La Libertad
Kenshin3315 de Junio de 2015
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Tenemos que partir de una modernidad en crisis, donde las ideologías como el marxismo han fracasado, dejando un lugar vacante que la posmodernidad intenta pugnar insatisfactoriamente. Para ello nos servimos del personalismo de Mounier, aunque asumiendo que relanzar el personalismo pasa por repensar y actualizar la manera Mounierana. La filosofía personalista es la construcción de una antropología sólida, respetuosa con la dignidad de la persona. Pero este camino sólo podría profundizarse a través de una vía académica a día de hoy.
Pero, ¿qué es el personalismo?. El siglo XX fue el escenario de una batalla entre dos poderosas ideologías: los colectivismos y el individualismo. Los colectivismos (comunismo, nazismo, fascismo) promovían los valores generales de la sociedad, pero con desprecio de los individuos. Lo esencial era la sociedad mientras que el hombre sólo era importante en la medida en que servía a esa sociedad. El individualismo adoptó la perspectiva contraria: la exaltación del individuo en contraposición a la sociedad, pero de un individuo insolidario que buscaba su propio bien y aplicaba la “ley del más fuerte".
Estas dos ideologías generaron poderosísimos movimientos sociales y políticos que decidieron, de forma a veces muy trágica, la historia del siglo XX. Las dos guerras mundiales están ligadas a la intención de los totalitarismos de imponer su visión del mundo y aumentar su poder, y, por lo que respecta al individualismo, ha sido un elemento ideológico esencial del capitalismo salvaje de inicios del XIX y comienzos del XX. Este complejo escenario hizo ver a muchos la necesidad de revalorizar a la persona concreta y existentes tanto desde un punto de vista intelectual y conceptual como en la sociedad.
Ante todo hubo un movimiento social ligado a los desastres de la guerra y de las ideologías que exigía de manera perentoria una nueva valoración del hombre. La persona no podía ser ni una mera parte del todo ni una entidad egoísta. Debía tener valor por sí misma: era, sin ninguna duda, lo más valioso del mundo.
Las dos guerras mundiales fueron decisivas en ese cambio de perspectiva. Resulta paradigmático el recorrido personal de Gabriel Marcel. Este filósofo fue inicialmente idealista, pero pasó la I Guerra Mundial trabajando en el Departamento de desaparecidos cuya misión era informar a los familiares sobre los soldados de paradero desconocido. Experimentó entonces de modo muy fuerte la importancia que tenía cada persona concreta y cómo la felicidad de algunas personas podía depender de unas pocas palabras: un sí o un no. Fue entonces cuando su fe en los sistemas idealistas globales y abstractos se quebró definitivamente. Lo más importante era la persona, cada persona concreta e individual y no las abstracciones.
Otra experiencia aún más dura –su estancia en campos de concentración nazis- condujo al psiquiatra Viktor Frankl a dejar muy atrás los modelos antropológicos inspirados en psicologías reduccionistas (Freud, Adler, Jung) para internarse en lo específicamente humano, en esa “área fronteriza entre la psicoterapia y la filosofía” que promueve que cada persona se realice mediante la búsqueda del sentido de su vida .
Similares experiencias fueron la senda que condujo a muchos filósofos, antropólogos o psiquiatras a la recuperación y reelaboración filosófica de la noción de persona, que se realizó fundamentalmente mediante tres vías.
El personalismo que surgió de la mano de Emmanuel Mounier en la Francia de entreguerras y que se ha enriquecido y desarrollado con la colaboración de muchos otros pensadores (Maritain, Guardini, Wojtyla, etc.). Su visión de la persona puede describirse de modo sumario. “La persona en un ser digno en sí mismo, pero necesita entregarse a los demás para lograr su perfección; es un ser dinámico y activo, capaz de transformar el mundo y de alcanzar la verdad; es espiritual y corporal, poseedor de una libertad que le permite autodeterminarse y decidir en parte no sólo su futuro, sino su modo de ser; está enraizado en el mundo de la afectividad y es portador y está destinado a un fin trascendente”.
A la vista del auge cultural del personalismo, la neoescolástica y las filosofías realistas más clásicas iniciaron entonces un trabajo de recuperación y desarrollo de la noción de persona, que pertenecía por derecho propio a su patrimonio cultural.
Por otro lado, sin depender en este caso del personalismo francés, se produjo un paso de algunos sectores de la filosofía moderna a una refundación realista de la noción de persona. Esta línea corresponde fundamentalmente a la fenomenología, y va desde Husserl y Scheler hasta Edith Stein o Dietrich von Hildebrand.
El personalismo es, en definitiva, una antropología que surge en Europa entre las dos guerras mundiales y que tiene la virtud de ofrecer una alternativa tanto al individualismo como al colectivismo. Frente al individualismo que exalta a un individuo meramente autónomo, el personalismo remarca el deber de la solidaridad del hombre con sus semejantes y con la sociedad; y frente a los colectivismos que supeditan la persona a valores abstractos como la raza o la revolución, remarca el valor absoluto de cada persona concreta e individual.
Desde un punto de vista técnico-filosófico el personalismo sostiene como tesis central que la noción de persona es la categoría filosófica esencial en la elaboración de la antropología y que sólo se puede abordar adecuadamente con conceptos específicos extraídos a partir de la experiencia. Los temas a los que concede especial relevancia son, entre otros, los siguientes: la afectividad, las relaciones interpersonales, la corporalidad, la diferenciación, dentro de una igualdad radical, en varón y mujer, el carácter narrativo de la existencia, el carácter donal, social, ético y solidario de la persona y su apertura intrínseca a la trascendencia.
Existe una gran cantidad de brillantes ensayos sobre muchos aspectos del personalismo. Algunos de los intelectuales más emblemáticos son: Max Scheler, Martin Buber, Emmanuel Mounier, Maritain, Nédoncelle, Pareyson, Edith Stein, Emmanuel Lévinas, Karol Wojtyla, Romano Guardini, Gabriel Marcel, Julián Marías, Ricoeur, Xavier Zubiri o Dietrich Von Hildebrand. Lógicamente, la lista resulta fácil de ampliar.
La importancia del personalismo resulta esencial en los tiempos actuales y en los que se avecinan. La antropología filosófica es básica para dar una visión unitaria de la persona en una época en la que parece que su imagen se ha fragmentado en tantos pedazos que no somos capaces de recomponerla. Debe servir para fundamentar estudios interdisciplinares de Bioética, Derecho, Economía, Familia, Psiquiatría y un amplio abanico de cuestiones actuales.
Para continuar con el libro merece la pena centrarse en el pensamiento ético de Lévinas. Para entender la obra de Lévinas hemos de conocer, en primer lugar, algunos sucesos importantes que marcaron la vida de nuestro autor. Lévinas nació en 1905 en Kaunas (Lituania) en el seno de una familia judía y burguesa. En 1914 se vieron obligados a emigrar a causa de la Primera Guerra Mundial, instalándose en Karkhov (Ucrania) donde vivieron la revolución bolchevique. Su experiencia de la vida se arraigó, por una parte, en la conciencia de un pueblo que había padecido las barbaries nazis y se manifestó, por otra parte, dentro del pensamiento francés, sin despreciar por eso la fenomenología alemana. En 1931, tras haber conocido a Heidegger y Husserl, se nacionalizó francés, gracias a lo cual se salvó del trato que recibieron otros judíos en el campo de concentración en Hannover, en el que fue recluido en 1940. Sin embargo, su familia que habitaba en Lituania no tuvo la misma suerte y fue masacrada por los nazis. Por este hecho, Lévinas rompió la relación que mantenía con Heidegger, por la cercanía de éste al nazismo. En estas experiencias hallaría la fórmula de una nueva filosofía, la cual encumbraría a la persona, dejando en un segundo plano al "ser". Así, durante los años 50, Lévinas comenzó a crear una filosofía altamente original, dejando a un lado la ontología y preocupándose por la ética. Pero, ¿cuál fue el motivo por el que nuestro autor decidió independizarse de su maestro e iniciarse en una nueva búsqueda? ¿Por qué puso en duda la primacía de la ontología? En resumen, ¿por qué la ética como filosofía primera? Estas son las cuestiones a las que intentaremos responder de un modo sistemático a continuación.
El término filosofía desde Sócrates había adquirido, según Lévinas, un significado erróneo. Se había identificado a la filosofía con el amor a la sabiduría. Occidente había creado una filosofía preocupada por el ser (la esencia) y había ignorado al ente (al sujeto). Se había olvidado de la diferencia, de los sentimientos. Sin embargo, nuestro autor, al igual que harían filósofos como Heidegger y Nietzsche, advirtió que a causa de esta filosofía habíamos conseguido más aspectos negativos que positivos, ya que nos había conducido a una sociedad en la cual lo más importante era el ser, el ego cartesiano, el ensimismamiento; es decir, a consecuencia de esta idea habíamos creado un mundo en el que habíamos olvidado factores imprescindibles de la persona, como son las pasiones y los sentimientos, o aspectos básicos de carácter ético por los que podemos hablar realmente de persona, como el decir "los buenos días".
Lévinas observó que la base de la violencia era el interés, ya que resulta imposible el poder afirmarnos todos, por ello advirtió que este inter-és debíamos convertirlo en des-inter-és, es decir, debíamos de ponernos en el lugar del otro sin
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