La Linares
08654326 de Enero de 2014
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En 17 secuencias de muy diversa extensión se presenta la vida de La Linares y su relación con varios personajes, ambientes y sucesos en un contexto histórico político barrial y familiar.
La primera secuencia abre el telón de la narración para una suerte de presentación de los personajes que aman, desean, critican, odian y admiran a la linares que resulta ser la tía “Ándela sentada en la piedra de lavar, rodeada de cinco o seis inquilinas boquiabiertas relatando con pelos y señales, en cabeza suya una historia que, bajo discreción familiar sabemos que ella protagonizo y no usted”.
La segunda secuencia narra la bula sangrienta del “gran siniestro” o la guerra de los dos mundos: la ciudad entera llena de pánico ante el fin del mundo, volcada en las calles, se arrepiente y declara sus pequeños y grandes delitos: desde el tendero de la esquina hasta el Presidente de la República…. Al aparecer solo la Linares mantiene la calma pese a que la gran multitud aglomerada frente a su casa e enrostran “su desparpajo, desvergüenza y escándalo” causantes de la tragedia.
En las restantes secuencias se habla del origen obscuro y con premoniciones trágicas de la linares de sus padres son Don Ernesto y Maruja linares, de su matrimonio a los doce años siete meses con “Abud Dassor el comerciante más rico del lugar” del “gran difamador”, dueño del periódico “El Mercantil” que llego a ser el hombre más poderoso del país pero que jamás pudo conquistar a la Linares, la muchacha más linda del país(“es demasiado adefesio para mi, dijo la niña acariciándose los senos”).
Del presi que solamente la facha tenia de tonto y que según “El Mercantil” era gran gente y un verdadero demócrata. Del cuete gracia medio hermano de la primera dama, cuñado del presi y “su alcahuete oficial desde cuando jóvenes”, este cuete pícaro y buena gente al que presi y otros “forajidos presidenciales” le nombraron “Administrador de la junta de reconstrucción del terremoto de las flores” para, parapetados en el, hacer “desaparecer bultos del tamaño de una casa” sin que les importe un bledo “los cinco mil muertos ni el llanto de veinte mil familias ( pobre cuente mientras tanto las malas lenguas decía que las linares le ha sangrado hada el último centavo, hasta dejarlo en soletas)”.
En fin se habla del canónigo Moscoso que una madrugada hace el ridículo pretendiendo entrar por el balcón al aposento de la linares, de los cofrades del buen suceso, de militares y políticos, de intelectuales poetas, de embajadores, alcaldes y ministro de tantas “personas que me amaban en secreto y me difamaban en público y otras que me galanteaban y admitían, pero en el fondo no me perdonaban, porque sabían que nunca iban a poder poseerme, ni siquiera como objeto de su imaginación”.
Pero sobre todo se habla de la Linares, la bella, la fatal, “la piedra de toque de la ciudad”, la que al nacer no solamente causo la obscuridad de la partera”, la que “ a los doce años siete meses era una hoguera de carne que fulguraba con exceso en los pechos”, “la que estudio a los dieciséis años con la monja del sagrado corazón” la que paso la “gloriosa” y vio entrar al ausente por las calles de quito, la que sabía de los latrocinio del presi, la que disfrutaba y se aburría de la vida social envuelta “sudario de la petulancia” o “tras la máscara de la solemnidad” la que por su inmensa popularidad era solicitada para militantes de nuevo partidos políticos, le hacían entrevista, le diseñaban la ropa, le obligaban a hacer gimnasia, le peinaban; en fin, la que acabó como acabó porque a nadie se le ocurrió “prohibirme que me haga loca” o “que me suicide”.
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