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Adam Smith. Su vida. Teoría de los Sentimientos Morales

maryangelesnf_1212 de Junio de 2014

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INTRODUCCION

Fue un economista y filósofo escocés, uno de los mayores exponentes de la economía clásica. Destaca por sus nociones sobre liberalismo económico, también fue profesor de lógica y filosofía moral en la Universidad de Glasgow.

Se le considera el fundador de la economía política. Analiza la ley del valor y enuncia la problemática de la división de clases. Adam Smith considera el capitalismo como el estadio natural de las relaciones sociales.

De hecho, fundó el liberalismo económico. En su obra principal " Investigaciones sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones " el laissez faire ("Dejar hacer") aparece como el motor del progreso económico.

ADAM SMITH.

SU VIDA.

Adam Smith nació en Kirkcaldy, un pueblo de la costa este de Escocia, cerca de Edimburgo, en enero de 1723. Nunca conoció a su padre, llamado también Adam Smith, juez e inspector de aduanas, que murió pocas semanas antes de que naciera su hijo. Esta circunstancia y la débil salud que tuvo de niño provocaron una estrechísima relación con su madre, con la que siempre vivió hasta la muerte de ella, pues nunca estuvo casado.

En 1737 ingresó en la Universidad de Glasgow, donde recibió la influencia de la escuela histórica escocesa de la mano de Francis Hutcheson y otros. Hutcheson era profesor de Filosofía Moral, asignatura en la cual había una parte dedicada a “moral práctica”, donde se abordaban temas como la justicia, la defensa o las finanzas públicas. Ahí está el germen de buena parte de su principal obra, La riqueza de las naciones.

En 1740 obtiene una beca para estudiar en el Balliol College de Oxford, una universidad entonces decadente, como él mismo afirmó. Seis años más tarde regresa a casa y se dedica durante dos años a escribir ensayos sobre retórica y literatura, astronomía, física y filosofía.

En 1748 es invitado por un grupo de amigos a dictar una serie de conferencias sobre literatura y otros temas en Edimburgo. Éstas resultan todo un éxito de público y en 1751 es nombrado catedrático en la Universidad de Glasgow, primero de Lógica y luego de Filosofía Moral. En estos años trabó una gran amistad con David Hume.

En 1769 aparece su primera gran libro, La teoría de los sentimientos morales, que volverá Smith muy conocido dentro y fuera de su país; hubo seis ediciones en vida de su autor y tres traducciones francesas y dos alemanas antes de que acabara el siglo XVIII. El éxito de su obra cambiaría por completo su vida. En primer lugar, Charles Townshend, que llegaría ser ministro de Economía, ofreció a Smith el puesto de mentor de su hijastro, el Duque de Buccleugh, en 1763, aceptando aquél. Así, abandona la universidad y durante tres años se convierte en el mentor del joven Duque, con quien viaja a Francia. En París, donde su amigo David Hume trabajaba como secretario de la embajada inglesa, se relaciona con los principales intelectuales galos del momento, como el economista y político Turgot o François Quesnay, líder de la primera escuela económica propiamente dicha, la fisiocracia. También viaja a Ginebra, donde conoce a Voltaire.

De vuelta a Kirkcaldy en 1767, y gracias a una pensión vitalicia que le asignó el Duque, Smith dedica los diez años siguiente (los dos últimos ya en Londres) a escribir La riqueza de las naciones, que ve la luz en 1776. El economista escocés no pensó que su obra iba a tener mucho éxito, pero al cabo de poco tiempo lo tuvo: inspiró las reformas liberalizadoras comerciales y fiscales de William Pitt hijo, un admirador declarado de Smith, y es el libro por el cual la posteridad lo iba a reconocer hasta hoy.

En 1778 fue designado Comisario de Aduanas de Escocia en Edimburgo. Cumplió con sus tareas a conciencia hasta el final de su vida. Tres años antes de su muerte, en 1787, fue nombrado Rector de su antigua casa académica, la Universidad de Glasgow. Murió en Edimburgo en julio de 1790. Tenía 67 años.

Teoría de los Sentimientos Morales

La Teoría de los sentimientos morales es una obra de Filosofía moral o Ética publicada por Adam Smith en 1759. Los principios que en ella expone suponen la base filosófica sobre la cual se asienta su obra económica.

Pretende explicar el funcionamiento de la vida moral del hombre con un principio simple de armonía y de finalidad: un Ser grande, benévolo y omnisciente se determina por sus propias perfecciones a mantener en el Universo y en todo tiempo “la mayor cantidad posible de felicidad”. Este Ser ha puesto en el hombre una guía infalible que lo dirige al bien y a la felicidad, y esta guía es la simpatía. La simpatía es el don de vernos a nosotros mismos como los demás nos ven: es la capacidad de convertirnos en espectadores imparciales de nosotros mismos y de aprobar o desaprobar nuestra conducta según sintamos que los demás simpatizan o no con ella. “Cuando examino mi conducta y quiero juzgarla, y procuro condenarla o aprobarla, es evidente que yo me divido en cierto modo en dos personas, y que el yo apreciador y juez tiene un objetivo diferente del otro yo, cuya conducta se aprecia y juzga. La primera de estas dos personas reunidas en mí mismo es el espectador, cuyos sentimientos intento aprehender, poniéndome en su lugar y considerando desde él mi conducta; la segunda es el ser mismo que ha obrado, al que llamo yo y cuya conducta intento juzgar desde el punto de vista del espectador”.

Evidentemente, si la simpatía ha de servir de criterio efectivo para la valoración moral, es necesario presuponer el acuerdo entre el espectador que cada uno lleva en sí y los demás espectadores, o sea, las demás personas que juzgan nuestra conducta. Este acuerdo es presupuesto por Smith, el cual ve en la simpatía la manifestación de un orden y armonía providencial que Dios ha establecido en los hombres. Con todo, Smith no niega que el acuerdo entre el espectador interno y los externos pueda faltar también en algunos casos, y que, por consiguiente, la conciencia interna del individuo, que es su tribunal interior, pueda estar en oposición con el juicio que sobre él formulen los demás. En este caso, el juicio de la conciencia queda oscurecido y desvirtuado por el juicio de los demás, y su testimonio interior duda en aprobarnos o absolvernos. Sin embargo, este testimonio puede permanecer firme y decidido, como puede ser también sacudido y confundido por el juicio ajeno. “En este último caso la única consolación eficaz que le queda al hombre abatido y desgraciado es apelar al tribunal supremo del juez clarividente e incorruptible de los mundos”. La apelación a este tribunal inaccesible envuelve la dificultad en que se halla la doctrina moral de Smith ante la hipótesis de un funcionamiento imperfecto del orden establecido por Dios entre el juicio moral del individuo y el de los espectadores. Pero, en realidad, a juicio de Smith, este imperfecto funcionamiento del orden preestablecido sólo es una hipótesis abstracta, ya que él está profundamente convencido de la infalibilidad del orden preestablecido.

Esta convicción, como se puede observar, domina también su doctrina económica. La riqueza de las naciones está fundada, en efecto, en el supuesto de un orden natural, de origen providencial, que garantiza la coincidencia del interés particular con el interés de la colectividad.

El papel del Estado

Adam Smith considera el crecimiento económico como el fin básico de todo su sistema. La mejor política, entonces, será aquélla que logre el mayor crecimiento posible.

Para él, lo mejor que puede hacer el Estado por la economía nacional es dejar que ésta funcione según sus reglas naturales, que son las de la oferta y la demanda. Como vimos, piensa que un mercado no dirigido más que por sus agentes naturales individuales tiene como consecuencia la maximización de la riqueza, gracias a la acción de esa “mano invisible” ya referida. Que el Estado pretenda dirigir la economía del modo que los gobernantes crean más conveniente para la prosperidad general es, sencillamente, contraproducente: “El gobernante que intentase dirigir a los particulares respecto de la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse prudentemente ni a una sola persona, ni a un senado o consejo, y nunca sería más peligroso ese empeño que en manos de una persona lo suficientemente presuntuosa e insensata como para considerarse capaz de tal cometido”. En definitiva, según Smith, ningún individuo posee los conocimientos necesarios para asignar los recursos económicos del país y garantizar que su asignación será beneficiosa para la prosperidad de la nación. Afirma incluso, en razón de sus estudios históricos, que “las grandes naciones nunca se empobrecen por la prodigalidad o la conducta errónea de algunos de sus individuos, pero sí caen en esa situación debido a la prodigalidad y disipación de los gobiernos”.

En este sentido, Smith es contrario, en general, a toda medida política que suponga el control y la regulación estatal de la economía: subvenciones, derechos de aduana, las prohibiciones respecto al comercio exterior, las leyes de aprendizaje y establecimiento, los monopolios legales, las leyes de sucesión (que obstaculizaban el libre comercio de la tierra), etc. El efecto final de todas ellas era impedir la ampliación del mercado, y con ella, la división del trabajo y el consiguiente enriquecimiento de todos.

De esta manera, la función del Estado debía limitarse básicamente a cuatro funciones:

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