] Benemérito, el Gobierno impidió su circulación; así lo hemos oído decir. Prueba que el pueblo mexicano ha sido víctima de una colosal mistificación.

II

Obra de Don Manuel Flores sobre pedagogía

No conocemos más que tres tratados formales de pedagogía escritos en México, aparte de los incontables artículos que a diario se publican en los periódicos, acerca del vital asunto de la enseñanza. Tales tratados versan sobre la filosofía de la educación, por eso nos referimos a ellos en esta obra.

El primero es: Tratado elemental de Pedagogía | por Manuel Flores, Profesor del ramo en la Escuela Normal y en la Secundaria de Niñas de la Capital. | (Segunda edición.) | México, Oficina tip. de la Secretaría de Fomento | Calle de San Andrés núm. 15. | 1887.

Este libro está escrito en sentido positivista: en general lo que contiene de observación y experiencia es digno de leerse; pero en lo demás adolece del exclusivismo sistemático de su escuela. Los Sres. Vigil y de la Peña han demostrado científicamente, que el positivismo tiene límites irracionales como doctrina y como método. La escuela denominada ahora con el nombre de metafísica, y condenada a priori por los sistemas modernos, es completa y consecuente; comprende en su estudio al mundo, al hombre, a Dios, los efectos y las causas, el cuerpo y el alma, los fenómenos sensibles, los de conciencia, los accidentes, propiedades y naturaleza de las cosas, la inducción y deducción lógicas, el orden moral fundado en la misma naturaleza del ser racional; todo, en fin, lo que en Filosofía admite demostración científica; pero establece una distinción objetiva y formal entre la Filosofía [267] como Filosofía y las demás ciencias. Descendamos a algunos detalles.

En la pág. 43, dice el autor: «Podemos, pues, asignar a la Educación los tres períodos clásicos que todas nuestras nociones han ido sucesivamente recorriendo: los períodos teológico, metafísico y positivo.» Con perdón de nuestros lectores, la ley de los tres períodos no pasa de ser más que un clásico disparate, y mayor si cabe en el caso concreto en que nos ocupamos; porque se ve positivamente que la noción que el autor del Tratado elemental de Pedagogía tiene de la Teología y de la Metafísica no ha llegado aún al período positivo, no corresponde a la realidad: y si no, véase el fárrago de falsos testimonios que sigue:

«Pasemos por alto el primero (el período teológico) porque bajo él, sólo la educación religiosa fue formulada de una manera sistemática.»

«La metafísica concede a la materia y al espíritu leyes y propiedades que hacen posibles los métodos de Educación, puesto que establece principios fijos, que con toda confianza se pueden poner en juego, para lograr inevitablemente resultados previstos de antemano. Pero la metafísica tiene por carácter imponer a lo objetivo las leyes de lo subjetivo: según ella, el espíritu domina a la materia; esta última no puede separarse de las leyes de aquél; y la verdad, no es más que «la conformidad de las cosas con nuestro pensamiento», es decir, precisamente lo contrario de lo que debe ser. De aquí que los métodos educativos de origen metafísico se preocupen exclusivamente del espíritu con detrimento del cuerpo; que descuidando las nociones que da la observación, se empeñen en desarrollar el espíritu por sí mismo, sin el auxilio de los sentidos; de aquí que toda la educación consista en inculcar las teorías del silogismo, y en obligar a raciocinar exclusivamente con él, formando interminables cadenas, y creyendo que la clave de todos los secretos de la [268] naturaleza está contenida en la barbara celarent, &c. Si su ciencia, su arte y su moral son a priori, ¿qué de extraño será que sus procedimientos de educación lo sean también?»

Se necesita la paciencia de Job para leer con serenidad esas vulgarísimas calumnias contra la gran escuela que desde Sócrates, el divino Platón y el Estagirita hasta nuestros días con los neoescolásticos, ha producido genios y ha civilizado al mundo. Contra hechos no hay argumentos.

El párrafo en cuestión revela ignorancia de la historia de la Filosofía, y en especial de la metafísica: dícese allí que «la metafísica tiene por carácter imponer a lo objetivo las leyes de lo subjetivo.» No, el carácter de la metafísica está en el estudio científico y racional de la íntima naturaleza de las cosas adonde no alcanza la experiencia y observación sensible; pero el procedimiento es rigurosamente científico; porque va de lo conocido a lo desconocido; observa, y esto le sirve de punto de partida de la inducción o deducción legítimas: en lo que se observa no dice ni puede decir otra cosa que, así es porque así se observa; en lo que pasa los límites de la experiencia sensible o del inmediato testimonio de la conciencia dice, así tiene que ser, porque así lo deduce la recta razón: que mucho, si las mismas leyes generales de la naturaleza no se ven bajo el concepto de generales, sino que se formulan, se inducen, después de una observación suficiente y constante.

2. «Según ella (la metafísica), el espíritu domina a la materia; esta última no puede separarse de las leyes de aquél.» Si por esa sujeción se entiende la armonía entre el orden subjetivo y objetivo, por manera que si no existe es, o porque la observación o la deducción han sido deficientes y haya que rectificarlas; nada encontramos de monstruoso en el procedimiento. Si se entiende que a todo el mundo real lleve el hombre la escudriñadora mirada de su inteligencia, y el soberano poder de la voluntad, con tal que lo haga con [269] arreglo indeclinable a la lógica, a la moral y a las demás ciencias, está en su derecho. Si se entiende que a la recta razón ilustrada por la fe y auxiliada de la gracia debe subordinarse el cuerpo con sus apetitos, ¿habrá algo que objetar?

3. «La verdad no es más que 'la conformidad de las cosas con nuestro pensamiento': es decir, precisamente lo contrario de lo que debe ser.» Sin pedantería, y con la mayor ingenuidad, decimos que hemos leído algunos grandes metafísicos: de los antiguos, a San Agustín, Boecio, Santo Tomás, Suárez, Silvestre Mauro, Fr. Juan de Santo Tomás y Belarmino; de los modernos, a los principales restauradores de la escolástica en el siglo pasado: Balmes, Prisco, González, Palmieri, Liberatore y otros, y juramos no haber hallado nunca el absurdo que a la escuela metafísica atribuye el Dr. Flores, de que la verdad es la conformidad de las cosas con nuestro pensamiento; y como si el diferente tipo no bastase, ¡agrega comillas! En el período teológico por excelencia, diez y seis siglos antes que apareciese el presuntuoso y demoledor positivismo, dio San Agustín la única definición de verdad, que ha venido repitiendo de siglo en siglo la escuela genuinamente metafísica, que es por la que respondemos. ¿Habrá leído el Dr. Flores El Criterio por Balmes? Ahí está el siguiente parrafito: «Verum est id quod est (la verdad es lo que es), dice San Agustín (Lib. 2. Solil. cap. 5). Puede distinguirse entre la verdad de la cosa y la verdad del entendimiento: la primera, que es la cosa misma, se podrá llamar objetiva; la segunda, que es la conformidad del entendimiento con la cosa, se apellidará formal o subjetiva. El oro es metal, independientemente de nuestro conocimiento; he aquí una verdad objetiva. El entendimiento conoce que el oro es metal, he aquí una verdad formal o subjetiva.»{142}

4. «De aquí que los métodos educativos de origen metafísico, se preocupen exclusivamente del espíritu con [270] detrimento del cuerpo.» De seguro que si alguna educación es de origen metafísico, es la que se ha impartido y se imparte en los seminarios y en las comunidades religiosas, donde las haya; pero en las más austeras instituciones cristianas se procura realizar el antiguo mens sana in corpore sano, se da tiempo al estudio, a la oración, al descanso y al ejercicio corporal. La escuela moderna atrofia el carácter moral. Sería curioso un estudio comparado de los trabajos intelectuales, y de la longevidad en las escuelas metafísicas y positivistas.

5. «Que descuidando las nociones que da la observación, se empeñen en desarrollar el espíritu por sí mismo, sin el auxilio de los sentidos.» De Aristóteles, padre de la escuela metafísica, son estas palabras tan expresivas y radicales: nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu. La escuela ha visto en los sentidos nada menos que un criterio de verdad; luego ha considerado el auxilio de los

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