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La Teoria De Los Sentimientos Morales

car2207los11 de Mayo de 2013

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La teoría de los sentimientos morales (TSM) (Smith 1997) ha quedado como a la sombra de su hermana más joven, la Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (RN) (Smith 1994). Destino injusto, pues el primer libro de Adam Smith atesora riquezas y sutilezas que sería ocioso buscar en su tratado de economía política y no es exagerado decir que le proporciona sus claves teóricas fundamentales. No son con todo esas relaciones las que van a centrar mi atención. TSM interesa en sí y por sí, más allá de que su autor diera en escribir otros libros. Y ese interés radica en que esa obra Smith construye una compleja filosofía moral que fija e intenta resolver el núcleo aporético del sujeto liberal: la relación entre lo uno y lo múltiple.

La propuesta que acabo de hacer resulta de la conjunción de tres hipótesis de lectura. La primera adelanta sensatamente que el centro de interés de Smith no es el homo œconomicus, tal como ha ido concibiéndolo la tradición, sino el sujeto liberal (Dupuy 1992) y su mundo. La segunda especifica que si nos adentramos en las señas de identidad de ese sujeto hallamos que se autodefine fundamentalmente como sujeto moral y cifra en su moralidad lo distintivo de su ser (Ewald 1986 y 1996) a pesar de que no pueda reconducirlo todo a ese cálido hogar. La tercera barrunta que ese sujeto liberal que se autodefine y constituye en términos morales es un sujeto aporético. Las dificultades que arrastra consigo son múltiples y para cumplir su sueño de moralidad ha de rodearse de fantasmas que lo preserven de un mundo que lo amenaza con la atonía moral y el accidente, y que podría precipitarse en la tragedia.

Todo esto son anuncios de argumentos que están todavía por venir, pero ya fijan el principio selectivo que guía mi lectura de TSM. Es evidente que en Smith podemos encontrar uno de los primeros avatares de ese proteico y ya longevo espécimen antropológico que es el sujeto liberal. En ese avatar es teorizado. Teorizar no es aquí tanto contemplar como performar. Sustancialmente consiste en un mirar -que se atiene a lo que se da a los ojos y se pone a entenderlo- de la mano de un conformar el sentido de algo que inquieta, incomoda o esperanza por su novedad. El sujeto liberal es algo que adviene (algo a medio camino entre lo ya hecho y lo todavía por hacer) y la teoría se convierte así en un duermevela en el que se juntan vigilia y sueño. La vigilia atiende y entiende; el sueño imagina y desea un mundo de sentido. De ahí que el realismo programático y efectivo de Adam Smith vaya de la mano de una ensoñación que puebla el mundo de fantasmas. ¿Defecto primerizo del sujeto liberal que posteriormente será superado? No lo creo: en uno de sus últimos avatares, la teorización del sujeto liberal sigue mostrándose como un duermevela que llena de sueños la realidad que se afana en desvelar. ¿Defecto entonces congénito? Tampoco lo creo: como se podrá comprobar, Berlin (1998) muestra que el sujeto liberal puede mirarse en su desnudez, sin tapujos, al borde del precipicio trágico al que lo empuja la segura afirmación de sí. Precristiano en alguno de sus pliegues, el sujeto liberal es pariente cercano del homo tragicus y son justamente las relaciones que con él mantiene la clave para comprenderlo en su tensa complejidad.

A lo largo de este trabajo retomaré y especificaré estas propuestas interpretativas ahora presentadas de forma sintética, casi críptica. Antes intentaré reconstruir las líneas fundamentales de la filosofía moral que se expone en TSM. Con ese propósito, atenderé a lo que en la última parte del libro propone Smith como cometido central de cualquier sistema de moral: especificar en qué consiste la virtud y aclarar mediante qué mecanismo (poder o facultad de la mente) se adquiere o puede accederse a ella (TSM: 473-4). En consecuencia dedicaré una primera sección a especificar lo propio del mecanismo smithiano de la simpatía (§ I), para abordar después su concepción de la virtud (§ II). A continuación abordaré el problema de la Fortuna que, habiendo sido tan central en la ética antigua, reaparece de forma dramática en la filosofía moral de Smith (§ III), para cerrar la exposición con unas conclusiones (§ IV).

I. Sobre la simpatía.

"Así como cuando deseamos ver nuestro rostro nos miramos en un espejo, de forma similar cuando queremos conocernos a nosotros mismos miramos al phílos. Porque, como decimos, el phílos es otro yo. Por tanto, si es agradable conocerse a sí mismo y no es posible conocer esto sin tener a otro como phílos, la persona autosuficiente necesitará la philía para conocerse a sí misma" (Aristóteles, Magna Moralia 1230a 10-26; cit en Nussbaum 1995: 453).

"Hay Uno dentro de mí que es más yo mismo que yo mismo" (S. Agustín, Confesiones, cit. en Arendt 1984: 258).

Smith concibe al ser humano como un sujeto prometeico abocado a la acción en un mundo que, en su complejidad, está inmediatamente en manos de la Fortuna. Además, considera que ese ser está movido por pulsiones pasionales múltiples y que, aunque está volcado en la prudente preservación de sí, precisa de la sociedad y la comunicación para su propia felicidad. En consecuencia, el problema que intenta despejar la filosofía moral de Smith es cómo ese ser complejo y frágil, volcado a la acción en un mundo interferido por la Fortuna, necesitado del concurso de sus semejantes, puede acceder a constituirse como sujeto moral propiamente dicho, más allá de la superficie vistosa de la costumbre y la moda.

Sabido es que desde el inicio de TSM se presenta la simpatía como la solución de ese problema. Ya sea como sentimiento inmediato que nos hace salir de nosotros e interesarnos por la suerte del otro (TSM: 49 ss.), ya sea como fundamento de nuestros juicios morales de aprobación/desaprobación (TSM: 82), ya como campo de experiencia a partir del cual, por inducción, se fijan las reglas que informan nuestro sentido del deber moral (TSM: 291-3), en todos los casos es la simpatía el mecanismo de conversión que constituye moralmente al ser humano. En razón de esto, la primera clave de la filosofía moral de Smith se halla en ese complejo y sutil mecanismo.

Por simpatía entiende Smith "nuestra compañía en el sentimiento ante cualquier pasión" (TSM: 52). La fórmula es seca y si no se especifica más acaba resultando engañosa a causa de su inmediata universalidad. ¿Qué significa compañía? ¿Cómo opera? ¿Está abierta esa compañía a todas las pasiones, sin discriminar modalidades o grados expresivos? Respondiendo a estos interrogantes, se comprobará que la compañía pasional de la simpatía depende de la imaginación del espectador y que, en razón de ello, no se da por igual a todas las expresiones pasionales, sino que discrimina grados y tipos.

Si la simpatía es compañía, entonces no es fusión ni sustitución. Que no sea fusión empática, significa que yo no puedo identificarme punto por punto con los sentimientos del otro: no puedo sentir cabalmente lo que el otro siente, sino, todo lo más, algo análogo a su sentimiento (TSM: 51). Si no es sustitución, entonces no se puede reducir a, o derivar de, el egoísmo, pues al acompañar al otro en sus sentimientos yo no lo sustituyo, es decir, no me pongo a pensar qué sentiría yo si me ocurriera lo mismo, sino, todo lo más, qué sentiría si fuera él -cosa que no puedo ser (TSM: 554). No siendo fusión ni sustitución, presupone la exterioridad de ego (simpatizador) en relación a alter (simpatizado) y una imaginación emocional que permite limarla, paliarla. De ahí que en la presentación del tema Smith destaque inmediatamente que la simpatía supone un mundo contemplado externamente desde los ojos de un espectador que sólo deja de ser extraño emocionalmente gracias a su imaginación. En definitiva, las pasiones han de ser mostrada por alguien para suscitar simpatía e imaginadas por otro para conseguirla.

Lo que está en la imaginación del espectador no es así la sustancia de la emoción originariamente sentida por quien la padece, sino su sombra. La simpatía opera sobre un mundo de sombras o incluso, yendo más allá, sobre un mundo de tonos de luz que atraen o repelen. En razón de esto, se hace doblemente selectiva. En efecto, analizando lo que presenta como el problema de la corrección moral (TSM: 62 ss.), Smith destaca que, desde la perspectiva de la imaginación del observador, la simpatía es selectiva por partida doble: se otorga a los sentimientos que no exceden de un cierto grado expresivo y se orienta hacia las situaciones teñidas de sentimientos gozosos, huyendo de, o previniéndose frente a, las que encarnan aflicción. Lo primero resulta de los límites mismos de la imaginación simpática, incapaz de ponerse en el lugar de las expresiones pasionales extremadas (TSM: 72). Lo segundo resulta de su sesgo hacia todo aquello que es grato y fácil de compartir (TSM: 115). Por consiguiente, tanto el grado como el tipo de las emociones susceptibles de despertar simpatía están filtrados estrictamente por la imaginación. Lo relevante es retener que el espectador simpatiza preferentemente con el gozo y las expresiones mesuradas o contenidas de las pasiones, huyendo, pues, de la aflicción y el exceso expresivo. Más tarde se volverá sobre este punto central y se destacarán sus implicaciones.

Me he limitado hasta ahora a mostrar que la simpatía opera unilateralmente como algo que un espectador tiende a otorgar a un sujeto que se presenta ante él. En realidad, el juego es más complejo e interesante. El sujeto emocional smithiano no es sólo

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